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Crónica de C.R.V.
Sucede que, como alguien ha de pagar la factura de la ira o del desencanto, el final de protestas y algunas almohadillas para Fandiño,
se antoja excesivo. La bravura o la mansedumbre no las crea el torero
sino las ganaderías. Y el tiempo. Y la evolución. A la sombra de una
parra, el historial de reloj detenido se queda en historial y nadie
torea a la historia. Uno, a uno, precioso y hondo el de Partido de Resina (bueno pero fondo ni fuerza) , fino, degollado y armónico el de Adolfo (el mejor en la muleta), serio y bajo el de Cebada (sin raza ni movilidad), fino de cabos, piel y pitones el de Escolar (desfondado tras varas de bravo), gafado uno justo de Victorino (sustituido por uno en tipo de Adolfo). Puso el postre uno feo y sin sentido el sexto de Palha,
su pésimo gusto en lo físico y su comportamiento sin lidia posible
terminaron de despeñar demagogias, ilusiones, nostalgias y parte del
público (otra aplaudió) mandó el coste de la tarde, IVA incluido, al
toreo.
Fandiño logro
un éxito de concurrencia. Inapelable. Luego la tarde le dio la espalda.
Y mató la corrida como de memoria. Es decir, tan sobrado como alejado
de la grada en muchos momentos. Unas veces, casi siempre, porque era
imposible otra cosa que estar delante de memoria ante la ausencia
absoluta de emoción, de bravura, de raza. Otras, porque el torero
empatizó a veces con esa ausencia de importancia. Él se la quitó
muchas veces, tantas que asomaron instantes de no lucidez. Y como la
tarde era de dinamita, al no haberla, tras el arrastre del tercero,
parte del público comenzó a culpabilizar al ruedo. Es decir, a uno que
estaba sólo. Porque el primer capítulo, con un toro precioso y serio de
PR, muy cuidado por su ausencia de fuerza y fondo, llegó a correr bien
la mano cerca de tablas.
Siendo
un toro sin posibilidad de triunfo, lo pasó correcto, el tiempo justo,
la espada deficiente. Ese toro fue de lo mejorcito. Porque la tarde
escribió un guión de negativa del éxito. Y ante esa realidad, el oficio,
la capacidad, es asunto que pocos agradecen. En su haber, mantener la
fortaleza en tarde de desolación. En su debe, ese gesto, incluso teatral
si fuera necesario, que indicara una moneda al aire. Sin remonte
posible, en el segundo hubo atisbos de reanimación. Toreó cerrado y con
el toro apretando en el saludo capoteo, galleo al llevarlo al caballo y
mando cuidar su humillada embestida, pues amagó durar poco. Muy en la
distancia en la primera tanda, con la mano derecha, hubo más inercia que
realidad de embestidas y el toro se fue apagando en una faena de
claroscuros, buen trazo en algunos muletazos, otros no tanto.
Rectificando además distancias y cites, pues al toro hubo de llegarle
cada vez más hasta terminar de plomo.
El tercero tiene la historia de una desolación vulgar pues el de Cebada,
sin ínfulas en el caballo, de andar feo de salida, se le vino por
dentro casi siempre en la muleta, más por el pitón derecho. Ahí la tarde
consumía la mitad de lo esperado, con un repunte en el cuarto, toro
fino de cabos y piel y mazorca y pitones de Escolar.
Otra vez lances apretados en tablas antes de que el tercio de varas, con
un segundo puyazo en la larga distancia, les recordó a muchos lo que
ventana ver. La ovación al picador compitió sólo con la que le dieron a
los Florito Boys Bueyes al meter para adentro en un suspiro al toro de Victorino, al ser devuelto por lesionado. Y fue en ese toro, de Escolar, donde los que no ilusionan sino que ejercen demagogia, marcaron a Fandiño con
una cruz. Se vino el toro por dentro y midió por el pitón derecho,
apenas humilló y se dejó mas por el izquierdo, pero duro un suspiro.
Con el sobrero de Adolfo,
poca historia pues el toro, que no lo hizo mal de ralida, repuso mucho
cobre las manos y perdió pronto la viveza que aùntó de salida. Sólo el
mal gusto ampara la presencia del sexto, Palha que
sustituyó a otro anunciado, de caras y cuerpo por arriba, bravo en varas
si ir al caballo es certificado de bravura, y manso y malo si estar
avisado y ser de cuidado en la muleta es la otra medida válida. Fandiño
se lo quitó de en medio sin hacer ostentación de aquí mando yo. Y, al
final, en especulación permitida, los de la ilusión aplaudieron y los de
la demagogia abroncaron . Lo que son las cosas, unos y otros le había
sacado a saludar tras romper el paseíllo. Pero las nostalgias las carga
el diablo.
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