Algunos de los más de cuatro mil aficionados que
se citaron en la Monumental iban pertrechados con sus chaquetas, pero
otros muchos acabaron con la carne de pollito en esa largura de tarde
que conducía a la nada. Fallaron los toros de Lagunajanda, que se estrenaron gafados. El primero se partió el pitón contra el peto y Julio Parejo decidió
correr turno. El confirmante recibió con ganas al noble «Mareado», que
quería embestir pero no podía con su alma, aunque a media altura logró
sostenerlo en momentos aseados. Luego, con un serio remiendo de El Risco, comenzó
con su aquel, pero no fue posible brillar ante un animal justo de
fuerzas con el que no terminó de hallar el temple medio requerido.
Qué vendaval no soplaría que hasta se volaban los números de la tablilla.
Las ocho menos cuartos marcaba el reloj cuando apareció el segundo bis,
sustituto de un inválido que había derribado al picador. Prometió el
arranque de faena de Domingo López Chaves,
con emotivos doblones. Ahí se fulminó casi la esperanza, porque
«MuchoRomero» iba con la cara alta y se revolvía, y el charro mostró
disposición relativa. Mucho más entregado y crecido anduvo con el sobrero de Conde de la Maza,
que mosqueó a un sector por sus bastas hechuras. Luego, pese a no ser
franco, brindaría ciertas opciones gracias al oficio del salmantino.
Chaves se afanó por agradar en una faena in crescendo, con muletazos que calaron, como unos naturales de uno en uno, aprovechando el medio viaje y con el conde revolviéndose. No le importó al torero, cada vez más crecido y meritorio; incluso se gustó en los últimos compases, pero mató mal y eso abortó la petición de oreja.
Víctor Janeiro
fue el único que mató su titular en la primera parte, aunque ese rival
también debió ser devuelto. Brindó al público, esperanzado en sacarle
partido, y esbozó algún muletazo suelto. El quinto no se empleó en los
principios, con la cara alta y complicaciones, más aún con ese huracán y
la no sobrada técnica del hermano de Jesulín,
que se encontraba en el callejón. El de Lagunajanda, el de mayor
transmisión, exigía poder y mando, pero eso casi no sucedió en la
esforzada y deseosa labor de Janeiro.
Apenas hubo toros, pero apenas hubo tampoco buena
colocación ni se pisó el sitio en una tarde tan larga que, como me dijo
un taxista, poco más y les canta el gallo. Lo que sí cantó fue la
gallina. La de la piel, digo.
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