El torero dejó ver en la pasada feria de Málaga que es dueño de una gracia sobrenatural
Antonio Lorca
Quien haya tenido la oportunidad de ver a José Tomás en la pasada feria de Málaga quizá haya sentido en su alma esa mezcolanza extraña de un chispazo de felicidad y una aguda sensación de vacío. No es fácil disfrutar con un toreo tan hondo, tan puro, y saber que el dueño de esa gracia sobrenatural tiempo ha que desistió de su genialidad para vivir como un humano más.
Y no hay derecho; para un aficionado a los toros resulta incomprensible que José Tomás decida por su cuenta lidiar solo tres o cuatro corridas al año. Lo tendrá -el derecho- como ser humano, pero no como artista.
Como artista pertenece a todos los que han tenido la dicha de embelesarse con un torero de leyenda; como artista no se pertenece a él mismo, sino a un universo de privilegiados que han aparecido por este mundo para hacer real y visible la pureza.
Pero José Tomás, incomprensiblemente, ha preferido ser un extraterrestre y encerrarse en su planeta de Estepona, a años luz del mundo exterior, donde vive, ama y seguro que será feliz.
Los desventurados son la legión de seguidores que ha sufrido, ha sido feliz y se ha emocionado con una forma única de interpretar el toreo. Desventurados porque José Tomás los ha abandonado a su suerte.
Y después de Málaga, ¿qué? Quizá toree alguna corrida más este año, -bien podría recalar en la feria del Pilar de Zaragoza-, pero su traje de luces no se desgastará mucho por ahora. ¿Volverá alguna otra vez a ser quien fue? Parece probable que no.
La temporada próxima cumplirá 20 años de alternativa, tiene el cuerpo cosido a cornadas, -quién sabe si la muy grave herida de Aguascalientes le sigue pasando factura-, ha formado su propia familia, las canas se abren paso entre la negrura de su cabellera, y los próximos que cumpla serán los 40. Da la impresión de que la carrera de José Tomás está hecha; si no concluida, sí consumada. Quizá, un día no lejano espacie aún más sus apariciones, y, de pronto, entre la sorpresa de todos, se vista de luces en una plaza portátil para regocijo de algunos incondicionales.
Pero lo cierto es que tras su actuación en Málaga queda una sensación extraña de dolor, de pérdida, de congoja, de vaciedad… Y, por encima de todo, de incomprensión.
Parece un caso clínico este de José Tomás; el de un ser humano que se ha rebelado contra su propio destino y ha decidido no ser quien es, o, al menos, no reconocerse como tal ante los demás.
Nació para ser un elegido, un artista de época, y ha huido de sí mismo con verdadera desesperación. Ha roto por decisión propia el orden natural de las cosas, y ha firmado un pacto con el diablo para tomar un camino diferente al que la historia le tenía reservado.
De ahí, quizá, su lejanía del mundo, su mutismo premeditado, su carácter extraño y esquivo, su seriedad congénita, su mirada concentrada…
José Tomás vino a este mundo para ser un revolucionario del toreo, y así se ha mostrado, pero prefiere ser un simple padre de familia vecino de Estepona.
Es como si Cristo -permítase la hipérbole- se hubiera empeñado en seguir la senda de su padre y convertirse en carpintero, en lugar de llevar a cabo su misión histórica. ¡Pues vaya chasco…! Como si Picasso hubiera preferido la brocha gorda a los pinceles.
Sería bueno que se reunieran expertos que indaguen en su alma y escruten sus motivaciones; o, en todo caso, que el torero done su interior a la ciencia para que, en el futuro, se conozca el mecanismo del espíritu que permite a un hombre hacer dejación de su cometido en la tierra.
Sea como fuere, José Tomás está en deuda con todos sus seguidores. A todos les debe muchas tardes de gloria; porque a todos y a cada uno de ellos les ha robado una parte de su corazón.
Que siga siendo feliz en Estepona; que aparezca cuando quiera para hacer caja y aumentar la congoja y la impotencia de los suyos. Pero que sepa José Tomás que es un renegado contra sí mismo y contra todos.
Que continúe el misterio, si así lo desea, encerrado en su galaxia del sur; volveremos a verlo cuando, movido por un ramalazo inexplicable, decida mirar, aunque solo sea por un instante, un traje de luces.
Mientras tanto, ahí queda ese vacío que deja quien se niega a ser quien de verdad es.
En dos palabras, que José Tomás es la prueba más cierta de que el ser humano es un misterio insondable.
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