En la entrada de esta corrida, en el apartado dedicado al
tipo de festejo, basta una palabra: «Miura». No hace falta especificar
más. Para el aficionado sevillano, éste es «el domingo de los Miura». En Cajasol, Rafael Peralta ha organizado una interesante exposición sobre «Miura y Sevilla». Son 75 años –desde
1940– de lidiar ininterrumpidamente en este coso. En un momento en el
que caen, sin motivo, tantas cosas, da gusto que se mantenga una
tradición tan noble.
Los toros de Miura, ya se sabe, tienen una acusada personalidad en
las hechuras, en el comportamiento, en cómo «aprenden», durante la
lidia; esta tarde, el segundo y el cuarto. Suelen ser largos, agalgados,
«como un tranvía» (dicen los taurinos). Con 600 kilos, algunos de los
que se lidian esta tarde parecen flacos...
Eduardo Dávila
hace el paseíllo sonriente, seguro de sí. Recibe al primero con buenas
verónicas. El toro puntea, busca por los dos lados, tiene guasa. Comenta
un vecino: «No conoce ni a los de la familia».
El diestro muestra su oficio y valor, le saca todo lo que tiene y acaba
buscándole las vueltas. Entra a matar con decisión pero la espada hace
guardia. Al cuarto, que va más largo, lo lidian bien Javier Ambel y
Joselito Rus. Eduardo le da la lidia adecuada: conduce las embestidas
con suavidad, logra naturales de mucho mérito, porque el toro va
desarrollando sentido. Agarra una gran estocada, sin puntilla: justísima
oreja.
Muy valiente
Manuel Escribano
«resucitó» en esta corrida, hace un par de años. Ha estado muy
valiente, ahora, con los Victorinos. Saluda con una larga en tablas al
segundo, que hace buena pelea en varas (se luce José Manuel Quinta).
El diestro protagoniza un tercio de banderillas desigual pero
emocionante: de poder a poder, con arriesgados quiebros; sobre todo, el
último, saliendo del estribo. Cuando para al toro con la mano, las palmas echan humo.
Recibe con dos muletazos cambiados al huracán que se le viene encima.
Comienza con buenos derechazos pero el toro desarrolla sentido: prueba,
mira, busca; no tiene, ya, ni un pase. Hasta hace hilo, al ver el estoque. Así son algunos Miuras... A la segunda, gran estocada.
El quinto, de 656 kilos,
sale parado, enterándose, se asoma por encima del burladero. Manuel
traga muchísimo a portagayola, se luce en otro tercio de banderillas de
gran aguante. Brinda a Dávila Miura.
Se dobla, aguanta coladas, logra tres derechazos lentos. Al final, ha
resultado noble pero había que estar tan firme con él como está
Escribano, que logra una gran estocada: oreja y petición de la segunda. Ha justificado plenamente su Feria.
Fandiño
necesita recuperarse, después de los seis toros de Madrid y de la tarde
gris con los de Torrestrella. ¿Pueden servir los Miuras de
«reconstituyente»? El tercero es muy pegajoso, busca, es andarín, vuelve rápido. (Tampoco se le da la lidia adecuada). Iván logra con esfuerzo algunos naturales y una buena estocada pero el toro no dobla y falla con el descabello.
Tampoco es fácil el último, aunque acuda de lejos al caballo (se aplaude a Manuel José Bernal). Fandiño está voluntarioso, sufre dos coladas, mata a la segunda. Creo que era ésta la primera corrida de Miura que
mataba y se ha advertido. Estos toros exigen una lidia distinta de la
que hoy es habitual, fuera de los consabidos derechazos y naturales.
Posdata. En la
antigua Venta de Antequera (donde Ignacio Sánchez Mejías y sus amigos
del 27 coronaron con laurel, a la manera clásica, a Dámaso Alonso)
íbamos, hace años, a ver los toros que se iban a lidiar, en la Feria. En
el cercado de los Miuras he visto yo a un sevillano, un hombre de
campo, diciéndoles piropos, por lo bajo, a uno de aquellos toros. Así
somos los aficionados, no «torturadores de animales», como creen los
antitaurinos.
Don Eduardo Miura, aquel caballero andaluz, estaría feliz, esta tarde, por el comportamiento de «esta gente» (así llamaba a sus reses) y por el éxito de Eduardo Dávila.
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