domingo, 13 de julio de 2014

Toros Los toros de Adolfo, bueyes de carreta en San Fermín


Lamento decirlo porque estimo a este ganadero pero la corrida de Adolfo Martín ha sido un fiasco total: solo fachada, pitones descarados pero poquísima casta brava. Ni siquiera han sido alimañas, con el riesgo pero también la emoción que eso supone: cortísimos, parados, como dormidos; algunos despertaban solamente al sentir el primer pinchazo; varios no se fijaban en el torero ni cuando este iba a entrar a matar: un desastre. Con estos toros, los tres diestros han hecho lo que han podido; lógicamente, muy poco. El que más se ha entregado y ha arriesgado ha sido Manuel Escribano pero ha fallado con la espada.
Urdiales conserva el prestigio de su estilo clásico, aunque toree poco. El primero, de astas casi aliradas, está a punto de saltar al callejón, humilla, parece dormido; a la muleta llega reservón, cortísimo, no se presta a lucimiento por ninguno de los dos lados. Con esfuerzo, Diego logra algún natural suave pero dos desarmes, en dos arreones, deslucen todo y pasa las de Caín con la espada. El cuarto mansea, huye de capotes y banderilleros. En la muleta, va y viene, se deja, sosísimo, sin emoción alguna. Dibuja el diestro algún muletazo con buen estilo pero el toro sale mirando para otro lado. Faena pulcra, concluida con una noria, sin que el toro se entere. Para colmo, se pone gazapón y suena un aviso antes de entrar a matar.

Arriesga mucho

Manuel Escribano se ganó el derecho a entrar en las Ferias, por su arrojo, antes de sufrir un grave percance. Como suele hacer, va a portagayola a recibir a sus dos astados (el primero que lo hace, en este San Fermín). El segundo sale frenándose, con la cara a media altura. Banderillea provocando la arrancada y brinda al maestro Manolo Cortés. El toro vuelve muy rápido, no tiene ni un cuarto de arrancada: el diestro utiliza recursos, legítimos ante este toro. Ha estado más que digno pero mata mal. El quinto sale de la larga cambiada saltando al callejón, se para delante del capote de los capotes. Con los palos, le busca las vueltas: arriesga mucho en el tercer par al quiebro, en tablas, levantando el único clamor de la tarde. Escribano es todo voluntad, ha de empujar el pitón con la mano para que embista. No se le puede pedir más entrega, salvo en la suerte suprema.

El tercero no se deja dar ni un capotazo, mansea, espera en banderillas con peligro. Con valor y habilidad, Alberto Aguilarle saca algún natural, aprovechando los arreones, pero tarda en matar. El sexto es el único que empuja en varas pero ahí se deja toda su casta, no obedece ni a los toques. Mi amigo Juan Ignacio, buen aficionado, dictamina: «Un charolés haría lo mismo». Triste final.

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