Medio loco medio cuerdo, "El Irlandés" dejó a un lado los miedos y se echó a la aventura de ser torero: debutó con caballos hace tan sólo unos días
Vino de Irlanda de dedicarse profesionalmente al fútbol para hacerse torero. David White debutó con picadores en Estremera en el epílogo de la pasada campaña, consiguiendo así uno de los sueños de su vida. "Cada torero tiene su camino, y yo tengo el mío, que es un poco diferente que el de los demás, pero no le doy importancia. Hace unos años me encontré con el toreo en Madrid, acudía a Las Ventas a ver una corrida y, a partir de ese momento, sentí la curiosidad por conocer un toro bravo, ese animal mítico".
Narra lo que, hasta ahora, ha sido una trayectoria complicada para el joven White, pues no sólo debió convencer a su familia irlandesa, sino también hacerse reconocer entre el toreo como alguien que va en serio. "Lo que más me impactó al tarde que fui a Las Ventas era el valor del torero, que se quedaba quieto. Yo quería probarme también delante de una becerra y así lo hice. Yo, que había participado en muchos deportes, me consideraba una persona de valor, pero vi eso y comprendí que el valor era otra cosa".
A partir de ese momento y del regreso a Irlanda, David comprendió que la afición le pedía algo más: pidió un capote y una muleta vía internet y comenzó a torear de salón en su propia casa. "Eso no suelo contarlo, porque me dicen loco, pero así fue. Sin tener ni idea de cómo utilizarlos poco a poco fui aprendiendo. Luego viajé a México, toreé en ecuador un festival y, al cortar dos orejas, decidí tomármelo más en serio, sacándome en España el carnet de novillero sin picadores".
La sorprendente historia de David White no deja indiferente a nadie que lo conoce más de cerca. Si la dificultad existe en cualquier novillero joven, más recae aún en alguien no nato en una cultura taurina. "En Inglaterra se encentra mucha afición, pero hay que buscarla. El Club Taurino de Londres tiene 400 miembros, por ejemplo". No debe ser nada fácil para su familia, que "al principio no lo tomaban en serio, pero luego lo aceptaron. Todo el mundo sabe que es una profesión de alto riesgo, y se piensan que es un deporte. Cuendo vengo me preguntan si 'he ganado´ mi última corrida, no conciben que esto sea un arte de intentar emocionar al aficionado".
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