Los novillos del Montecillo,
triunfadores el pasado San Isidro, serios, encastados, no han dado
facilidades: complicados, primero, tercero y cuarto; manejables,
segundo, quinto y sexto.
Martín Escudero,
de Galapagar, tiene evidentes cualidades (parece que va a tomar pronto
la alternativa). Creo que le perjudica la excesiva influencia de su
paisano José Tomás.
El primer novillo mansea, se quiere quitar el palo, se mueve en
banderillas. El diestro, valiente, vertical, aguanta las fuertes
embestidas sin llegar a dominarlas. En una serie al natural es cogido dramáticamente y pasa a la enfermería, inconsciente.
Teníamos buenas referencias del limeño Joaquín Galdós. En su primera chicuelina, al segundo, casi es herido. En el tercero, sale muy decidido, por verónicas, y es cogido antes de que aparezcan los picadores. También lo llevan a la enfermería inconsciente, igual que a su compañero.
¡Vaya trago!
Se ha quedado solo en el ruedo, tiene que lidiar seis novillos Francisco José Espada, de Fuenlabrada, discípulo de César Jiménez. ¡Vaya trago! Pero también es una gran oportunidad. Su apellido no le sirve: el mal manejo de la espada le priva de abrir la Puerta Grande.
Se limita a matar al primero, de Martín Escudero. En el segundo, que le correspondía, muestra su actitud yéndose a portagayola: con ese gesto, se gana al público. El toro va bien, flaquea un poco: logra una faena aseada, con templados muletazos, que levanta aplausos del público (y de «la pública», dirían algunos de nuestros políticos). Mata con habilidad.
En el tercero, está ya solo en el ruedo, en un clima de angustia. Como el novillo se queda corto y cabecea, la gente teme que sufra él también un percance y se tenga que suspender el festejo. Mata mal.
El manso salta la barrera
El cuarto es un mansazo espectacular
que, después de varios intentos, logra saltar la barrera y sigue
barbeando tablas pero mejora algo en la muleta. El diestro se pelea con
él por bajo, levantando una gran ovación; resuelve con habilidad momentos de apuro; logra algún natural bueno. La gente, lógicamente, está con él. Mata a la segunda: oreja.
El quinto embiste con fuerza y con nobleza. Espada, que ha brindado al público, lo aprovecha, logra los momentos más brillantes de
la tarde: aguanta parones, metido entre los pitones; le aplauden la
colocación. Agarra una estocada pero queda algo baja y el presidente no
concede la oreja, pedida con fuerza.
(Creo que entra a matar adelantando a la vez los dos brazos, sin
cruzar. Y lo decía la frase clásica: «Al que no hace la cruz, se lo
lleva el diablo»).
Otra voltereta
Siguen empujándolo en el último, que brinda al doctor García Padrós.
El novillo embiste con emoción, le da un pitonazo en la rodilla; al
final, lo entrampilla y sufre una voltereta. Pero mata muy mal.
Sólo la espada ha privado a Espada de abrir la Puerta Grande,
por el conjunto de su actuación. Pero esta tarde dramática, que ha
podido ser su tumba profesional, por el difícil reto, ha supuesto su nuevo lanzamiento. Así es el toreo.
Postdata. El miércoles, en el Congreso de los Diputados, se presentará una proposición no de ley –a iniciativa de Juan Manuel Albendea–
para garantizar que los aficionados puedan asistir pacíficamente a las
Plazas o a cualquier acto taurino. Se debía haber hecho antes pero «todo
está bien si acaba bien». Exigimos respeto para nuestra Fiesta. Es una
cuestión de libertad.
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