El riojano entusiasma en su confirmación en la Monumental y pincha una faena de triunfo
Diego Urdiales, en un sensacional muletazo pleno de sentimiento - Luis F. Hernández
Guillermo Leal México D.f.
Hoy se darán cuenta, espero, de que hay veces que el toreo es injusto. Y lo ha sido con Diego Urdiales, un hombre al que apenas le está haciendo justicia el esfuerzo de 16 años.
La vida le dio la oportunidad de que el México taurino, un país donde era un desconocido pese a haber toreado dos novilladas a finales de los noventa, amanezca este lunes hablando de él.
La personalidad que le imprimió a su faena, con la quijada clavada en el pecho, la mano baja, la cintura acompañando y ese temple que no es fácil conseguir cuando no se conoce al ganado mexicano, sorprendió a la Plaza México, que terminó entregándose al diestro español como pocas veces se ha visto con alguien que llega a debutar.
No es un joven, pero es en este momento sí una importante novedad, porque la faena que consiguió tan rotunda cautivó al público, pues además aprovechó cabalmente la nobleza, calidad y bravura de un muy buen toro de Bernaldo de Quirós.
Cuánto sentimiento puede caber en un hombre tan pequeñito como Urdiales, quien ayer se puso a tono con la plaza más grande del mundo. Sus muletazos por ambas manos construyeron una labor que entró a los aficionados por los ojos, inundando el alma y el corazón.
Que falló con la espada, sí, fue una mala pasada, pero la vuelta al ruedo emocionada que dio nunca se le olvidará al riojano torero, que confirmó la alternativa y todavía en su segundo realizó una faena valiente, también empañada con la espada.
La salud le jugó una mala pasada a Enrique Ponce que, sin saberlo, le abrió el camino a un torero al que allá en España las mismas figuras tampoco le dan mucho cartel.
A veces el público es veleidoso. Pidió primero una oreja para Fermín Rivera y luego algunos la protestaron, pero el premio para el torero potosino no tenía por qué cuestionarse.
Se salió de su estilo artístico y quizá por ello al público le pareció rara su faena, pero no había de otra. El toro, si no le pone Fermín el cuerpo en los pitones, no iba a entregarse. Así consiguió una meritoria faena.
Duros estuvieron los aficionados con Armillita IV para quien fue el lote malo. El joven mostró voluntad y cuando injustamente le protestaban en el sexto, se volteó al tendido, abrió los brazos para que le explicaran la actitud y fue peor porque le cayeron encima. Sin embargo Fermín Espinosa tiene mucho qué decir.
Con unos catorce mil espectadores, aproximadamente, se lidiaron seis toros de Bernaldo de Quirós, dos de ellos en el límite del trapío. El resto, de armoniosas hechuras, bien presentados.
Destacó el primero que tuvo nobleza, calidad y bravura buena. Dejó muy alto el listón y el resto ya no fue igual. Sin embargo, el cuarto y el quinto se dejaron torear, uno más enrazado y el otro con claridad, dejándose que se pusiera el torero cerca. Fernando de la Mora crió un toro para rejones que fue bravo y emotivo.
Diego Urdiales: vuelta al ruedo en el de la confirmación de alternativa y ovación.
Fermín Rivera: un aviso y oreja.
Armillita IV: silencio tras aviso y silencio.
Alejandro Zendejas (rej.): palmas.
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