Capítulo III (primera parte)
Los toros en Portugal
“La ciencia de la Caballería ha sido siempre
atributo de los portugueses y fueron ellos
los precursores de los tratados de equitación
que sirvieron de base para la guerra
y las corridas de toros
Mascaren has Barreto Augusto
atributo de los portugueses y fueron ellos
los precursores de los tratados de equitación
que sirvieron de base para la guerra
y las corridas de toros
Publicado por. Hassan González
Autor: Don José Santos Alonso
Autor: Don José Santos Alonso
En
lugar del Cid, tienen a Gonzalo Vieges, que en el siglo XII, en 1144,
intervienen en Leso, en una “tourada”. Reyes y nobles, de D. Duarte a D.
Sebastián, del duque de Aveiro a Meneses, gustan de alancear y correr
toros, a los que rejonean también en el siglo XVI, en fiestas reales y
principescas. La diferencia esencial es que, así como nosotros, con
Felipe V nos desviamos del rejoneo y lo aplebeyamos más tarde,
cediéndole el sitio al varilarguero, primero, y al toreo de a pie,
después, en Portugal no pasó así, y no solo el señor no se baja del
caballo, sino que continúa en el, afinando, engrandeciendo este arte,
que prosigue como “eje primordial y fundamental de las corridas
portuguesas”.
Tuvieron
también sus “campiños” (sic) como auxiliares de los caballeros
rejoneadores; se guiaban por idénticos o muy parecidos preceptos de
honor en los empeños y socorros que los españoles, si acaso una mayor
licencia al acuchillar al toro y una más intensa preocupación por el
ceremonial y el barroquismo; cuentan así mismo con insignes tratadistas,
pero la prohibición de torear a caballo toros con puntas y el que la
tradición de amantes al caballo persistiera en sus reyes hasta bien
adentrado el siglo XIX, todo ello coadyuvó-tal escribí- “a que se
sintieran felices con su toreo ecuestre y no sopesaran la necesidad de
transformarlo en un toreo a pie”. Y si a todo esto le unís un
apasionamiento quintaesenciado por el arte de esquivar las embestidas de
un toro desde el caballo, y el que cuando la monta a la brida se impuso
brillaran los caballeros ecuestres y rejoneadores de la altura estelar
de un Marqués de Marialba, seguido del Marqués de Vimoso, o un Marqués
de Castell-Melhor, comprenderéis que aquella llama prosiguiera más viva e
intensa, si cabe.
En
Portugal ni la bulas papales, ni la decadencia de la caballería
afectaron la práctica de rejoneo que se adoptó como fiesta nacional, con
la modalidad de aserrar las astas de los toros, lo que se llevó a cabo
por decreto del Rey Don Pedro II. Medida que perduró hasta la muerte de
este soberano hacia el año 1706, y que fue instaurada definitivamente
cerca de cincuenta años más tarde, por la infausta muerte en el ruedo de
Don Marcos de Noroña, Conde de Arcos. Posteriormente fue abolida la
muerte de los toros en las corridas, por decreto de la reina Doña María
II, en el año 1836, dándole de esa manera una modalidad muy particular a
la “Tourada Portuguesa” usanza que prevalece hasta nuestros días. Esta
continuidad en la práctica del toreo a caballo permitió perfeccionar la
equitación clásica, así como el propio toreo ecuestre, gracias al
adiestramiento equilibrado y al academismo de la equitación lusitana,
que permite el dominio absoluto de los caballos por medio de métodos
racionales, así como al intenso trabajo de picadero, prácticas muy
apartadas de la rusticidad y brusquedad campera española, esto aunado a
la sensibilidad de sus jinetes, a la habilidad para entender el juego de
los toros y la pureza clásica de realizar las suertes, a las cuales se
otorga gran valor.
No
es de extrañarse que los portugueses sean los pioneros de la técnica
del toreo a caballo, pues siendo la ciencia ecuestre atributo de los
lusitanos, fueron ellos los precursores de los tratados de caballería
que evolucionaron el rejoneo y de los cuales podemos mencionar el
tratado de equitación escrito en el año 1435 por el Rey Don Duarte,
apodado “El Caballero de la Elocuencia” e intitulado “Libro de la
enseñanza del arte del bien cabalgar a toda silla” y el escrito en el
año de 1547 por Duarte Madeira, titulado “Arte de la Caballería”, así
como el primer “Tratado de la Jineta” de Don Francisco de Galvao,
escrito por Don Antonio de Andrade el año 1678 que se trata ya sobre la
lidia de los toros, sin embargo lo más sobresaliente de esta obra, es
que este autor precede 170 años al autor y equitador francés Francisco
Baucher, en las enseñanzas que revolucionaron la equitación “moderna” en
la última década del siglo XIX y se revela como el verdadero precursor
de la misma, merece mención especial Don Manuel Carlos de Andrade, quien
fue discípulo del Marqués de Marialba y autor del famoso tratado de
equitación “Luz de la Liberal y Noble Arte de la Caballería” editado el
año 1790, el cual trata de los mismos principios ecuestres que llevaron
al arte de la equitación a la categoría de ciencia, y que dedicó a
su soberano Don Joao VI, príncipe de Brasil.
Fue
precisamente en el siglo XVIII cuando alcanzó su apogeo la equitación
en Portugal con maestros como el mencionado Marqués de Marialba, el
propio rey Don Joao V, Don Marcos de Noronha Conde de Arcos, hijo del
Marqués de Marialba, muerto trágicamente en un festejo taurino en
Salvaterra de Magos en 1762; Don Miguel, Marqués de Arronches, hermano
del rey Don Joao V, Don Luis Dos Santos Torrado, Don Manuel Dos Santos,
don Rodrigo de Castro, conde de Unhao, y Don Rdrigo Quaresma, maestro de
la picaría real, por solo mencionar a unos cuantos de los que registra
la historia del toreo en Portugal del siglo XVIII.
Don Pedro de Alcántara y Menezes, Marqués de Marialba, una figura tan destacada en la equitación del siglo XVIII, que el toreo ecuestre fue designado como "Arte de Marialba" |
Posteriormente,
durante el siglo XIX la historia registra más de medio centenar de
caballeros rejoneadores que le dieron continuidad a este arte, entre los
que se cuentan los mismos reyes Don Joao VI, Don Pedro IV, el rey don
Miguel, el rey don Carlos y don Manuel II, así como innumerables
miembros de la nobleza, militares y maestros de caballería.
En el siglo XX surgen en Portugal caballeros de la talla de Victorino Froes que
logró el renacimiento del toreo de frente que se practicaba en los
siglos XVII y XVIII, posteriormente en desuso por la costumbre de
reciclar los toros. Lo que consiguió a principios del siglo, en una
corrida de beneficiencia en la que puso todo su empeño y todos los
medios a su alcance, empezó por entrenar sus caballos para la suerte de
caras, se esmeró en la selección de los toros, los cuales escogió de una
línea de jaboneros de la ganadería del rey Don Carlos por ser estos los
más suaves y de mejor estilo de la citada vacada.
También
con el objeto de no dejar nada al azahar, se hizo acompañar del matador
español Ricardo Torres “Bombita” que serviría como peón de brega. De
esta manera se retomó el toreo de antaño, siendo esta corrida el
parteaguas entre las corridas con toros toreados y las suertes a la
media vuelta, y las corridas con toros limpios y las suertes de frente.
Esto entusiasmó en grande a los jóvenes rejoneadores de aquella época,
entre quienes se destacaron Antonio Luis López (que fue el primer rejoneador portugués que pisó ruedos mexicanos), Ruy da Camara y Joao Branco Nuncio que
percibieron en la suerte de caras, el futuro y la renovación del toreo a
caballo, lo que hizo que adoptaran esa forma de torear, exigiendo en lo
sucesivo toros limpios, lo mismo hizo David Ribero Télles, quien fue discípulo de Antonio Luis López.
Sin embargo, Joao Branco Nuncio fue
el auténtico caballero tauromáquico que impuso la lidia del toro puro y
practicó como ninguno la suerte de frente, creó la suerte al sesgo que
es una variante de la suerte de caras (el toreo de caras es el toreo de frente) y
fue precursor de la lidia sin la intervención de peones, fue un torero
genial, primerísima figura del toreo ecuestre. Debutó como “amador” (palabra para definir a los caballeros que practican el toreo por amor al arte, o sea aficionados, novicios) en 1914 y recibió la alternativa en 1923 de manos de Antonio Luis López.
Dio
por terminada su carrera en 1964 a los 41 años de haber recibido la
alternativa, sin embargo, contaba con 72 años cuando celebró el 50°
aniversario de su doctorado, con una corrida en Lisboa en la plaza de
Campo Pequeño, llamada la catedral mundial del toreo a caballo, en la
que alternó con lo más selecto de la torería ecuestre mundial y algunos
de sus discípulos, dio la alternativa a los siguientes caballeros: Dr.
Fernando Salgueiro, D. Vasco Jardim, Eng. José Rosa Rodríguez, D.
Francisco Mascarenhas, Francisco Murteira Correia, Francisco Sepúlveda,
Gastón Santos, Eng. José Barahona Nuncio y Eng. José Samuel Lupi, de los
cuales fueron sus discípulos, Vasco Jardim, José Rosa Rodríguez,
Murteira Correia, Gastón Santos, y su hijo José Barahona Nuncio.
Toreó
en la plaza de Lisboa 184 corridas a lo largo de sus 41 años de torero
de alternativa, como toreaba por el gusto de hacerlo, cuando su cuadra
no garantizaba el éxito, sencillamente no lo hacía; fue ese el motivo
por el cual no toreó las temporadas de 1956 y 1957 en “Campo Pequeño”.
Toreó en total 901 corridas, 879 en Portugal y 22 en España. El toreo de
Nuncio puede ser comparado con el toreo rondeño por su sobriedad y
sobre todo por su eficiencia, su estilo de interpretar el toreo choca
con el de otro enorme torero: Simao da Veiga, el cual daba a su toreo el
cuño de la graciosa escuela Sevillana. Nuncio, más serio y reposado y
Simao más alegre y dinámico.
Las
épocas más brillantes del toreo, desde que Pedro Romero y Pepe Hillo
escribieran su primer capítulo, giran en torno de las competencias entre
las parejas rivales, que dividen a los aficionados en partidos de
fanáticos y dan vida y entusiasmo a las corridas de toros. La pasión en
el ruedo se refleja en la actitud de los simpatizantes de cada torero y
cuando en la arena se enfrentan los rivales los admiradores
Joao Branco Nuncio, impuso la obligación de lidiar toros "limpios" lo que permitió reanudar la práctica del toreo de frente. |
hacen
suya la lucha de los mismos. Si se quita a la fiesta esa faceta
pasional, decae su ritmo, por falta de figuras que enciendan y mantengan
la llama de la emoción. Como se ha comprobado muchas veces en la
historia de las arenas. Con Simao y Nuncio se presenta con todo
esplendor el caso más relevante de contraste que en nuestras plazas de
toros se había registrado.
A
los 75 años, Joao Branco Nuncio se encontraba montando a caballo en la
quinta da Broa propiedad del famoso criador de caballos lusitanos y gran
amigo del maestro, D. Manuel Veiga, lugar que había escogido para
preparar su regreso a los ruedos, de los que se había “retirado
definitivamente” y a los cuales se veía obligado a regresar, ahora ya no
por el placer de torear, que fue la motivación que lo inspiró toda su
vida, sino por motivos económicos ya que la política de reforma agraria
implementada por la revolución del año de 1974, llamada los claveles,
había confiscado sus bienes y le era preciso torear para ganarse la
vida.
Ahí
en el picadero de la casa Veiga, montando sobre los lomos de un
caballo, uno de esos nobles brutos con los que tantas glorias compartió,
como los inolvidables Pincelin, Santander, Sultán, Lidiador, Ribatejo,
Garoto, Gaiato y Relámpago con las espuelas puestas, lo sorprendió la
muerte. De Nuncio dijo Juan Belmonte después de mirarlo torear en
Sevilla la tarde del 10 de Octubre de 1929, “Nunca supuse que fuese
posible torear así, he visto muchas corridas a la portuguesa, asistí en
España al trabajos de buenos “rejoneadores” portugueses, más, como Joao
Nuncio no hay nadie, enorme, divino.
Sería impensable no mencionar a la pléyade de rejoneadores lusitanos como el maestro Simao Veiga,
hijo del rejoneador del mismo nombre, quien fue el rival de siempre de
Joao Branco Nuncio y uno de los más renombrados caballeros tauromáquicos
lusitanos de todos los tiempos. Nació en la Villa de Lavre, consejo de
Montemor-o-Novo, el 22 de Junio de 1903, fue miembro de una familia de
terratenientes, criadores de caballos y toros.
Su
padre, del mismo nombre, fue caballero de alternativa maestro de
Simao, quien más tarde fuera gran maestro del toreo a caballo. En su
adolescencia aprendió a torear a pie en algunas ganaderías españolas.
Debutó como caballero practicante en Montemor el 5 de Julio de 1915 a
los 12 años de edad, tomó la alternativa el 12 de Julio de 1922 en la
plaza de Campo Pequeño de la ciudad de Lisboa apadrinado por su padre.
Debutó
en España, en la plaza de Barcelona, el 13 de Junio de 1924, alternando
a caballo con su padre en una corrida celebrada en homenaje a los reyes
de Italia. Se presentó en Madrid el 19 del mismo mes y año y desde
entonces toreó varias temporadas en España alternando con Antonio Cañero
y toreando toros en puntas.
En
1972, toreó 30 corridas en España, gracias a un gran triunfo que tuvo
en Sevilla el año anterior. Su dilatada presencia en España deslindó la
diferencia entre el toreo a caballo Lusitano y el Español, dejando de
manifiesto la superioridad del primero. Fue uno de los más populares
rejoneadores de Portugal y España, donde se adaptó con mucho éxito al
rejoneo a muerte, matando los toros a caballo o lidiándolos para
matarlos pie a tierra cuando le fue menester.
Vino
a México la temporada 1937-1938, debutó en Tampico el 21 de Noviembre
de 1937 y se presentó en “El Toreo de la Condesa” el 2 de Enero de 1938,
toreó 7 corridas en esta plaza y 8 en provincia en las plazas de
Monterrey, Puebla, Torreón, Morelia, San Luis Potosí, Tijuana y
Guadalajara, dejando una indeleble huella en este país. En 1946, viajó a
Venezuela para torear en Caracas.
Fue
el primer caballero portugués de renombre internacional, triunfó en
España y México. Pero lo más trascendental de su carrera fue la
sostenida competencia que mantuvo con su colega y amigo Joao Branco
Nuncio desde 1936, a lo largo de dos décadas, en las cuales la afición
lusitana estuvo dividida entre estos dos colosos del toreo a caballo,
los cuales interpretaban el toreo de formas diferentes, Nuncio, clásico,
puro, elegante y Simao, variado e improvisador. Permaneció en activo
hasta su deceso, acaecido el 16 de Agosto de 1959, en el Hospital del
Montepío, donde fue internado el día anterior, por motivo de un infarto
cardiaco que sufrió toreando en la plaza de Caldas da Rainha, en la que
alternaba precisamente con Joao B. Nuncio. Murió a los 56 años en plena
madurez taurina, como los antiguos adalides, oliendo a guerra y con las
espuelas puestas.
Simao da Veiga, rival habitual de Nuncio y Cañero, fue uno de los caballeros lusitanos de más fama, murió prácticamente toreando, en la plaza de Caldas da Rainha. |
Los legendarios caballeros tauromáquicos Simao da Veiga y Joao Branco Nuncio dando vuelta al ruedo para agradecer el reconocimiento de los aficionados. |
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