«Aprended, flores, de mí / lo que va de ayer a hoy», dice la letrilla de Góngora y repetimos ahora: de unos «Maestros», con artículo en inglés, a unos aprendices de toreros; de unos toros sin casta ni fuerza a unos novillos muy complicados; de la pura estética al riesgo constante... Demasiada distancia.
Los gracilianos de Escobar muestran las dificultades que veces tienen los de Santa Coloma: embisten con la cara alta, pegan arreones, se cuelan... Los tres novilleros intentan darles pases, no los dominan y pasan momentos de apuro. Los dos sobreros de Benjamín Gómez ofrecen la otra cara del mismo encaste, la de la nobleza de los Buendía.
El primero es un regalo, le hace tomar el olivo dos veces a Luis Gerpe,
siembra el pánico. En las dos primeras tandas, casi se lo lleva por
delante: se lo quita de encima. El cuarto, sobrero, sí humilla y va
largo pero la faena se queda a medias.
El segundo le propina dos fuertes volteretas a Roberto Blanco. El quinto también lo encuna. Ha mostrado voluntad y coraje pero mal uso de la espada.
El debutante Daniel Crespo,
de El Puerto de Santa María, aguanta coladas, en el tercero. La nobleza
del sobrero sexto le permite correr la mano con cierto gusto: mata
desprendido y da la vuelta al ruedo.
De ayer a hoy, son dos tipos de fiesta: esta, más dura,
exigente y auténtica. ¿Por qué los «Maestros» no torean en Las Ventas
reses de estos encastes? Por comodidad, para eludir la exigencia en los
toros y en el público. Ni más ni menos.
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