El torero madrileño corta dos orejas a un gran toro Alcurrucén, premiado con la vuelta al ruedo, el día de su regreso a Las Ventas tras la grave cornada que sufrió hace dos años
Roca Rey volvió a dar la cara en Madrid con un valor apabullante
La muy seria corrida de los Lozano sostuvo un interés trepidante desde el toro más extraordinario hasta el cuarto más indómito
La lidia funcionó como una pieza de relojería. Israel de Pedro a caballo agarró una soberbia segunda vara sobre la buena primera; la brega de Otero desprendió exactitud; y Calvo y Tejero eficacia con los palos. Entre tanto, Roca Rey se echó el capote a la espalda por saltilleras. Y David respondió por unas gaoneras temerarias en lucha con el inoportuno viento. Un pase de pecho barrió el lomo entero del alcurrucén con el amarillo del percal.
Un error de cálculo de DM en la apertura de faena lo puso en la vía del tren. Todas las papeletas compradas al revés: el toro muy cerrado en tablas y el pase de péndulo de tardío cambio por el pitón que había arrollado más. El volteretón sonó como un atropellamiento. Durísimo el impacto de la testuz, afortunamente, contra el muslo del torero. Como un camión sin frenos contra la pierna. La caída crujió el cuerpo sobre el cuello. Momentos sin aliento, graves recuerdos, intacto el cuerpo. Milagro, otro milagro.
Y bajó el espíritu santo. David Mora prologó ahora la faena como debía. Al menos en planteamiento al hilo de las tablas pese a los estatuarios. Pero fue cuando soltó la mano por bajo cuando las trincherillas y los pases del desprecio golpearon el corazón de Las Ventas. Malagueño giraba en pos de la muleta con una flexibilidad de cuello portentosa. Como un portento era aquella manera de humillar.
David Mora le propuso la mano derecha y la embestida planeaba hasta más allá de donde moría cada muletazo. El empaque del pecho volcado sobre el toro ponía luz a la ligazón. Tres series que voltearon Madrid como una sola voz. Gargantas de arena. Araba el ruedo Malagueño.
Las izquierda jugó la muñeca que conjugó la embestida con David más vertical. Otra tanda apuntaba hacia el final. Mora portaba la espada de verdad. Se perfiló en la suerte contraria, y la fe y la prontitud del toro hicieron lo demás. Una eclosión de pañuelos arropaban la estocada traserilla. La emoción desbordada. Un pañuelo. Y el otro junto al azul. La Puerta Grande para David Mora y la vuelta al ruedo paraMalagueño a la par. La vida es justa.
David Mora ejecuta un trincherazo al segundo Alcurrucén, al que le ha desorejado. ANTONIO HEREDIA
Para compensar el regalo del cielo, la generosidad de Malagueño, apareció un quinto altón y largo con escaso celo y ganas de descolgar. Ni para emular a su "hermano". David lo brindó a Vargas Llosa y no se entretuvo por "Las cinco esquinas" cuando cató la imposibilidad.
Roca Rey estuvo en son de guerra y lucha con un castaño también cinqueño. De buen aire pero como descoordinado. Colocaba su la cara con categoría pero allí había una serie de movimientos sincopados: si Roca le bajaba la mano perdía las suyas, si no le apretaba se rebrincaba. O gateaba con celo de bravo. Una pugna entre la quietud perseguida y la imposibilidad de mantenerla. El cierre por manoletinas arrojadas como colofón. La espaldina de explosión. Y la estocada a carta cabal. Una repercusión ecuánime en los tendidos le obligó a saludar.
Roca Rey también brindó a su paisano Llosa. El sexto de imponente testa se dañó en un mal escorzo de salida. Una manera de recuperarse bárbara en sus hechuras caras. Un cuello para usarlo bien. Roca se clavó por cambiados. Y ya la grey empezó con el tabarrón. ¿A quién ha matado Roca Rey en esta plaza? Un tío que dio la cara de novillero y descerrajó la Puerta Grande, que volvió a abrirla en su confirmación y que tiene un valor para hacer un escalafón solo con el lazo de su zapatilla. ¡Ah, no es pobre ni tiene cara de serlo! Sus zapatillas de plomo se sintieron cuando pudo correr la mano derecha con largura y cuando se apagó el toro y hubo de arrimarse. Incluso cuando se desordena hay redaños. La estocada será de las de la feria. A seguir, que la maratón es de fondo y los idiotas se quedarán por el camino.
Diego Urdiales sufrió. Un padecimiento no transmitido con un cinqueño de expresión tremendamente seria. Las arrugas de los años. Y el carácter. Embestía fuerte. Se lo pensaba y atacaba con entereza. Urdiales ató tripas para hacerlas corazón. Ni los doblones domeñaron el toro. Pesaba un mundo y parte del otro el encastado toro por la derecha. Una tanda desprendió clasicismo y aroma. En otra pudo el toro. En la siguiente Diego apretó los dientes y se la tragó. También el toro duro. Perdieron el fuelle ahí los combatientes. El viento importuno sentenció la paz. El sudor caía por la frente de Urdiales como una gota fría. No mejoró el padecimiento la indómita mansedumbre del colorado cuarto en una dejación de funciones unánime. Un cuerpo a tierra generalizado.
Nota: Desde el toro más extraordinario hasta el más manso pasando por el encastado con dureza o los de nota no rematada, la corrida de Alcurrucén sostuvo un interés trepidante; la presentación de una señora corrida, la madre de la bonita del otro día, cuando los cinqueños de costumbre se quedaron, por hache o por be, en el campo...
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