El cartel que repite triunfos en Pamplona desde hace cinco años pierde con el rejón de muerte el premio a una tarde más que brillante
MARCO A. HIERRO
El toreo es así de injusto. La afirmación es tan tópica como real, por eso hay que concluirla asegurando que es precisamente eso lo que hace a este espectáculo así de hermoso. Argumentos hubo para salir con pelo en las manos, igual que hubo cuatro toros para bordar el toreo.
Lo bordó Pablo Hermoso, que al tran tran es capaz de conmover una plaza tirando de facilidad lidiadora, de temple innato y de elegancia en la monta. Pero, además, puso en escena a un Disparate que cada vez es menos novedad y más mito y a un Berlín que va por el mismo camino. Porque tiene elasticidad para lograr remontes en décimas de segundo que proceden de su origen hannoveriano, más encaminada esta raza a la monta deportiva que al toreo. En las manos de Pablo, con su alquimia experimental, las actuaciones de Madrid y Pamplona coronan a este joven equino como una de las promesas más firmes de las futuras leyendas de Marialva. Y, aún así, se fue Pablo andando, con una oreja en su tierra. El toreo fue, sin duda, mayor que el premio.
Como lo fue el de un Sergio Galán muy poco acostumbrado a no pasear el anillo de Pamplona con un despojo en la mano. Lo provocó el mal uso de un rejón que hubiera hecho justicia a la elegante y pura técnica que exhibió para lidiar al segundo, el peor del encierro de Capea. Y también lo provocó con el quinto el acero hoy malhechor, porque se hubiera premiado la extraordinaria agresividad de Ojeda para enfrontilar el morro con el del amplio bovino y la pasmosa facilidad de Apolo para permanecer con valor con los posteriores a dos cuartas de los cuernos y ofrecerse entero después, por dos veces, en dos emotivos pares a dos manos. Este quinto hasta se echó, acusando el peso, pero no fue malo. Sólo en su momento final le enseñó la cruz al taranconero, suficiente para que se fuera a pie.
De la misma manera que se fue un Roberto Armendáriz que expuso tal vez más de la cuenta en sus dos oponentes y que permitió en ocasiones que tocasen los pitones las ancas de los caballos. Arriesgó con caballos nuevos que dieron la talla y mostraron valor, como Bombón. Pero fue con el alazán Grano de Oro, una de las estrellas de la cuadra del navarro, con el que alcanzó mayor acople y también mayor conexión con un tendido que vibró con los ajustados embroques. Hasta se atrevió a emular a Pablo con las hermosinas al primero y expuso cabalgaduras a los arreones del sexto para lograr el triunfo en su más clara oportunidad de la temporada. Pero se fue andando, y hoy era esa la noticia.
Lo era porque la Meca respeta el triunfo en la arena, y repite un cartel tantas veces como haga falta porque no toca lo que funciona. Hoy se fueron los tres a pie, pero el cartel funcionó en el lleno, en las palmas y en las emociones. Sólo queda saber si tendrá continuidad el cartel que más la ha gozado en la historia de esta plaza.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Feria de San Fermín, segunda de abono. Lleno en los tendidos.
Seis toros de Capea, con volumen en la hechura y desigualdad en el comportamiento, venciendo las virtudes a los defectos. De gran ritmo, entregado y noble el buen primero; manso, distraído y sin celo el deslucido segundo; bravo, galopón y con calidad el codicioso tercero; templado, con ritmo, celo y bravura el gran cuarto; noble y con calidad de fuelle muy justo el quinto; deslucido y sin raza el sexto.
Pablo Hermoso de Mendoza: silencio y oreja.
Sergio Galán: silencio y ovación.
Roberto Armendáriz: ovación y silencio.
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