Estas figuras han suscitado un ambiente taurino tan cargado que conviene seguir el consejo de Ramón Pérez de Ayala, para cualquier experiencia estética: intentemos disfrutar (o no) de lo que vemos, sin ideas preconcebidas.
Comparece por primera y única vez en la Feria Morante de la Puebla,
que levanta pasiones a favor y en contra. Esta tarde no es de las
buenas suyas. El primero sale ya embistiendo con suavidad, le alivian el
castigo pero queda muy paradito. Es muy torero el comienzo de la faena,
con pases de tanteo por alto. Dibuja algún muletazo,
de uno en uno, pero también surgen enganchones. El toro se para y el
diestro da por concluida su tarea, matando con habilidad. Ha habido
detalles preciosos... pero solamente detalles. Recuerdo la conocida
canción: «Todos queremos más». Y tiene razón el público, que lo pide al
que puede hacerlo.
En el cuarto, traza verónicas muy estéticas,
con el mentón clavado en el pecho. El toro flaquea, se para. Apunta
algún muletazo pero la res cae, surgen enganchones y corta por lo sano.
La facilidad para matar evita que la bronca sea grande. Ya no volverá a
torear en Las Ventas, esta temporada, y no ha pisado la arena del coso
sevillano. Para una primera figura, es demasiado poco. Pero no es el
único que lo hace...
Los quites
El segundo, protestado de salida por algunos, echa las manos por delante, renquea, se queda casi sin picar. Quita El Juli por chicuelinas
y replica Castella por el mismo palo. (¡Hay muchos más quites, por
favor!). El diestro muletea fácil pero sin emoción alguna, por la embestida mortecina
y claudicante de la res. Pincha antes de la estocada trasera, con
salto. El vecino que salió a recoger a su mujer no se ha perdido nada.
En el quinto, que mansea de salida, la lidia es desordenada. Quita El Juli por verónicas y, luego, con el capote a la espalda.
El toro va bien pero tiene las fuerzas justas. Julián hace el esfuerzo,
logra algunos derechazos pero la res flaquea. Siempre lo repito: un diestro dominador
necesita un toro que necesite ser dominado. Surge la división. Un
desarme acaba por hundir la faena. Mata otra vez trasero, con salto.
Aquí no ha pasado nada... nada de lo que debía pasar.
A cámara lenta
A Castella
le tocó el jueves pasado el magnífico sobrero «Lenguadito» y lo saboreó
a gusto. Esta tarde, la fortuna le da otro toro ideal para la muleta,
el tercero, «Jabatillo», colorado, de 525 kilos.
(Mi vecina quiere comprar lotería con este torero). Muestra ya su
calidad en las verónicas de recibo, a las que contesta Morante, con una
hermosa larga. El toro sale huyendo del caballo y se duele en
banderillas pero es magnífico para la faena de muleta: es noble,
humilla, repite, transmite emoción.
¡Una maquinita de embestir! El comienzo de faena, con los habituales cambiados, queda impecable, y se suceden series muy lucidas, por los dos lados; algunos naturales, largos y a cámara lenta.
Aunque la estocada queda baja, el público exige las dos orejas y se
concede también la vuelta al toro (protestada por algunos).
El sexto se mueve pero flaquea. El comienzo de Sebastián,
sentado en el estribo, no parece el más adecuado. El toro no humilla
nada, le pone los pitones en el pecho. Castella se justifica con valor, pasa momentos de apuro, mata caído.
Una salida en hombros y una vuelta al ruedo a un toro:
en Las Ventas, no es nada frecuente. Castella ha tenido el santo de
cara, ha estado hecho un jabato con este «Jabatillo»: sin diminutivos,
como un héroe de tebeos. Su paso por la Feria está siendo inmejorable. Y todavía le queda una corrida: ¡que siga la racha, en los sorteos!
Postdata. En el
centenario de Orson Welles, «el Genio», acaba de publicarse en España
su novela «Mr. Arkadin». En el prólogo, señala Juan Cobos que, en su
biblioteca personal, tenía el tratado de Cossío, biografías de varios
toreros y antologías de poesía taurina (y la maravillosa crónica de
Indias de Bernal Díaz de Castillo, que tantos españoles desconocen). En
la novela, leo esto: «He visto a toreros en España, que perdían, a causa
de la mirada de una mujer, toda prudencia, toda conciencia del
riesgo... Podía ocurrir que tan desatinada audacia les valiera el
triunfo, que el toro se dejara dominar, vencido». Y elogia la belleza
del sol poniente, «del color de la sangre de toro».
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