La Tauromaquia parece apuntarse a la teoría del «eterno retorno» de Giambattista Vico: buen cartel, lleno, expectación, toros flojos y sosos, ausencia de emoción, decepción general. Solo el último toro aguanta más y Talavante realiza una faena estética pero falla con la espada. ¿Es esta la Fiesta que queremos? Sin lugar a duda, no. Para que la Tauromaquia recupere su vigencia social hace
falta, ante todo, que los toros bravos tengan casta, fuerza, pujanza,
transmitan la emoción del riesgo. Sin eso, todo queda demasiado light; sin ser apocalípticos, quizá sea lo propio de este momento...
Los toros de El Pilar –la
ganadería triunfadora en Sevilla– son grandones, nobles, pero, casi
todos, claudican desde el comienzo; no llegan a derrumbarse, no tiene
que entrar en acción Florito, pero las faenas se despeñan por el sumidero de lo insulso.
Reaparece Sebastián Castella después de una cornada. Muestra, una vez más, su habitual estilo: valor, quietud, verticalidad, aguante...
Sin toros poderosos, todo eso se difumina. El primero se pega un
trompazo contra la barrera del que quizá se resiente; se mueve pero
flaquea de los cuartos traseros.
Comienza con siete muletazos, sentado en el estribo:
se aplauden pero dudo que sea lo más adecuado para este toro. En la
segunda serie, la res se derrumba. Le obliga y el toro no da para eso.
Pero alarga la faena, sin fruto, y mata mal. El cuarto, playero, sale ya
claudicante, se queda muy corto. La faena no puede tener interés. Un
vecino dictamina: «Encefalograma plano». Es decir, lo que nunca puede ser la Fiesta.
¿Qué le ocurre a Manzanares?
¿Qué le ocurre a Manzanares? Aunque es buen torero, a pesar de su facilidad y su innata elegancia,
no logra conectar con este público. No echemos toda la culpa a sus
toros ni a las exigencias de un sector del público. Recibe al segundo
como ahora suele, haciendo la estatua y
meciendo el capote de salida, sin recogerlo ni lidiarlo. El toro sale
de varas flaqueando, corta en banderillas, llega incierto a la muleta.
El diestro acompaña las embestidas con majestad pero despegadito,
dando lugar a una fuerte división: unos aplauden la estética; otros
lamentan la falta de real compromiso. La res acaba rajada del todo. El
quinto pesa 642 kilos pero –como alguno de sus hermanos– es cómodo de cara; embiste con apagada nobleza, queda corto y rebrincadito. El trasteo no tiene interés, parece que esté entrenando con el carretón. Y falla al matar.
Solo Talavante se acerca
al triunfo, en este mar de sosería que ha sido la tarde. Baja con gusto
las manos al recibir al tercero, al que banderillea bien Trujillo,
pero el toro se cae, está claramente derrengado de atrás. El sexto, más
abierto de pitones, resiste más que sus hermanos. Vuelve a demostrar
Alejandro que, con Curro Vázquez,
su nuevo apoderado, ha avanzado en el manejo artístico del capote. El
toro flaquea un poco pero se mueve y repite, permite series de muletazos
lucidos; por la derecha, sobre todo, templa y liga,
vaciando bien la noble embestida. Intercala algunos cites de frente, a
la sevillana. Hubiera cortado la oreja pero falla con la espada. Ha
realizado lo único notable de la tarde.
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