viernes, 27 de mayo de 2016

El milagro de Padilla tras una espantosa cogida en San Isidro

Digna actuación del Ciclón de Jerez, que sufrió una durísima voltereta con el primer toro de una corrida de Parladé que se apagó pronto 

 

ANDRÉS AMORÓSMadrid

Por la mañana, en Las Ventas, la Infanta Elena al recibir el premio a la Promoción y Fomento de la Unión de Federaciones Taurinas de Aficionados de España, agradece a su padre y a su abuela que le hayan transmitido esa pasión. Todos los aficionados deseamos que, dentro de las posibilidades de su agenda, Don Felipe acuda a alguna corrida de San Isidro, refrendando su apoyo a una Fiesta que –en palabras del Consejero de Presidencia– «huele a España».


Por la tarde, los toros de Parladé no mejoran mucho a los de la ganadería hermana de Juan Pedro Domecq. La actitud inicial del público, esta vez, es buena. A lo largo de la corrida, el ambiente se va enfriando, cuando las reses, con un promedio superior a los 600 kilos, pierden enseguida su viveza inicial.
Juan José Padilla, en el momento del percance
Juan José Padilla, en el momento del percance- Paloma Aguilar
Llega Padilla con gran moral, después de su triunfo en Sevilla. Recibe a portagayola al primero, que tardea y se para pronto. En el primer par de banderillas, se le queda debajo y sufre una fuerte voltereta. Aunque las embestidas son cortas, logra muletazos estimables, con buen oficio, pero prolonga la faena y la estocada queda baja. En el cuarto, logra un brillante tercio de banderillas, sin efectismos. Comienza con cuatro muletazos de rodillas, corre bien la mano hasta que el toro se para. («Dan ganas de empujarlo», dice un vecino). La gente está muy cariñosa con él: asoman bastantes pañuelos, pidiendo la oreja, y recibe una ovación.
Iván Fandiño, en un natural
Iván Fandiño, en un natural- P. Aguilar
Fandiño intenta recuperar el sitio perdido: no es fácil... El segundo es complicado, claudica pero vuelve rápido, engancha la muleta. Iván no logra resolver las dificultades y lo pasa mal en la suerte suprema. El quinto se llama «Jarrito» y «canta» tan bien como el cantaor Roque Montoya, del mismo apodo: es, sin duda, el mejor de la tarde. Fandiño hace el esfuerzo, quiere estar pero le cuesta, se pasa el momento del triunfo. Esta vez, mata con guapeza.

El joven José Garrido no regatea esfuerzos, entra en quites, se muestra decidido, pero no logra el éxito. El tercero es reservón, parece dormido, pero vuelve con peligro. Logra sacarle buenos derechazos, con riesgo, pero prolonga la faena y falla con la espada. El último hace concebir esperanzas cuando galopa pero pronto se viene abajo, como la faena. Vuelve a pinchar: entra con decisión pero sin la técnica adecuada, debe entrenarlo.
José Garrido, en un lance rodilla en tierra
José Garrido, en un lance rodilla en tierra- P, Aguilar
Todo –toros y toreros– ha quedado a medias. Es fácil echar la culpa al exceso de kilos; también puede ser la falta de motor, de casta. Siempre recuerdo a Alfredito Corrochano: «Antes, llamabas una vez al toro y repetía siete veces; ahora, tienes que llamarlo siete veces para que embista, una sola». El gran autor José Luis Alonso de Santos me da el resumen: «En el teatro, lo complicado de verdad son los finales; escribimos toda la obra pensando en esos diez minutos últimos, que deciden el éxito o el fracaso». Eso mismo vale para el comportamiento de los toros y las faenas de los toreros... y para la vida.

Postdata. Aunque en Madrid apenas se advierta, es la fiesta del Corpus, uno de los tres jueves del año que «relucen más que el sol». Recuerdo la multitudinaria procesión de Toledo; la exquisitez de Sevilla; la tarasca, en Granada. Es, por supuesto, una Fiesta religiosa: «Divino pan que das eterna vida», escribe Cervantes. Está enraizada en lo más hondo de nuestra tradición y ha ido siempre unida al teatro y a los toros: durante siglos, las dos grandes aficiones del pueblo español. Deseo que así siga siendo.

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