MUNDOTORO
Málaga (España).
Prevista como un evento, la corrida de los cuatro exiliados de Sevilla se habría quedado en tierra de nadie y en la memoria de ninguno. De los ochos toros, en la primera parte había roto a embestir uno, el cuarto, y no toda la faena. En la segunda mitad la cosa fue peor, pues los Jandillas y los de Daniel Ruiz fueron arruinando el toreo con su escasez de bravura y poca raza. De la clase, mejor no hablamos, porque fue casi inexistente. Un lote malo sin paliativos. Al rescate de la tarde, del evento, del público, de todo, surgió una faena grande, rotunda, esas que ponen a los cojones a servicio del toreo. Una de Perera a un toro de Daniel Ruiz de buen fondo, sí, pero para sacárselo. Faenón que incluyó dos volteretas severas, maltratado por un palco que mandó avisos a destiempo pues nada había que avisar.
Qué hay que avisar si el torero ya se iba derechito a por la espada, dos volteretones en cuerpo, borracho de haber toreado por abajo, largo, rotundo con derecha e izquierda. Qué había que avisar si ya se iba a por la espada luego de haberse jugado los muslos dejando muerta la muleta abajo, toro casi en escorzo con sus piernas. Los reglamentos tienen esas cosas que disparan contra el toreo y contra el espectáculo. Contra el público y el aficionado. Porque todo lo que hizo Perera a un toro castaño que parecía mas corto de cuello, algo abierto y astifino, que echó las manos por delante de salida y que nunca se empleó en varas, aportando mucho en banderillas, fue para darle en propiedad la Puerta Grande.
Con pases cambiados por la espalda, sin enmendarse, echando la moneda al aire pues el toro, poco picado, estaba como recién salido al ruedo, cara suelta y sin tirar para adelante. Lo hizo y sacó un gran fondo, pero el mérito de Perera fue sacárselo aguantando siempre a que metiera la cara, dejando la muleta como muerta, abajo, aguantando a que la volviera a meter en los vuelos. Se lo echó el toro a los lomos una vez, replicando el torero con más valor y más toreo por abajo. Hizo amago de rajarse, lo sacó de nuevo a los medios, recibió otra voltereta y replicó de la misma forma que antes. Una faena de capacidad, de toreo del bueno y de mucho valor. Espadazo caído, dobla el toro, lo levanta el puntillero, segundo aviso… Los avisos se hicieron para eso, para avisar.
Es redundante y estúpidamente reglamentario avisar a alguien avisado; el torero ya iba a por la espada. Es estúpido avisar sin tener la mínima sensibilidad de estar atento a cómo urge estar un torero tras dos feas volteretas. Es feo. Y lo feo, no cabe en el toreo. Como fue feo no devolver al segundo de Morante, un Jandilla rajado, casi aculado en tablas y sin fuerzas. Tenía motivos, había razones para ayudar al público, al aficionado, ya que la tarde iba de mal en peor. Pero, como el reglamento dice que, pues a joderse todo el mundo. Al aficionado que le den y al torero que le den. Ni un pase le pudo pegar Morante.
La corrida pudo ser de bronca. Fuerte. Porque, antes de la faena de Perera, sólo anotamos unas muy buenas embestidas de un colorado bajo y entipado, muy mimado en varas, al que Talavante toreó superior en tres tandas de órdago, dos con la mano izquierda y una con la derecha. Enganchando las embestidas, tirando el trazo con el cuerpo encajado, vuelos por abajo. Pero, en un terreno más cerrado, el toro comenzó a quedarse más corto y a reponer algo y la faena bajó enteros hasta pinchar. Podría haber cortado oreja. Y El Juli al segundo, de Daniel Ruiz, toro con movilidad sin clase por el pitón derecho y con una embestida más corta y echando la cara arriba por el izquierdo.
La faena fue a favor del toro: alturas, distancias, cites, que no tropezara. Una perfección de conocimientos a favor de que no desluciera más que para lucirse, porque, cuando el toro no tiene bravura ni clase, es difícil hacer el toreo bueno. Fue faena de convencer al toro y al público. Pero pintó dos veces. El segundo de su lote, con el hierro de Jandilla, sacó genio, se agarró al piso y se negó a embestir a pesar de la insistencia del torero, que se libró en un derrote a mitad de faena.
Un arrimón de Talavante serio y sin trampas al feo octavo, apagado y sin fondo, y un quite de Morante de echarse para adelante, de empujar al toro con pecho, brazos y muñecas sin que el toro quisiera romper, fueron notas destacadas. Muy sangrado el que abrió plaza, de Daniel Ruiz, le amagó protestas a Morante tras un bello inicio con un trincherazo lleno de torería. Eso y una advertencia o reflexión: que la tarde iba de verse las caras. Que cada vez que un torero pudo, fue a hacer su quite, Juli, Perera, Talavante, Morante. Pero sucede que Dios dispone y el toro, a veces, lo descompone. Sucede así en la historia del toreo de forma insistente. Sucede en corridas toristas, en corridas toreristas, y en todas las corridas istas que se anuncien.
Porque, visto lo del Domingo de Ramos en Madrid y lo de este Sábado de Gloria en Málaga, no existen los ismos. Lo que existe es el toreo bravo. Lo demás, pamplinas.
Plaza de La Malagueta. Festejo de Semana Santa. Lleno de no hay billetes. Toros de Jandilla -3º con el hierro de Vegahermosa- y Daniel Ruiz
(1º, 2º, 4º, 7º), de variada presencia y escasas opciones
principalmente por su falta de raza que les llevó a pararse o defenderse
según los casos. Morante de la Puebla, silencio y pitos; El Juli, ovación y silencio; Miguel Ángel Perera, ovación y oreja con fuerte petición de la segunda tras dos avisos; Alejandro Talavante,
aplausos tras aviso y ovación tras leve petición. Saludó en
banderillas Joselito Gutiérrez. Muy eficaz también José Antonio
Carretero con los palos en el quinto.
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