Solo el primer toro de Rafaelillo, con un gran pitón izquierdo, se presta al lucimiento
Rafaelillo - Paloma Aguilar
ANDRÉS AMORÓSMadrid
Después de treinta festejos, como postre, los toros de Miura: ¡nada menos! Son una leyenda viva, incorporada al lenguaje popular, seas o no taurino. “Miureño” – dice la Academia – es una persona aviesa, de malas intenciones; un vago – recoge Beinhauer – es el que tiene más miedo al trabajo que a un Miura... Recordamos historias trágicas de “Jacinero”, de “Chocero”, de “Perdigón”, de “Desertor”, de “Agujeto”, de “Islero”... ¿Qué tienen los Miuras de especial? Juan Belmonte, que había matado tantos, se lo contó a Enrique Vila: “Se distinguen por dos cosas: el poder y el sentido. Era el toro que más pronto reaccionaba y recuperaba vigor. Ni yo ni nadie pudo hacerle nunca una faena preciosista”. A Pepe Luis, gran amigo de la casa, le preguntaron cómo se pasa la noche, antes de matar Miuras, y contestó: “¿La noche antes, has dicho? Di, mejor, los tres meses antes”.
Los de esta tarde, algunos de gran estampa, resultan complicados, más agrios que dulces, salvo el primero, excelente.
Rafaelillo evocó estampas clásicas, con los Adolfos. Devuelto el primer Miura, por flaquear de una mano, corre el turno. El toro es alto, se asoma por encima de la barrera: lo lidia bien con el capote; acude pronto y fijo al caballo; saluda José Mora, en banderillas. Sin preparativos, muy confiado, Rafael inicia con la mano izquierda una faena que va a ser toda al natural, como se hacía en otra época; al final, muletazos de frente, uno a uno. Lo malo es que el toro tarda en cuadrar, da tiempo a que suene un aviso y Rafaelillo pierde , con la espada, el trofeo que hubiera cortado. Ha sido, en definitiva, la única faena brillante de la tarde. El sobrero de Valdefresno, muy gordo, feote, parece un bisonte, flaquea y enfada al público; se mueve pero sale con la cara alta. El diestro trastea con oficio pero no se lo valoran. A éste sí lo mata pronto.
El segundo, un bonito salpicado, barbea y se pega dos trompazos, en tablas. Aunque echa la cara arriba, se luce Fernando Sánchez, con los palos. El toro parece dormidito, se lo piensa, antes de embestir. (Recuerdo a Corrochano: “Los toros de Miura piensan”). Javier Castaño, al que se le ha acogido con una ovación, por haber superado su enfermedad, sortea con oficio los gañafones y le saca algunos muletazos; no está aperreado pero falla con los aceros. Este toro pesaba 622 kilos y , de pitón a pitón, mediría cerca de 80 centímetros: no tiene sentido que alguna voz reclame “¡Toros!” ¿Qué era éste, una cabra?... En el quinto, vuelve a destacar Fernando Sánchez, que saluda, por dos grandes pares. El toro se queda cortito, protesta, es deslucido. Castaño luce su bien oficio ante embestidas inciertas, le saca algunos muletazos y se muestra seguro, en las cercanías. Esta vez sí acierta al matar y saluda: una actuación muy digna.
En su única tarde de la Feria, a Pérez Mota le toca el Miura más complicado, el tercero, una verdadera alimaña. Es fino y largo, acude como un tren, pega arreones, mueve la cabeza – decían antes - como una devanadera: logra quitárselo pronto de encima. (Cito otra vez a Corrochano: “Miura da también toros muy buenos pero, si no fuera por los otros, su fama se reduciría a la mitad”) . El sexto, el más grande, con 647 kilos, acude tres veces de largo al caballo pero protesta : se ovaciona al picador Francisco Vallejo y saluda, con los palos, Raúl Ruiz. Brinda Pérez Mota al público, el toro acude de largo pero derrota, a la salida de los muletazos. El diestro se justifica con voluntad.
En el último toro de una Feria que ha reunido a más de quinientas mil personas, suenan vivas a Don Juan Carlos, que acude, una vez más, con la Infanta Elena y su hija. También se escuchan vivas a España: en el momento actual, es una razón más para acudir a las Plazas de Toros.
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