Leonardo Benítez durante su conversación con el cronista en Mérida. (Foto García Soteldo) |
Jesús Ramírez “El Tato”
Foto Garcia Soteldo
Han pasado dos décadas desde la tarde del 18 de
octubre de 1.992 cuando Leonardo Benítez Flores se convirtió en matador de
toros en Monterrey, Nuevo León, México, compartiendo cartel con el maestro Eloy
Cavazos y “Armillita chico” con toros de “Santiago”.
Más de dos décadas que lo sitúan en la lista de los
escasos y privilegiados toreros americanos que ha podido aguantar la dura lucha
fuera de su país, dejando constancia y ejemplo de perseverancia, afición y
profesionalismo.
Desde su residencia familiar en Querétaro, Benítez ha
venido dándole forma y vida a su profesión, pensando con madurez para decidir
en forma equilibrada y coherente su futuro inmediato.
Son escasas las oportunidades de vestirse de luces en
ese México que tanto quiere y que lo adoptó.
Habrá quienes piensan que ya el torero bajó la guardia, pero no, el León
de Caracas ahora es que sigue rugiendo y con los ojos y mente clara para seguir
impulsando su afición, su vocación y su optimismo. Tantos años en suelo mexicano, 17 cornadas, 5
de ellas muy graves, fortalecen a este torero que no abandona su lucha.
En Mérida, tras finalizar sus compromisos, hablamos
con el maestro caraqueño, pausado, consciente de su responsabilidad y muy
optimista con las decisiones que toma.
“A muchos le sorprenderá lo que les voy a decir,
después de tantos años en México, diría que toda la vida casi”, afirma el
diestro caraqueño. “Llega el momento que hay que replantearse la vida mientras
podamos caminar con la frente y la moral en alto”, afirma. “En México, cada día
la fiesta se españoliza más y se reduce el mercado. En la plaza México siempre he dado la cara y
de hecho pertenezco al escasísimo circulo de toreros no mexicanos que he
recibido un rabo en el coso de Insurgentes. Pero eso no le dice nada a Herrerías,
quien me tiene vetado desde hace siete años”.
“Pero Dios es sabio y me ha puesto en el camino de
reorientarme, de buscar nuevos aires profesionales. Por ello les digo que me marcho
a Colombia con toda mi ilusión”. Nos dice que “allí tiene a un gran profesional
que es Luís Castro, matador, rejoneador, empresario y por sobre todo un ser
humano especial para el exigente mundo del toro”.
Refiere Benítez que ya ha estado en el campo bravo
colombiano, con ganaderos extraordinarios, afición entendida y que incluso ya
tiene el lugar donde fijará morada con su familia a escasos quince minutos de
Bogotá.
Por donde quiera que llegue a Colombia, por Bogotá o
por Cúcuta, avanzará el aguerrido caminante poseído por la impresión de
ascender a ese mundo taurino vecino al nuestro. Leonardo Benítez, el bautizado
León de Caracas, marca agradecimientos a Orlando Farot y a Juan Comella,
quienes le han dedicado su valioso tiempo, igual que Luis Castro en
Colombia. Y el veterano espada no
abandona a México definitivamente, porque si Antonio Barrera cumple su palabra,-nos
dice enfático- debería hacer paseíllo este mismo año en la Feria de
Aguascalientes, en Ciudad Juárez o Mérida.
Leonardo Benítez quiere llegar a la cumbre en la
sierra colombiana en un anacrónico exilio profesional. En México asentó la revolución y la lucha y
ahora en tierras neogranadinas con una afición bética quiere descubrir su nueva
madurez. Contundente decisión, firme y serena en un camino largo para volver a
empezar con ansias de novillero. Al León
de Caracas le espera la sabana de Bogotá, capital de su imperio en el exilio
taurino. Adelante Benítez. A seguir rugiendo….
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