lunes, 29 de febrero de 2016

PINCELADAS TAURINAS TOVAREÑAS



 Eduardo Soto, A.T.T.
Hace un montón de años,  existía en la calle real de Tovar una Joyería que llevaba el apellido de su dueño, Don Cosme Omaña, aficionado taurino que solía donar todos los años el  trofeo al torero triunfador de la feria del pueblo, la  famosa Oreja de Oro.  Una de sus hijas, fallecida de avanzada edad en tiempos recientes, adquirió merecida fama de aficionada que ayudaba a toreros del terruño, a los que venían de fuera y, en general,  se interesaba por la Fiesta Brava. Tenía en su casa  un sitio especial donde exhibía sus recuerdos, que pasó a ser conocido como  El Rincón Taurino de Doña Maura.
Indiscutiblemente, uno de los personajes más populares  del antaño Tovar taurino, era Don Luís Galaviz, nacido en Rubio, pero vivió muchos años en  la esquina de La Plazuela más próxima al cementerio, donde tenía un pequeño restaurante familiar, cuyo pescuezo relleno y  sopa de gallina, eran muy apreciados, en particular, por los noctámbulos que pululaban por el poco beatífico vecindario.
Galaviz  había sido torero subalterno y ahora se encargaba de poner la roseta al salir los novillos al ruedo, confeccionaba las banderillas, se ocupaba de supervisar los trastos de lidiar y estaba muy al tanto del acontecer taurino local e internacional, hasta el punto que podía describir con lujo de detalles festejos de Madrid o Sevilla, sin haber visitado nunca España. Todo lo hacía  mientras mantenía un tabaco medio apagado entre sus dientes cuya punta masticaba sin cesar y relataba, con sano humor,  unos cuentos tan exagerados que harían palidecer de envidia a cualquier andaluz.
Don Luís forma parte indisoluble de las fiestas de La Plazuela, como  los jinetes al estilo de Vicentico Rosales, que lucían las destrezas de sus cabalgaduras sobre  las  arenas del ruedo cuadrado;  como El Mudo, que ponía banderillas con la boca; La Suerte Blanca, que permanecía inmóvil mientras el novillo olisqueaba su ropa; El Alaskeño, colombiano que montaba reses  con una soga  utilizada a manera de cincha; El Palillo, banderillero del pueblo y del barrio; el chistoso Cara e’ Candado y demás toreros bufos que hacían las delicias de la chiquillería;  los enlazadores, encargados de retirar los animales una vez lidiados y  eran objeto de soberana pita cuando fallaban; El Polvorero, que hacía retumbar  los morteros para alegrar  la salida del novillo o restallar las recámaras  para que rebrincara; los altoparlantes de Zurrucuco, que animaban el ambiente con su  música y sus anuncios; los ventorrillos de dulces y granjerías; las jugadas de envite y azar; la ruleta mayor instalada en el billar de Don Chuy López; los cuchitriles con comida, cerveza y rocola; las hetairas colombianas, emperifolladas desde tempranas horas con mota, perfume y vestidos ceñidos de mucho brillo que evidenciaban parte de su mercadería y, sobre todo, la gente que deambulaba contenta y ganosa de disfrutar las fiestas septembrinas  tras un año de arduo trabajo.
Cuando un torero hacía una faena excepcional, se anunciaba una colecta para que se le permitiera al diestro ejecutar la suerte suprema, pues había que pagar por matar el novillo, permiso cuyo costo  era de  unos doscientos bolívares, cantidad nada  despreciable para la época. Cuando algún aficionado pudiente o por demás  entusiasmado, se hacía  cargo de todo el pago, su nombre se anunciaba públicamente. Lo malo era cuando se ejecutaban varias buenas faenas, pues el costo de la res aumentaba en relación directa al número de animales muertos a estoque. Los peseros argüían que era mucha carne para colocar de un solo viaje en el mercado local y que a la gente no le gustaba tanto consumir carne toreada.
El jurado que decidía el ganador de la Oreja de Oro estaba conformado casi siempre por el mismo grupo de aficionados tovareños: Los dos José Juanes, Edilio Vivas, J.A. Montilla y mi padre, el Doctor Soto.  Deliberaban en un palco y se anunciaba de inmediato el ganador. Creo recordar que hubo una vez un empate y el jurado no lograba ponerse de acuerdo, por lo que Don Cosme Omaña, haciendo  extrema gala de su generosidad,  ofreció confeccionar otra Oreja de Oro, con lo cual se dio por zanjado el asunto y ese año hubo dos triunfadores en las fiestas del pueblo.
Es oportuno traer a colación el nombre de Felipe Iglesias, torero español que recaló en Tovar por algún tiempo y fue el encargado de   construir, por vez primera  de forma redonda, el coso de La Plazuela, a finales de los años cincuenta. Posiblemente, tal ocasión marque el inicio de las plazas portátiles redondas en el país, lo que conferiría a nuestro pueblo la condición de pionero en ese campo. El torero, durante su estada en Tovar, conoció una dama colombiana con quien contrajo nupcias y, posteriormente, se radicó en Bogotá, donde abrió un restaurante de ambiente taurino llamado El Redondel, en cuyas paredes se encontraban fotos de connotados aficionados tovareños. El sitio fue por un tiempo visita obligada de los taurinos del pueblo que visitaban la capital santafereña.
En  nuestro Tovar existió un novillero que vistió pocas veces el traje de luces, pero es de grata recordación por su empaque y por su garbo. El personaje se comportaba siempre como  torero, cuando por alguna razón tenía que quitarse el paltó,  lo doblaba sobre el antebrazo izquierdo a la manera del capote de paseo al terminar la tarde y se desplazaba con un andar similar al que se  estila al caminar la arena.  Nuestro personaje, que además era cronista taurino, no es otro que Lizardo Parada Altuve, “Lizardillo”.
Pues bien, al paisano le cupo la honra,  nada usual  para un novillero con tan escasas presentaciones, que le dedicaran no solamente uno, sino dos de los ocho  pasodobles taurinos que recuerdo, alusivos al pueblo o a sus toreros. Uno de los pasodobles dedicado a “Lizardillo” es del autor  tachirense Justo Vera, el otro se debe al Dr. Luís Ernesto Rodríguez, abogado  de Capacho, quien fuera Presidente de la Comisión Taurina de San Cristóbal  y el de Nerio Ramírez “El Tovareño” es obra de Omar Araque. Los otros cinco son: El pasodoble “8 de Septiembre” de  Luis Soto; “Tovar en Fiestas” de Chucho Medina; “A ti Tovar” de Ramón María García,  el conocido Ramón Muleta de  la parroquia tovareña de San Francisco; “Coliseo de Tovar” del profesor corozeño Juan Ramón Suarez; y el pasodoble “Tovar” que se debe a la inspiración del compositor tachirense  Chucho Corrales. Un amigo radicado en el pueblo, me comentó sobre  otro pasodoble dedicado a Don Luís Galaviz, pero no ha sido posible confirmar ni su existencia ni su autoría. Ojalá y no esté lejano el día que, al celebrar alguna efemérides del pueblo, pueda ofrecerse un concierto de pasodobles taurinos tovareños.
Es bien sabido que Tovar se ha caracterizado a lo largo de su historia por ser un pueblo muy taurino  pero  últimamente, a pesar del  resultado aparentemente exitoso de algunas corridas,  pareciera andar  descarriado  en materia de tauromaquia.
Se han hecho esfuerzos por parte de personas e instituciones para impartir creciente solidez a nuestra afición, pero tales empeños son apuntillados por los pésimos desempeños de la mayoría de las comisiones taurinas, cuya errática conducción de los festejos la hemos sufrido todos, resta prestigio a nuestra Feria,  erosiona la categoría de la Plaza y  entra en colisión con la larga tradición taurina tovareña.
La Autoridad Taurina,  al depender,  en todo o en parte, de la Autoridad Municipal, ofrece pocas garantías de cambio, salvo que se produzca  un viraje democrático en el país, el cual la gran mayoría de los venezolanos aspiramos  concretar en un futuro cercano.

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