Aunque sí nació la admirable «furia» del titán Perera.
Sus escenas encendieron al respetable, que tiró de amor propio y arrasó
como una apisonadora. Tres orejas para Perera y una para El Juli fue el
balance. Miguel Ángel se merendó la tarde y se ganó al personal, a
cercanos y extraños. Aplaudían puestos en pie desde su mujer y sus
suegros a Revilla, entusiasmado con el arrimón que el pacense se pegó en
el cuarto. Antes había calentado las palmas mientras trenzaba unos
pases cambiados en el mismísimo platillo sin inmutarse. Y de ahí al
toreo largo y de mano baja, de poderío y temple. Hasta que «Miliciano»
se fue apagando y se metió en terrenos que no eran ojedistas sino
pereristas. ¡Tremendo! Qué manera de jugar para acá y para allá con el
toro hasta despojarse de la ayuda y marcarse unas luquinas. Enterró la
espada y los tendidos se colmaron de blanco. Dos orejas de unánime solicitud.
Ahí se encendió la corrida
y se despertó la «furia» del otro titán, que ganó terreno en las
lucidas verónicas de la bienvenida al quinto y alegró con las zapopinas
del quite al pueblo. Prometieron los doblones señoriales de El Juli y
las siguientes tandas diestras de templanza y mando. Pero luego la obra y
la embestida se sucedieron entre irregularidades con un garcigrande con
su casta. La efectiva estocada, sin ser perfecta, dio paso a la
petición del doble premio, pero se quedó en uno.
Antes, con el que abrió plaza, dejó apuntes de su sapiencia. Este toro enseñó contadas fuerzas desde el capote, donde Julián dejó dos medias suaves,
como la del broche en el quite por chicuelinas de compás semiabierto.
Con técnica lo fue haciendo poco a poco a derechas y se entretuvo menos a
izquierdas, con Eolo molestando más que en pasadas tardes. A la madre y
el padre del viento mentó el madrileño cuando se disponía a torear al
tercero, en el que quiso imponer su ley hasta meterse entre los pitones
con el animal ya sosaína. Finalizó con personales manoletinas pero no
anduvo fino con el acero, que le cerró la salida a hombros.
Perera había estrenado el marcador con el segundo, al que
saludó con variedad: lances a pies juntos, tafalleras y ceñidas
gaoneras. A por todas, echó las dos rodillas por tierra en un nudo de
muletazos en los que aguantó una enormidad. Ya erguido rotó como un compás a derechas y voló con firmeza los naturales.
A babor y estribor, por delante y por detrás, se hartó de torear al
sexto -era su tercer brindis al público- hasta abrochar en sus
dominadoras cercanías. La estocada le privó de al menos un galardón más,
pero la puerta grande ya era del titán de Puebla del Prior.
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