sábado, 21 de junio de 2014

Toros Morante y la concatenación de las almas

Y de pronto, Morante. El de La Puebla del Río. El torero capaz de cambiar el curso de una tarde. El rapsoda de la Fiesta, capaz de recitar el toreo con versos torcidos, con renglones perfectos. El artista que bebe de las fuentes gallistas y belmontistas, que lo mismo toca el palo de Rafael que el de Pepín y que, al final, sencillamente, es único. Ese fue ayer Morante, el hombre capaz de hacer el toreo, el artista que no necesita de Tours para alimentar su propio espíritu.

En el cartel más ansiado de la feria, con la plaza rebosante de expectación, toreó para él, disfrutó y también sufrió para tirar hacia delante de un toro medio, y apto para el triunfo, de Zalduendo, hierro que ganó por goleada a los desaboridos de El Pilar. Morante se enfibró desde el saludo a la verónica y se recreó por Chicuelo, con una media que la memoria guarda. Había visto opciones a «Quisquillo» y brindó al público. Prometió la faena desde el principio, con unos generosos ayudados por alto, cosidos al toreo por bajo. Deslumbrante, como muchos de los pasajes de una obra que fue una concatenación de las almas, de maestros de ayer y hoy. Morante fusionado en el Morante más aplomado, con las zapatillas hundidas en la Historia. A derechas e izquierdas hubo hondura, de intensa eternidad. Fabulosos los pases de pecho, las trincheras, el molinete, el desplante a lo Romero. De caro sello todo. De as del arte. Doliente y a placer. Todo natural y fluido. Camino del éxito iba. Y llegó: no importó el pinchazo. Ahí quedó una estampa de Morante de puntillero con torería. Se pidieron las dos orejas, y en el último minuto cayó la segunda. De tantas emociones, en lugar del moquero blanco, asomó un segundo pañuelo naranja. Apoteósica la vuelta al ruedo del matador.

Tanta era la pasión con la que aguardaba Alicante al sevillano que en el anterior le jalearon hasta las inexistentes verónicas. Para capote bueno con el estrecho pilarico, el de Carretero, perfecto siempre. El sabor morantista surgió en los doblones iniciales y continuó en algunos muletazos sueltos. Imposible cuajar faena con un «Dudeto» asqueroso.

El de La Puebla se marchó a hombros en compañía de Manzanares, que se hartó de torear y destorear, que de todo hubo, entre el entusiasmo de sus paisanos. Le correspondió el mejor toro de la primera parte, con el hierro de Zalduendo, en esta moda de las corridas de dos divisas que más de uno prohibiría. «Titulado» fue un dechado de movilidad y nobleza, de motor y ritmo. Vale que punteaba en el tramo final, pero su lidiador hizo poco por corregir tal defecto. Compuso con estética, con más toreo hacia fuera que hacia dentro. Temple y ligazón, sí, pero una primera figura no puede abusar de descargar así la suerte. Cierto es que la faena creció desde una serie al natural más reunida hasta la final a derechas. El alicantino se volcó tanto en la estocada como el público con su labor, hasta el punto de que sufrió una feísima cogida. El espadazo merecía ya el premio, solicitado con frenesí: ¡dos orejas! En el último (de El Pilar), con opciones, no ofreció su mejor imagen.

La triunfal tarde arrancó con malos augurios: cuando apareció el primer toro nos frotamos los ojos pensando si la corrida de rejones era ayer. Madre del verbo, ¡qué pitones! El grandullón pilarico se sostenía menos que la derribada hoguera de La Viña, que acaparó portadas locales. Finito de Córdoba se complicó entre cero y menos uno con la birria de enemigo, en el que dictó la lección de «Así entra uno a matar sin exponer un alamar». Finito tardó en ver al cuarto, que cuando lo provocó repitió en jaleadas series.

Fenomenal con la zurda y en unos derechazos postreros, muy de verdad. Se tiró a matar con fe y le recompensaron con un trofeo.

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