Pierde las dos orejas con la espada; Adame logra un trofeo
La tarde comienza muy mal. El primer toro clava los pitones en la arena y, después de la voltereta, se derrumba varias veces. Ponce no
puede hacer nada y el público se encrespa, lógicamente. Todo cambia en
el cuarto, un toro levantado, suelto, que protesta un poco. Lo recibe
Ponce por verónicas,
ganando terreno, hasta el centro. A la muleta llega corto y soso pero
manejable. Poco a poco, Enrique le va enseñando a embestir. Después de
los doblones, se suceden los derechazos: con naturalidad, con suavidad, con elegancia. Logra llevarlo prendido al engaño, como si fuera un imán. Una serie a cámara lenta enciende el entusiasmo, suena la música.
Dicta una auténtica lección: en el sitio justo, a la altura medida, aprovechando las querencias. Gritan, en sol: «¡Torero bueno!»
Por la izquierda, va peor. Todavía vemos una serie fantástica, a media
altura, con compás, con cadencia, y dos poncinas completas. Los remates,
de sabia elegancia,
ponen al público de pie. Tenía cortadas las dos orejas pero logra la
estocada a la tercera. Lo mismo le sucedió con un toro de Zalduendo, el 21 de abril del 2006.
Tituló entonces el ABC de Sevilla, en portada: «Tarde histórica de
Ponce». Y, más abajo: «Tarde sublime». No se queda ésta de hoy muy
atrás.
División
Después de disfrutar con esto, ¿qué queda, para los demás? Las comparaciones son odiosas pero en arte, inevitables... Castella sigue sin conectar con este público. En el segundo, saluda en banderillas José Chacón (que
también lidia bien al otro). Con su toreo impávido, el francés necesita
un toro que se venga, fuerte, y éste acaba rajado; con aguante, no se
solucionan las dificultades. El quinto tardea pero va largo, noble. Se suceden muchos muletazos, que acaban provocando división.
El mexicano Joselito Adame se
gana la simpatía del público, con su entrega. El tercero embiste
desigual pero sin graves problemas. Se muestra fácil, puesto, con
recursos. (Se ha formado toreando corridas duras). Consigue ligar
derechazos, aguanta parones con valor. Los descabellos le privan de
cortar un trofeo.
En el último, muy bueno, vuelve a hacer vibrar al público por su disposición. Cuando le da distancia, el toro acude con gran nobleza y suena la música. (En Sevilla, no debe acompañarse con palmadas). Es entrampillado y sufre una voltereta. Mata entregándose: aunque tarda en caer, se le concede una oreja.

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