José María Manzanares: Torero
de toreros
Elogios y reconocimiento sentidos
y sinceros de colegas suyos de hasta cuatro generaciones. Lo llamaban el
“torero de toreros”. Llevaba una década aislado en su finca de Cáceres.
Ocho años y medio después de su retirada definitiva del
toreo, aislado y recluido por propia voluntad en su finca de Campo Lugar,
Cáceres, José María Manzanares fue hallado muerto en su cama a media mañana del
pasado miércoles. Tenía 61 años.
Por inesperada y repentina, la muerte de Manzanares tan en
solitario, tan lejos del mundanal ruido, ha
tenido una suerte de efecto vivificador: la reacción de los toreros
–coetáneos, rivales, maestros o discípulos de hasta tres o cuatro generaciones
distintas (Pablo Lozano, El Viti, Capea, Roberto Domínguez, Espartaco, Juan
Mora, Ponce, El Juli…)-, de banderilleros o picadores, mozos de espada; la de
aficionados cabales y la de algunos de los que fueron sus apoderados en sus
treinta y pico años de torero en activo (José Antonio Chopera, Manolo González,
Simón Casas…), toda esa reacción vino cargada ayer mismo de una emoción y
conmoción auténticas. Un reconocimiento sentimental y profesional: del hombre,
de la persona, del personaje y, naturalmente, del torero.
Honores rendidos sin la menor reserva que se sintetizan en
una frase que en su momento se creó para definir el más singular de los
atributos de Manzanares: “torero de toreros”. Es decir, espejo en que mirarse
los demás. Privilegio de quienes supieron representar la torería mejor que
nadie. Torero “en la calle y en la plaza”, reza uno de los cánones más
exigentes del oficio. Torería natural: la figura misma, la elegancia congénita,
la manera de hablar y conducirse, y la de estar en la plaza. Todas esas
cualidades, que fueron virtudes precoces, no habrían tenido el peso y el
sentido logrados si Manzanares no hubiera sido un torero muy singular dentro
del estilo clásico. “El toreo de siempre”, suele decirse como elogio
indiscutible.
Manzanares fue desde su arranque –apenas temporada y media
de novillero con picadores, alternativa en 1972 en su Alicante natal- un torero
de técnica muy refinada y, como tal, un torero de los catalogados como
“largos”. Completo con el capote, tanto en el lance de arte como en el toreo de
brega; todavía más completo como muletero, temple e instinto por las dos manos,
un sentido de la colocación y la medida sobresalientes; estoqueador
extraordinario.
Además de ser un torero técnicamente superdotado –su padre y
maestro, Pepe Manzanares, fue un banderillero de primer nivel pero
prematuramente retirado- Manzanares
rompió enseguida como un torero de raro primor pausado y desgarro íntimo a la
vez, características que raras veces se han conjugado en un solo artista.
Como todos los toreros artistas o de expresión, Manzanares
fue relativamente irregular y, durante una de las cuatro etapas mayores de su
larga carrera, excesivamente mercurial, de voluble temperamento. Y, sin
embargo, si se traza ahora mismo su perfil de torero, aparece con una claridad
y una transparencia nada comunes. Lo propio de los toreros vocacionales,
poseídos por la seriedad y los rigores de un oficio frágil pero de exigente
disciplina, capaces de crear un estilo propio y reconocible que los propios
colegas reconocen como tal. Los toreros creadores: Manzanares fue uno de ellos.
Sin necesidad de ser un revolucionario ni siquiera un
reformador, sino tomando la referencia estética de los maestros que admiró: la
chicuelina frontal de manos bajas de Puerta y Camino, el toreo en redondo
salido de las imágenes de Pepín Martín Vázquez, la espada y el natural de
Camino, el sedicioso empaque de Antonio Ordóñez, con quien fue comparado muchas
veces, la soltura espontánea de Luis Miguel Dominguín, que fue su padrino de
alternativa. Don innato de Manzanares: la facilidad y la inteligencia. Y con
ellas, y a la par, la seguridad. Torero de instinto.
Lo castigaron muy poco los toros y eso que ha sido, dentro
de los de su generación, el de carrera más larga y densa. Torero de todos los
mundos, pues a su papel de primera figura en España se unió enseguida, y del
primer al último día, el de torero predilecto en Lima, Colombia y Ecuador y,
desde luego, su carácter de estrella indiscutible de la temporada francesa. La
plaza de Manzanares fue, con diferencia, la Maestranza de Sevilla, donde sintió
hasta la misma tarde de su despedida un aliento y entendimientos sin parangón
posible. Fue “torero de Sevilla”. Madrid, en cambio, y pese a ser su plaza de
lanzamiento y visado, resultó ser un calvario muchas tardes. Castigado con
severidad excepcional y hasta negado por algunos santones de la crítica taurina
de los años 80, Manzanares superó esa prueba sin descomponerse ni ofuscarse.
Una muestra de carácter.
Antes de que su primogénito y homónimo decidiera finalmente
seguir en 2003 su misma aventura profesional, Manzanares –Manzanares padre-
había sopesado la posibilidad de seguir en activo algún tiempo más. Hasta los
55 años tal vez. La irrupción de Manzanares hijo, con quien llegó a alternar,
le hizo precipitar su retirada. Y, con ella, su apartamiento, que solo rompía
para acudir de cuando en cuando para ver torear a su hijo José Mari o a
Manolito Manzanares, su otro hijo varón, rejoneador en activo. / BARQUERITO – Agencia Colpisa
La Finca Aguamiel cambió de manos
Velutini y Echenagucia venden Los
Marañones
RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
@rubenvillafraz
Por motivos de salud, esa es la razón por las cuales el hasta
hace pocas semanas ganadero de reses bravas caraqueño Andrés Miguel Velutini y Luis
Echenagucia Lovera, ha vendido en su totalidad la ganadería de reses bravas
venezolanas Los Marañones, el cual pasta en las montañas próximas a la
población merideña de Canaguá.
Tal y como se podido recabar, Velutini y Echenagucia han
vendido en su totalidad (finca, ganado, hierro) lo correspondiente a su divisa,
el cual luce color rojo, cuya fundación data de 1986, la antigüedad desde 1991
(en cartel compuesto por “Morenito de Maracay” y Enrique Ponce, en el Nuevo Circo de la
Victoria) y se asentó en la empinada Finca Aguamiel del municipio Arzobispo
Chacón del estado Mérida, exactamente en El Páramo El Motor, habiendo iniciado
su andadura en la calurosa población apureña de Achaguas.
Tal y como había venido siendo la línea de esta ganadería,
su procedencia lo ha constituido la sangre Santa Coloma, a través de vacas y
sementales de ganaderías nacionales como Los Aranguez y La Cruz de Hierro, así
como inseminaciones puntuales con pajuelas de toros de misma procedencia española
de Javier Buendía.
Hasta los momentos el actual comprador de lo que fue la
finca de toros bravos poco interés tiene de mantener la estirpe del hierro de
la M coronada, a tal punto de “rematar”
al mejor postor –quien ponga el dinero en la mesa, la que desde ya están
saliendo más de un intermediario- el bagaje e historial de una de las
ganaderías que fue referencia del toro de lidia en Venezuela, con éxitos
importantes en plazas como Mérida –con el recordado “Conquián” indultado por Juan
José Girón en el 2002-, Tovar, San Cristóbal y Maracay, así como en
numerosos cosos del resto de la geografía nacional.
Don Andrés Velutini
actualmente, alejado de los parajes andinos, se encuentra cumpliendo
tratamiento médico en la ciudad capital, al cobijo de su esposa e hijas, no
desligándose como buen aficionado de una de sus grandes pasiones como es la
fiesta brava.
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