Nunca había bombeado tanto miedo en el corazón venteño en los últimos tiempos, tanta angustia en una sola corrida,
que duró dos toros. A la muerte de «Fetén» ya estaban los tres toreros
en la enfermería. En la plaza no había más olor que el del cloroformo,
más sensaciones que las de la incertidumbre de qué ocurría en el hule,
con el equipo del doctor Máximo García Padrós
trabajando a destajo. Cuando se anunció la suspensión por megafonía, la
gente permaneció inmóvil en sus asientos unos segundos, frotándose
mirada y oídos ante lo que aún parecía una pesadilla. Era la quinta vez
que sucedía. La primera, tal y como apuntó José Luis Suárez-Guanes, memoria viva de Las Ventas, fue en una novillada en 1955, con Juanito Gálvez, Jaime Ostos y Morenito de Talavera III.
Dos suspensiones en 1979
Los más jóvenes del tendido «3» no recordaban nada semejante. El estudioso Roberto ahondó en un dato: la última vez que se canceló un festejo por triple percance fue el 28 de mayo de 1979.
Con lleno de «no hay billetes», se suspendió en el cuarto toro, que
hubo de devolverse a los corrales, tras pasar a la enfermería Paco Alcalde, Ortega Cano y Niño de Aranjuez, con toros de Victorino y El Torero. Aquella temporada pareció gafada, pues justo dos lunas antes, el sábado 26,
también se suspendió al caer heridos Rafael de Paula y Ruiz Miguel y
resentirse de una antigua lesión Manolo Cortés. Fue la misma fecha del
brutal atentado en California-47, en la calle de Goya. Rememoraba ese dato Andrés Oliva,
un abonado de 51 años que, «pese a estar acostumbrado a ver muchos
percances, no resulta nada agradable, pues hacía más de tres décadas que
no pasaba algo tan terrible».
La hemeroteca de ABC señala otra fecha más: el 25 de mayo de 1975, cuando en un mano a mano de suma expectación entre Francisco Ruiz Miguel, que lidió un toro, y Antonio José Galán, que estoqueó tres, ambos resultaron heridos. Tampoco el sobresaliente, Julián de Mata, se libró de la cornada. El sexto morlaco de Alonso Moreno de la Cova no pudo saltar al ruedo.
El boca a boca se extendió desde
el patio de arrastre, centro «neurálgico» de Las Ventas, hasta los
pasillos que desembocan en la puerta del hule. La afición quería
interesarse por el estado de Mora, Jiménez Fortes y Nazaré, el primero
en abandonar el coso y dirigirse al hospital para conocer el alcance de
la lesión. Amigos de Sevilla lo lamentaban: «Con la ilusión que teníamos
de verlo triunfar...»
En primera línea
La aciaga tarde fue presenciada en primera línea por Manuel Benítez «El Cordobés»,
que revolucionó los aledaños y el interior de la Monumental. Su eterna
sonrisa se difuminó con la secuencia de percances. Había recibido el brindis de Jiménez Fortes, y quiso interesarse por el estado de los caídos: «Tranquilidad, no se teme por sus vidas.
Estas cosas forman parte del toreo». Palabra de Manuel Benítez, que
había sido homenajeado por sus 50 años de confirmación de alternativa.
Aquel 20 de mayo en el que paralizó a España
frente a los televisores el V Califa también sufrió una espeluznante
cornada. Dos días después conocería en el Sanatorio de Toreros a su
mujer, Martina,
que se ponía en la piel de los más íntimos de la terna de este negro
20-M. «Sé lo que se sufre y es muy duro. Mando mucho ánimo a sus
familias». Dos toreros dinásticos, Julio Benítez y Alejandro Esplá,
no daban crédito: «Ha sido horrible». Junto al desolladero donde solo
se habían despiezado dos reses, el ganadero y bibliófilo Antonio Briones comentaba
que «nunca había visto una circunstancia de esta naturaleza; se me ha
quedado el cuerpo revuelto». En estado de shock se hallaba el escultor Puente Jerez. La alemana Anya Bartels, fotógrafa de José Tomás y amiga de Mora, apenas podía contener las lágrimas: «Está vivo de milagro», repetía asustada.
Un aficionado decía que era «la maldición de Nicanor (Villalta), por quitar su azulejo para poner el de El Cordobés». En la mente, la frase inmortal del Huracán Benítez a su hermana en su afán de abandonar las penurias de la España de la remolacha: «O te compro una casa o te visto de luto».
En el umbral del quirófano, los teléfonos de los apoderados echaban
chispas. Una mujer de blanco besaba una estampita. Otra preguntó por la
capilla. Los tres vivirán para contarlo. El luto aún puede esperar.
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