El torero de Orduña se hizo con el mansote desde las dos primeras series diestras.
Pronto se puso a torear, aunque hubo de cambiarlo de terrenos. Siempre
intentando llevarlo sometido y por abajo. Pero la explosión llegó a
izquierdas, que ya está escrito, una prologada con un cambiado. Pero el
vasco ambicionaba más y se ciñó por manoletinas, con su personal firma.
La gente buscaba ya en los bolsillos los pañuelos, las servilletas de la
merendola, pero falló su mágnum y la recompensa quedó en una gran ovación. Pero sus naturales, sin más ley que la suya propia, bien valieron un puñado de dólares.
Con la muleta puesta y dispuesta y técnica cabal,
tiró del sexto desde la primera serie diestra. Hasta tres, in crescendo y
explotando el boyante pitón de este «Pardillo».
No era igual por el izquierdo, y aun así le pespunteó una ronda
meritoria. En las cercanías le buscó las vueltas por el lado bueno, con
el animal ya a menos. Otra vez en los terrenos donde los hombres se la juegan. Pero
la muerte tenía un precio, y que no fuera perfecta debió esta vez sí
importarle al presidente, que ha demostrado un rasero muy desigual y
peculiar. Su tarde merecía el galardón.
El único trofeo lo paseó El Fandi,
que salió con toda su artillería desde la larga cambiada de rodillas,
enlazadas a verónicas y chicuelinas. Desató por saltilleras los
plácemes, acrecentados en banderillas. El toro, aunque buscó el refugio de chiqueros,
acudía pronto al cite. De rodillas con un molinete prologó Fandila, que
firmó tres naturales de buena nota entre otros ensuciados por el punteo
del animal. Había que ahormar la embestida, pero eso apenas sucedió.
Lo que sí se vio fueron más rodillazos. Oiga, y la gente feliz. Pues benditos sean. Al ensabanado quinto,
que parecía reparado de la vista, le crujió el granadino cuatro pares
de rehiletes, con un cuarto al violín que provocó el éxtasis colectivo.
Pero aquello declinó pues no le agradaba ese defecto de «Rescoldito», que pegó un arreón de manso cuando lo despachó. Si no llega a usar el verduguillo, este ídolo de Almería se marcha en volandas.
A Ruiz Manuel le tocó el lote «fácil» del desigual
sexteto de Benjumea. El primero enseñó su nobleza y sus mermadas
fuerzas desde el saludo capotero del torero de la tierra, que lucía unas
medias blancas que deslumbraban a la vista. En la muleta trató de cuidarlo en una somnolienta faena, acorde a la sosería del toro. También se dejó el notable cuarto, con el que el almeriense se confió mediada su labor para
desgranar algunos naturales de buen aire. Mucho de esto último cabía
entre él y su rival. Hambriento de torear -era su primer paseíllo-, oyó
un aviso antes de la fea estocada.
Lo más legítimo del cierre de feria fue el toreo sin ley de Fandiño.
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