Los toros del Puerto de San Lorenzo,
justos de fuerza y casta, tienen el denominador común de la
mansedumbre, en distintos grados de dificultad. Sólo el sobrero último
ha permitido una faena lucida de Luque.
Antonio Ferrera,
triunfador en Sevilla, no tuvo suerte el pasado martes. Tampoco la
tiene esta tarde. El primero flaquea, se mueve pero es soso y rajado.
Antonio está correcto técnicamente. El cuarto es un manso brusco, con
peligro sordo. Aguanta una barbaridad en banderillas. El toro huye a chiqueros, espera detrás de la mata. El diestro, con valor sereno, arranca algún natural de mérito pero no se lo agradecen.
El segundo es otro «medio toro» (un género ahora tan frecuente), manejable. Abellán está firme, logra reposados naturales y mata con decisión. El quinto es un buey huido que no se presta al lucimiento. Lo intenta, dándole distancia, pero pronto desiste. Vuelve a matar con facilidad (lo mejor de su actuación).
Constante pelea
Debuta en la Feria Daniel Luque,
que el pasado año logró, por fin, abrir la Puerta Grande madrileña. El
tercero es un manso que huye a chiqueros pero embiste con suavidad. La
faena es una constante pelea por sujetarlo, dejándole la muleta en la
cara; aprovechando las huidas del toro, dibuja algún muletazo con garbo.
A la hora de matar, encerrado en tablas, lo pasa mal. Al sexto, un
sobrero de Pereda, lo recibe con aceptables verónicas, que toma a
regañadientes, con la cara alta: así va a seguir, toda la faena. Dándole
distancia, logra buenos muletazos hasta que el toro tropieza la muleta y su defecto se acentúa. Estocada con muerte espectacular: petición y vuelta. Sin trofeos, se ha justificado.
Con este desfile de mansos, no se debe extremar el rigor pero sí pedir la lidia clásica que
estos toros tienen: moviendo el caballo, aligerando las suertes,
utilizando las querencias... Pero esto ya –como en el bolero de maría
Dolores Pradera– «no se estila». Por desgracia.
Postdata. Critican algunos la presencia de diestros que no son figuras pero también censuran la repetición de los mismos nombres. ¿En qué quedamos?
Lo tradicional era combinar, en un cartel, a un veterano, un diestro en
plenitud y un joven que viniera «arreando»: ahora, se diría que es un
cartel «no rematado». No hay riesgo de que suceda: las figuras quieren
torear entre ellos, en un coto cerrado,
para garantizar mejor entrada y eludir enojosas competencias. Los
carteles, ahora, se dividen netamente en dos categorías: de primera y de
segunda. Eso no es bueno para la Fiesta. Deben torear en las Ferias, en
los buenos carteles, los que se lo han ganado en el ruedo.
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