En Barcelona y manos de Paco Camino
Para entrar en los anales reservados a los héroes no necesitaba Francisco Rivera "Paquirri" la tarde tremenda de Pozoblanco en 1984; sin "Avispado" en su camino, también habría sido reconocido como una de las primeras figuras de su época, con una limpia y triunfal hoja de servicios a la Tauromaquia. Ahora se van a cumplir 50 años de su alternativa, ocurrida en Barcelona y en segunda instancia: la primera tarde una cornada impidió que se consumara el doctorado; una vez repuesto volvió a la Monumental de Barcelona para alcanzar su nuevo grado. Se inició así una trayectoria culminada con el reconocimiento de todas las grandes plazas, en España y en América, sólo interrumpida por aquella triste tarde de de septiembre. Carmen de la Mata documenta aquí lo que fue su paso por el toreo.
Taurologia Carmen de la Mata Arcos
El inminente 11 de agosto
se cumplirá medio siglo desde que un joven diestro, nacido en la
localidad gaditana de Zahara de los Atunes, se convertía en matador de
toros en la Monumental de Barcelona. La progresión de la carrera taurina
de Francisco Rivera Pérez había sido espectacular, pues en
apenas cuatro años pasó de actuar en festejos sin caballos a tomar la
alternativa. Desde ese momento hasta la fatídica cita en Pozoblanco, la
trayectoria de “Paquirri” estuvo plagada de grandiosos triunfos y
faenas para el recuerdo en todos los cosos del orbe. Aprovechando la
citada conmemoración, el presente trabajo centra su atención en las
principales tardes a lo largo de tan dilatado período de tiempo,
conociendo y analizando a la vez los pilares básicos de su tauromaquia.
“Paquirri”
llegaba al doctorado con un gran ambiente tras obtener importantes
éxitos en plazas tan relevantes como la Maestranza de Sevilla, donde el
mismo día en el que pisaba su albero por primera vez, 1 de mayo de 1966, salió en hombros por la Puerta del Príncipe tras cortar tres orejas a novillos de Carlos Núñez.
El doble cartel
La deseada alternativa se fijó para el 17 de julio de ese mismo año en el coso Monumental de Barcelona, ejerciendo de padrino Antonio Bienvenida y de testigo Andrés Vázquez frente a reses de Juan Pedro Domecq.
Sin embargo, la cesión de trastos debió de posponerse puesto que el
ejemplar que abría la función corneó de gravedad al toricantano en el
muslo derecho mientras lo acercaba a los caballos de picar.
Una
vez recuperado de dicho percance, se anunció, nuevamente, el doctorado
en el recinto taurino de la capital catalana, entregándole Paco Camino muleta y espada ante la mirada de Santiago Martín “El Viti”. En esta ocasión, los cornúpetas enchiquerados llevaban el hierro de Carlos Urquijo de Federico, si bien el cuarto fue devuelto por una evidente cojera, ocupando su lugar un burel de la vacada de Aurora Lamamié de Clairac. El público, respondió masivamente a tan rematado cartel, llenando por completo el circo barcelonés. “Zambullido” era el nombre del toro con el que el diestro gaditano cambió de escalafón, estaba marcado con el número 103, pesó 513 kilos y era de capa negra. Francisco Rivera,
que lucía un terno celeste y oro, lo lanceó sin demasiadas apreturas,
colocando posteriormente dos buenos pares de banderillas. Después de la
ceremonia de traspaso de trastos, “Paquirri” realizó una breve faena al acrecentarse durante la lidia las complicaciones que, ya de salida, había apuntado. Pasaportó a “Zambullido” de pinchazo y estocada entera, siendo aplaudido por el respetable.
El
astado que cerró corrida tampoco facilitó la labor al nuevo matador,
pudiendo exhibir únicamente el tremendo valor con el que contaba.
Necesitó de dos entradas a matar para finiquitar definitivamente a su
oponente. La ovación que le tributó el numeroso público que ocupaba los
escaños de la Monumental, fue el premio al conjunto de su quehacer.
El mismo coso catalán fue el escenario del segundo de los paseíllos que trenzó Francisco Rivera como torero de alternativa. Tres días después de fecha tan señalada, es decir, el 14 de agosto, se anunció junto a Antonio Borrero “Chamaco”, Luis Segura y el rejoneador Ángel Peralta en la lidia de animales de María Lourdes Pérez Tabernero y Mercedes Pérez Tabernero.
En dicha ocasión, se mostró con más decisión y firmeza que en la
jornada del doctorado, a pesar de que los ejemplares que sorteó
evidenciaron ciertas dificultades. El primero de su lote fue un
cornúpeta que llegó al último tercio con una embestida áspera y
violenta, acortando cada vez más sus viajes tras el engaño. “Paquirri”
no le dudó un instante, consiguiendo a base de insistir en su propósito
tandas de muletazos estimables. El sexto del festejo le dejó estirarse
de salida a la verónica, así como también posteriormente en un quite por
ceñidas chicuelinas. Igualmente, también mostró buenas cualidades en
banderillas, destacando en este punto un par colocado al quiebro en el
que el torero gaditano expuso una enormidad. Sin embargo, se presentó
ante la muleta que manejaba Francisco Rivera con escasas energías
y muy aplomado, debiendo el diestro de Zahara de los Atunes meterse
entre los pitones para, de esta forma, obligarle y poderle. Mató a su
antagonista de pinchazo y “estocada en la yema”, afirma Rafael Manzano, crítico de El Ruedo.
En
el juicio final acerca de lo acontecido en la plaza barcelonesa, los
distintos medios valoran, de manera especial, la amplitud de repertorio y
la variedad de suertes interpretadas por “Paquirri”. De todas
las corridas que contrató hasta el final de esa temporada, diecinueve,
la más importante y trascendental para su futuro inmediato fue la que
tuvo lugar el 1 de octubre y que supuso la presentación
como matador de toros en la Maestranza de Sevilla. Consiguió un
clamoroso éxito al pasear tres apéndices de astados de Urquijo y Bohórquez, completando la terna Jaime Ostos y “El Cordobés”.
Las temporada de 1967 y 1968
Merced a la grata impresión que había causado a lo largo de toda la campaña anterior, en 1967 sumó un buen número de paseíllos, entre ellos el que efectuó el 18 de mayo en la plaza de Las Ventas de Madrid y que significó su confirmación de alternativa. También en este caso fue Paco Camino quien le cedió los trastos para lidiar y pasaportar al primer toro que sorteaba en el coso madrileño, ejemplar que atendía por “Alelado”, era colorado de pinta, pesó 518 kilos y llevaba el nº 23.
Tanto el citado burel como los restantes que saltaron al ruedo
capitalino aquel día de primavera, lucían la divisa grana y blanca de Juan Pedro Domecq.
Aunque no pudo cuajar al completo a ninguno de sus cornúpetas, dejó en
el aficionado la impronta de su personalidad y de su capacidad
resolutiva delante de la cara de los animales. Esta corrida del serial
isidril de 1967, implicó también el debut de Francisco Rivera en el recinto taurino de la calle Alcalá, pues durante su etapa novilleril no pisó la arena de la monumental plaza.
No tardó “Paquirri” en ratificar estas buenas sensaciones en el coso venteño, ya que el día 21 cortó su primera oreja a una res de Bohórquez.
Con anterioridad a su doble compromiso en el circo venteño, el diestro
de Cádiz había logrado un nuevo triunfo en la Maestranza hispalense al
pasear sendos trofeos de las reses que le correspondieron, “Ultrajado” y “Abetardo”, de María Pallarés.
Cabe resaltar el formidable espectáculo que brindó el torero desde el
mismo instante en que ambos toros saltaron al redondel, plasmando sobre
el albero del Baratillo una tauromaquia diversa en la que se reducían,
ampliamente, los tiempos muertos.
Otra plaza importante que presenció en esa campaña de 1967 el magnífico hacer con los animales de Rivera, fue la de Bilbao, en cuyo ruedo firmó una sensacional tarde el 26 de agosto. Cortó una oreja de cada uno de los ejemplares de su lote, que estaban herrados con el pial de Benítez Cubero,
abandonando el moderno recinto de Vistalegre de la capital vizcaína en
hombros. Una vez concluida la temporada en España, marchó a América,
toreando en Perú, Colombia y Venezuela.
El
ulterior año, alcanzó las sesenta y ocho corridas, sobresaliendo las
actuaciones logradas en la Feria de Abril de Sevilla y en la de San
Isidro de Madrid. En la primera de ellas, obtuvo un apéndice de un
cornúpeta de Lisardo Sánchez y en la segunda cosechó idéntico premio frente a una res de Pallarés.
Cumplimentados la totalidad de sus contratos, cruzó, nuevamente, el
Atlántico, interviniendo en un buen número de festejos, la mayoría de
los cuales finalizaba con el espada gaditano por la puerta grande. Tanto
es así que acaparó los trofeos más prestigiosos concedidos en los
distintos ciclos americanos, como son el Escapulario de Oro de Lima, el
Señor de los Cristales de Cali o el Señor de Monserrate de Bogotá.
Las tres Puertas Grande de 1969
Ausente del serial abrileño de 1969, dio un importante aldabonazo en el coso venteño, saliendo en volandas por tres veces. El 17 de mayo le cortó las dos orejas a un noble astado de Francisco Galache y el día 22, en un mano a mano con Miguel Mateo “Miguelín” al no poder comparecer Ángel Teruel, conquistó otros dos trofeos de ejemplares de Juan Mari Pérez Tabernero.
El público capitalino vibró con los soberbios tercios de banderillas
brindados por ambos matadores, encontrando toro en todos los terrenos y
en todas las suertes. “Paquirri” estuvo sobrado de valor e inteligencia, dominando todos los resortes de la lidia.
Al convertirse en uno de los nombres propios del ciclo madrileño, Francisco Rivera fue uno de los elegidos para componer el cartel de la tradicional Corrida de Beneficencia de aquel 1969.
Por tercera vez en menos de un mes, el diestro de Zahara atravesaba el
umbral más deseado del orbe taurino. La mencionada campaña sumó setenta y
cinco festejos, perdiendo alguno más a causa de la cornada que le
infirió un burel de César Moreno en Pamplona el 11 de julio.
Al año siguiente, 1970, regresa a la Maestranza, destacando su labor ante las reses de Salvador Guardiola,
conquistando un valioso apéndice de uno de ellos. Su paso por Madrid no
resultó tan triunfal como en la pasada feria, si bien su balance fue de
dos orejas y una vuelta al ruedo en las tres funciones en las que
estaba anunciado. Si anteriormente había sentido en sus carnes el dolor
de la cornada, aquellos Sanfermines se alzó como máximo triunfador del
referido serial pamplonés, cortando un total de seis trofeos en las dos
corridas en las que se acarteló.
Los aficionados donostierras también tuvieron la oportunidad de disfrutar del excelente momento que vivía en su carrera “Paquirri”. La completa lidia ejecutada en el viejo Chofre el 14 de agosto de aquel lejano 1970,
fue verdaderamente modélica, levantando pasiones en los tendidos.
Finiquitada la temporada en los ruedos europeos, inició la consiguiente
por distintos cosos de América. Entre éstos se halla la Monumental de
México, donde el 29 de noviembre confirmó su doctorado el torero gaditano. Raúl Contreras “Finito” fue el padrino de la ceremonia y Manolo Martínez el testigo, jugándose toros de José Julián Llaguno.
En el cornúpeta de su presentación en el país azteca recorrió el anillo
en una doble vuelta al ruedo, cortando las dos orejas a su segundo
antagonista.
La temporada de 1971
está repleta de éxitos en plazas relevantes como Castellón, Valencia,
Barcelona, Nimes, Madrid o Pamplona, donde prosigue su racha de grandes
actuaciones. En esta ocasión, consiguió media docena de trofeos,
contabilizando tanto las orejas como el rabo paseado. De apoteósica cabe
calificar la corrida que tuvo lugar en el circo gijonés de El Bibio el 11 de agosto, ya que la terna de espadas, “Paquirri”, Curro Rivera y Dámaso González,
se repartieron el inusual número de quince apéndices. Entremezclados
con la gloria del triunfo, llegaron también los percances, como el que
se produjo el 13 de septiembre en plena feria de Salamanca o el sucedido el 2 de noviembre en el coso mexicano de Morelia.
La cumbre del año 1972
En cuanto a compromisos adquiridos se refiere, la cima de su carrera se fijó en 1972,
cuando su nombre apareció impreso en los carteles hasta en ochenta y
seis oportunidades, colocándose a la cabeza del escalafón. A pesar de la
importancia de estos datos, el hecho de pasar sin tocar pelo por la
sevillana Feria de Abril y el no figurar en el serial isidril a causa de
desacuerdos con la empresa, a cuyo frente se encontraba José María Jardón,
hizo que el matador de Zahara de los Atunes tuviera que emplearse a
fondo para, a base de casta y amor propio, mantener el listón de
anteriores campañas. Al comienzo de la etapa otoñal, en concreto el 14 de octubre,
recibió una fuerte cornada en la ingle derecha cuando toreaba en el
Nuevo Circo de Caracas. Contratiempo éste que le ocasionaría una larga
convalecencia, pues tras recuperarse de la herida tuvo que ser operado
de una hernia que le había originado el mencionado percance.
La primera gran noticia del año 1973
no hay que buscarla en ningún recinto taurino sino religioso, como es
la Real Basílica de San Francisco el Grande de Madrid. En dicho lugar,
contrajo matrimonio “Paquirri” el 16 de febrero con la hija mayor de Antonio Ordóñez, Carmina, enlace que fue un auténtico acontecimiento social.
Cuatro orejas paseó en el coso del Baratillo, sobresaliendo la faena ejecutada a “Gavillador”, ejemplar de Carlos Núñez, el 29 de abril.
Tanto con el percal como con la muleta se mostró poderoso y a la vez
templado, subrayando, de igual forma, las portentosas facultades físicas
con las que contaba y que le permitieron cubrir un colosal tercio de
banderillas compartido con Luis Miguel Dominguín. Manejando el
estoque estuvo seguro y contundente, premiándose el conjunto de su labor
con el doble trofeo. En esta ocasión, los gestores de la plaza de Las
Ventas sí contrataron al gaditano, aunque finalmente las inclemencias
meteorológicas se encargaron de retrasar el regreso de Francisco Rivera al coso madrileño. Señalar también que por primera vez en su trayectoria profesional, “Paquirri”
vistió el traje goyesco en la tradicional corrida rondeña. Al concluir
el año se había liado el capote de paseo en sesenta y siete
oportunidades.
1974 no pudo iniciarse de mejor forma para el diestro de Cádiz, ya que el 3 de enero vino al mundo su hijo primogénito, Francisco.
Más allá de eso, y valorando positivamente otras grandes tardes al cabo
de la temporada, como pueden ser las de Málaga y Albacete en las que
obtuvo un balance de cuatro orejas y un rabo, el culmen de la misma fue
la ofrecida a la afición venteña el 21 de mayo. Fue la
suya una actuación de verdadero peso específico, pues resaltando la
trascendencia de los tres apéndices cortados, lo más importante fue la
dimensión alcanzada frente a los astados que le correspondieron de Atanasio Fernández. El toro que echó por delante, “Servicial”,
evidenció una clara tendencia a chiqueros, exigiendo al espada unos
enormes conocimientos técnicos y una buena dosis de recursos para
aprovechar sus arrancadas. “Paquirri” le plantó cara, en primer
lugar en los terrenos de fuera y, posteriormente, cuando buscó con
descaro las tablas, lo trasteó con oficio, exprimiéndole hasta sus
últimas embestidas. Fue, en palabras del informador de El Ruedo, “lo más meritorio de la jornada”. Pasaportó al burel de la divisa salmantina de dos pinchazos y buena estocada, cortando una oreja.
El polo opuesto lo vivió en el segundo de su lote, “Malagón”,
ejemplar que poseía todas las virtudes posibles para soñar el toreo,
tanto es así que incluso se le solicitó desde los escaños del circo
capitalino la vuelta al anillo, demanda que no fue atendida por el
palco. El torero lo saludó de hinojos con una larga cambiada,
prendiéndole después un soberano par al quiebro, en el que sin mover
para nada las zapatillas, templó y acompasó la acometida del cornúpeta
de Atanasio Fernández simplemente con la cintura, para terminar
clavando en todo lo alto. Con la franela en la mano, le instrumentó
varias tandas de redondos y naturales espléndidas que fueron, con
justicia, acogidas con entusiasmo por el público asistente. La rúbrica a
tan grandiosa obra fue un espadazo de excelente ejecución y colocación,
que dejó para el arrastre a “Malagón”. El usía no titubeó en
absoluto para otorgar ambos trofeos al diestro, que a la conclusión del
festejo salía triunfante camino de la calle Alcalá.
Cuando llegó el mes de octubre había trenzado ochenta paseíllos, descendiendo el número hasta los setenta y dos en 1975. Año en el que fue herido de bastante consideración en la Maestranza el 16 de abril por un toro de Manolo González. Merced al magnífico San Isidro de la edición anterior, “Paquirri” se anunció en tres ocasiones durante el mayo madrileño. El segundo de los compromisos fue, finalmente, un mano a mano con Palomo Linares ante la imposibilidad de torear del “Niño de la Capea”. La feria acabó para Francisco Rivera
con un agradable sabor de boca al cortar una oreja del penúltimo animal
que lidiaba en el citado ciclo, que pertenecía a la vacada de Alonso Moreno.
Por lo demás, la campaña estuvo plagada de sensacionales faenas, como
las que pudieron presenciar los espectadores que acudieron a plazas como
Badajoz, Huelva, Dax, Albacete o Logroño.
Aunque en 1976
sumó menos festejos, cincuenta y seis, dejó un fenomenal ambiente entre
los aficionados, sobre todo tras firmar dos extraordinarias actuaciones
frente a sendos toros condenados a banderillas negras en el coso
venteño. Los ejemplares lucían los hierros de Juan Mari Pérez Tabernero y Antonio Méndez, consiguiendo dar una vuelta al ruedo en el primero de los casos y arrancándole un apéndice al astado de Méndez.
Antes de presentarse en el patio de cuadrillas de la monumental
capitalina, saldó de forma positiva su paso por la feria hispalense,
cortando la oreja a una res propiedad de su suegro, Antonio Ordóñez.
La Puerta del Príncipe de 1977
El año 1977 fue muy especial por varias razones para el diestro gaditano. Para empezar, el 13 de enero nació su segundo vástago, Cayetano, alcanzando el 16 de abril
uno de los hitos claves de su carrera, como fue abrir la Puerta del
Príncipe de Sevilla. Se trató de una corrida para la historia, puesto
que a los tres trofeos conquistados por “Paquirri” hay que añadir los dos paseados por Curro Romero y el logrado por José María Manzanares. Los cornúpetas que permitieron dictar tal lección magistral por parte de los matadores, llevaban la divisa de los Herederos de Carlos Núñez. En opinión del crítico de Aplausos, Filiberto Mira, Rivera “estuvo colosal durante toda la tarde”, demostrando, según el aludido periodista, “que es el profesional más completo que hoy tenemos”.
La
mejor versión del espada de Zahara fue la que pudo disfrutar el
respetable de la Maestranza en la citada jornada, pues todas las suertes
que intentó con capote, banderillas y muleta las realizó rayando la
perfección. De “antológicos”, tilda el informador de Aplausos los
volapiés ejecutados por el torero, rematando con ello una labor para el
recuerdo. Tanto aquella temporada como la siguiente no pisa la arena de
Las Ventas, subrayando en el mes de mayo la gran tarde de toros
brindada a la afición jerezana en el transcurso de la Feria del Caballo.
Más importante que las cuatro orejas que cortó, fue la sensación que
dejó en los espectadores de diestro poderoso, en plenitud, lidiando con
justeza a cada uno de sus oponentes.
Llegado el verano, cosecha un notable éxito en la Aste Nagusia bilbaína, logrando tres apéndices de un bravo encierro de Atanasio Fernández. A partir del mes de septiembre, “Paquirri”
tuvo que afrontar el resto de la campaña con la desazón que produce la
pérdida de un ser querido, como fue, en este caso, su madre, Agustina. Cuando concluyó la actividad taurina en ruedos españoles y franceses, Francisco Rivera había trenzado ochenta y cinco paseíllos durante aquel 1977.
Pese a que el 25 de febrero falleció el apoderado que lo había acompañado durante los años más trascendentales de su trayectoria, José Camará, el matador continuó ligado a dicha familia, pues desde ese mismo instante fue el hijo de José, Manolo, el encargado de llevar las riendas de su carrera. El torero gaditano fue el gran protagonista de la feria hispalense de 1978, pasando en apenas cuarenta y ocho horas de la apoteosis del triunfo al drama de la cornada.
El 19 de abril cuajó una faena excepcional a un cornúpeta nada sencillo de Núñez,
que poseía clase y nobleza pero que también había mostrado en los
tercios iniciales una ostensible tendencia a la huida. El espada lo
saludó con tres largas afaroladas, manifestando con ello la disposición y
el ánimo con el que comparecía en el albero maestrante. Prosiguió su
quehacer con el percal con unas templadas verónicas y un quite de
acompasadas chicuelinas. Con los palitroques tuvo, igualmente, una
actuación lucida, sobresaliendo el cuarto par, colocado al errar en el
anterior, por el aplomo y aguante exhibidos. Por lo que respecta al
trasteo de muleta, empleó idéntica suavidad que con el capote,
revelándose como un torero de clase. La faena alcanzó tal cota que,
aunque entró por cuatro veces a matar, se le otorgaron las dos orejas,
si bien hubo cierta polémica por ello.
Dos días más tarde, sufrió en ese mismo ruedo el que era, hasta el momento, percance más grave de su vida. “Paquirri” había marchado, como en tantas ocasiones, a la puerta de chiqueros a recibir al segundo de su lote, de nombre “Locares”. Era un ejemplar algo terciado pero con unas astifinas defensas, marcado con el hierro de Osborne.
Tras la emoción del recibo de hinojos, llegaron unos sublimes lances a
pies juntos, moviendo la tela con extrema delicadeza. Las abundantes
palmas de la concurrencia y las notas del pasodoble, subrayaron dicho
saludo capotero. Cumplimentado el tercio de varas, el diestro tomó los
garapullos, citando desde los medios con el propósito de quebrar la
acometida del burel. El par quedó en todo lo alto pero el torero resultó
volteado dramáticamente. Las cuadrillas acudieron con celeridad al
lugar donde había caído herido Francisco Rivera, siendo su propio suegro, Antonio Ordóñez, quien lo recogió del suelo. Otro de los integrantes del cartel de ese 21 de abril, Santiago Martín “El Viti”, le practicó un torniquete con su propio corbatín ante la abundancia de sangre que manaba de sus dos muslos.
Aunque parezca difícil de creer transcurrido un mes exacto de tan grave cornada, “Paquirri”
volvía a enfundarse un traje de luces. La reaparición tuvo lugar en la
plaza de El Puerto de Santa María, constatándose enseguida que el
diestro conservaba intactos su casta y ambición. A su primer oponente,
que al igual que su segundo llevaba la divisa del Marqués de Domecq,
le cortó una oreja, resaltando del conjunto su magnífica labor con los
rehiletes. Frente al quinto de la corrida, se creció más aún, manejando
el percal con suma soltura y facilidad. Todos los críticos que se
encargan de narrar lo sucedido en el coso portuense, señalan lo
prodigioso del tercer par de banderillas prendido por el espada de
Zahara. Tomó de la arena un palitroque que se había desprendido del
cuerpo del toro y, junto a los que le ofreció su mozo de estoques, le
adornó el morrillo al astado. Se trató, en palabras de Filiberto Mira, de “la nota más vibrante de la corrida”. Tres orejas y un rabo conquistó en la referida función de reaparición.
La gran temporada del 79
La temporada de 1979 fue, seguramente, la mejor de su carrera. El 11 de marzo paseó tres apéndices en Valencia de ejemplares de Carlos Núñez, sufriendo también una lesión en la mano izquierda. Repuesto de ésta, se anunció en la Maestranza el 27 de abril, en compañía de “El Viti” y Emilio Muñoz, para lidiar reses de Torrestrella. La tarde de “Paquirri”
en el Baratillo fue verdaderamente para enmarcar, pues a las virtudes
que siempre adornaron su tauromaquia (valor, dominio…) añadió, en
aquella oportunidad, un temple primoroso y una inspiración escasamente
mostrada hasta esa jornada. Una característica más del recital de Rivera
en el coso sevillano, fue el variado y amplio repertorio que exhibió en
el transcurso del festejo, interviniendo incluso en los quites que le
correspondían en los animales de los compañeros. Todo lo ejecutado sobre
el ovalado anillo hispalense cobra mayor importancia al llevarlo a cabo
frente a cornúpetas de gran presencia. Los muletazos más logrados al
segundo animal del sexteto, los instrumentó el torero con la siniestra
mano, pasando al de Torrestrella con ajuste y despaciosidad. De “colosal” tilda el mencionado periodista del semanario Aplausos
el volapié recetado por el gaditano, concediéndosele únicamente un
trofeo. En opinión de la mayoría de la afición, así como de la prensa
especializada, “Paquirri” firmó ese día su obra cumbre en Sevilla. El quehacer, brindado a Antonio Ordóñez,
sorprendió en cierto modo al público, más habituado a ver al matador de
Cádiz en un tono más aguerrido. En esta ocasión, sacó a relucir un
concepto mucho más clásico del toreo, aderezado además con una “torería
de la mejor ley”, como afirma Filiberto Mira. Tras una formidable
estocada y un certero golpe de verduguillo, los dos pañuelos asomaron
por el palco presidencial, consiguiendo de esta forma atravesar la
anhelada Puerta del Príncipe.
Con anterioridad a su regreso a la feria de San Isidro, en cuyos carteles no figuraba desde 1976, el diestro se entretuvo en cortar cuatro apéndices a ejemplares de Domecq
en la plaza de Jerez. Todos estos triunfos y las inmejorables
sensaciones que desprendía cada una de sus actuaciones, fueron
ratificados plenamente en la Monumental de Las Ventas, donde el 24 de mayo cuajó una grandiosa faena al toro “Buenasuerte” de Torrestrella.
La víspera ya había enseñado al coso madrileño la enorme evolución que
había experimentado su tauromaquia en los últimos tiempos, cortando una
oreja a una res de Sánchez-Dalp.
La otra gran tarde de Madrid
Con un lleno de “no hay billetes”, Francisco Rivera pisaba, nuevamente, la arena del recinto taurino capitalino, flanqueado por “El Viti” y Palomo Linares, que solamente pudo pasaportar a su primer enemigo. En los corrales aguardaba una seria e imponente corrida de Torrestrella,
que posteriormente dio un interesante juego en el circo de la calle
Alcalá. El primer astado del lote del gaditano fue bravo y enclasado
pero tenía las fuerzas justas, llegando muy apagado al tercio final.
Hasta que le duró la cuerda al cornúpeta, “Paquirri” lo templó y le acarició la embestida, coronando su labor con un volapié de libro. La oreja concedida fue indiscutible.
El sexto de la tarde, “Buenasuerte”,
no realizó buena pelea en varas, doliéndose al castigo y con una clara
falta de entrega en el peto. Por todo ello, apenas se desgastó,
guardándose todas las energías para presentar batalla en el trasteo con
la franela. El inicio del mismo, doblándose con el de Torrestrella,
resultó fundamental para fijarlo y someterlo. De cualquier manera, era
un animal de cara o cruz, de gloria o hule, pues en cada arrancada
exigía al torero una colocación adecuada y una depurada técnica, aparte
de un tremendo valor para extraerle los muletazos. El cénit de la faena y
de la feria fueron, según José Antonio del Moral, “dos naturales ligados al de pecho”,
templados y armoniosos, que significaron la victoria definitiva del
hombre sobre la res. La estocada estuvo a la altura de tan
extraordinario quehacer. Al término de la lidia, Francisco Rivera
recorría el redondel de Las Ventas portando en sus manos los trofeos de
su encastado oponente, mientras que éste era paseado en una aclamada
vuelta al ruedo.
Fue ésta la consagración absoluta del matador de Zahara, calificado por el citado periodista taurino como “el torero más poderoso de esta época”.
Superado el importante puerto de montaña que supone Madrid, el diestro
continuó en la misma línea, sin levantar el pie del acelerador,
destacando los triunfos cosechados en Málaga, Bilbao, Salamanca o
Barcelona, saliendo en hombros en todos los casos. Al final de la
temporada había toreado un total de sesenta y tres corridas, cortando la imponente cifra de ciento treinta y tres orejas.
Casi sin descanso, viajó a tierras americanas, participando en diversos
espectáculos en Venezuela, Ecuador y Colombia. Reseñar que, en la
campaña de 1979, ejercieron como representantes del espada los “Choperita” y que en aquel año también se produjo la ruptura de su matrimonio con Carmen Ordóñez.
El 25 de abril de 1980 vuelve a degustar las mieles del éxito en la Maestranza al enfrentarse, una vez más en su carrera, a dos bravos ejemplares de Torrestrella. Ausente del serial isidril, se anunció en solitario en la corrida de Beneficencia, prevista para el 19 de junio.
Los astados que salieron por chiqueros pertenecían a diferentes
vacadas, cumpliendo en general aunque ninguno destacó de forma especial.
“Paquirri” logró una oreja del noble animal de Samuel Flores y otra más del cornúpeta de Pablo Romero.
Solventado de manera más que decorosa el compromiso, no obstante le
dejó cierto amargor que acabó pagando, como debe ser, con el toro.
Sin ir más lejos, el 29 de junio en Algeciras obtuvo cuatro orejas y un rabo de reses de Sayalero y Bandrés,
divisa que acabaría marcando su existencia. La racha de triunfos
prosiguió en plazas como Barcelona, Málaga, Almería o Albacete,
señalando que el 9 de septiembre hizo su último paseíllo en la Goyesca de Ronda, actuando en un apasionante mano a mano con el Maestro Ordóñez.
Ambos toreros abandonaron en hombros el coso rondeño tras ofrecer un
brillante espectáculo. El balance de la campaña fue, nuevamente, muy
positivo, ya que en los sesenta y cuatro festejos contratados, paseó ciento nueve trofeos.
Otra vez Sevilla, en 1981
El año posterior, 1981, descendió levemente el número hasta los sesenta y uno, destacando
su paso por Valencia, donde cortó cuatro apéndices en dos tardes y por
Sevilla, plaza que lo adoraba y que lo tenía como uno de sus principales
ídolos. Esperó a los dos oponentes de su lote, del hierro de Manolo González,
clavado de rodillas frente al amplio portón de toriles, los lanceó con
buen aire a la verónica y les instrumentó preciosos quites por
chicuelinas. Con la muleta en la mano templó y mandó las embestidas,
consiguiendo una asombrosa ligazón entre los pases. La conjunción de un
hombre vestido de luces con la bravura de un toro conformaban un cuadro
de singular belleza, teniendo además un marco que contribuía a
engrandecer el conjunto, como era la Maestranza hispalense. Obviando el
pinchazo previo a la fenomenal estocada con la que culminó su primera
labor, la espada refrendó de forma casi perfecta la espléndida tarde de Francisco Rivera. La recompensa para él fue la salida en volandas camino del Paseo de Colón.
Justo lo contrario fue lo que sucedió en su segunda comparecencia de la feria, el 30 de abril, al ser corneado por el burel de Torrestrella llamado “Trianero”,
justo en el momento de ejecutar una larga cambiada a portagayola. Al
otro lado del Atlántico, subrayar su excelente actuación en el coso de
Lima, que le llevó a hacerse acreedor del prestigioso Escapulario de
Oro.
La postrera corrida del diestro gaditano en Las Ventas se fechó el 25 de mayo de 1982, ejerciendo de padrino en la confirmación de alternativa de Juan Antonio Ruiz “Espartaco”. En la primera de las corridas contratadas en el referido ciclo isidril, el 19 de mayo, recorrió el anillo en vuelta al ruedo tras finiquitar a un ejemplar de Ramón Sánchez.
Dicho esto, aquella temporada descendieron aún más las apariciones del
matador de Zahara por los distintos ruedos, cifrándose en cuarenta y dos
los festejos que contaron con su nombre. Los éxitos de mayor peso del
año se situaron en Málaga, Jerez, Alicante y Murcia.
Al poco de comenzar 1983, añadió una cicatriz más a su cuerpo, la que le produjo un cornúpeta de Icuasuco en la Santamaría de Bogotá. La campaña de Francisco Rivera
por los ruedos españoles es, igualmente, triunfal pero al tener lugar
en plazas de inferior categoría, como pueden ser Tomelloso, Villanueva
del Arzobispo o Pozoblanco la repercusión entre aficionados y prensa es
menor. Fijando la atención en lo acontecido en el recinto cordobés doce
meses antes de su fatídico encuentro con “Avispado”, cortó cuatro orejas y un rabo de reses de Carlos Núñez.
Cuando llegó octubre, el torero había intervenido en treinta y siete
espectáculos. Fuera de su actividad profesional, señalar que el 30 de abril se celebró su unión matrimonial con Isabel Pantoja. El evento tuvo lugar en la basílica sevillana de Jesús de Gran Poder.
Fruto del aludido enlace, nació su tercer hijo, Francisco José, que vino al mundo el 9 de febrero de 1984. Aquel año se desvinculó de los “Choperita”, que habían ejercido labores de apoderados desde 1979, optando por la senda de la independencia. El 22 de abril paseó su último apéndice en la Maestranza, tras realizar una completa lidia a un ejemplar de Núñez. El definitivo paseíllo en el coso ubicado en el barrio del Arenal de la capital andaluza, fue el 4 de mayo, formando terna con “Antoñete” y Emilio Muñoz para despachar un encierro de El Torero. El 24 de junio
paseó tres orejas en Granada, dándose la circunstancia que las logró de
animales de su propia ganadería. Ésta la había comprado tiempo atrás a María Coronel y Marcos Núñez.
El 25 de julio mantuvo un interesante mano a mano con Paco Ojeda en la plaza de El Puerto de Santa María. “Paquirri” se alzó como claro vencedor de dicho duelo al conseguir tres trofeos de los astados de Jandilla
embarcados para la corrida. Adentrándose de lleno en la etapa estival,
volvió a brillar en Tomelloso, así como también en Melilla, donde el 5 de septiembre cosechó un éxito apoteósico. El día 16 ante
el público francés de Dax, pasaportó los seis bureles enchiquerados que
pertenecían a las dos divisas que poseía el Maestro Diego Puerta. Cumplió dignamente el diestro de Cádiz, conquistando un apéndice de su segundo oponente.
Y llegó Pozoblanco
Antes
de encaminar sus pasos hacia Pozoblanco, afrontó el compromiso
adquirido en el coso de Logroño, cortando una oreja del toro de Joaquín Buendía que salió al redondel en cuarto lugar. Juan Carlos Beca Belmonte, que le estaba ayudando en las tareas de despacho, contrató el festejo número cincuenta del año en la mencionada localidad cordobesa, compartiendo cartel con José Cubero “Yiyo” y Vicente Ruiz “El Soro”. Las reses dispuestas por la empresa, encabezada por Diodoro Canorea, llevaban el hierro de Sayalero y Bandrés. El postrer trofeo de su vida, lo obtuvo “Paquirri” del cornúpeta que rompió plaza en aquella nefasta jornada del 26 de septiembre.
La cuadrilla del matador gaditano había dejado como segundo del lote a “Avispado” nº 9, negro, de 236 kilos en canal. Consumado el recibo capotero, Francisco Rivera
se preparó para aproximar al morlaco al caballo de picar, siendo
corneado brutalmente por éste en el muslo derecho. Todo lo que vino
después permanece grabado en la memoria de todos los aficionados,
eludiendo por ello entrar con más minuciosidad en los detalles.
Los restos mortales de “Paquirri” fueron trasladados hasta Sevilla, oficiándose el entierro el día 28
en la iglesia de los Padres Blancos. A continuación y, tras realizar
una parada en el Baratillo para honrar al torero con una emotiva vuelta
al ruedo a hombros de compañeros y allegados, su cuerpo fue conducido al
cementerio de San Fernando.
Su
ambición por ser siempre el mejor unido a una férrea voluntad y
disciplina, hicieron del diestro de Zahara de los Atunes un rival
difícil de superar para cualquiera que fueran los demás integrantes del
cartel. Sus tremendas facultades físicas y su enorme poder con toros de
las más diversas divisas, fueron, posiblemente, las cualidades más
ostensibles para el gran público aunque las mencionadas virtudes no
tendrían fundamento sin una sólida base de valor, depurada técnica y
temple.
Su
entrega sin límites en las plazas la pagó con sangre en muchas
ocasiones, si bien esa circunstancia no mermó en absoluto su espíritu de
lucha cada vez que se liaba el capote de paseo. Cuando llegó el 26 de septiembre de 1984, Francisco Rivera Pérez
ocupaba, sin duda, un sitio privilegiado en la historia de la
Tauromaquia, merced a sus continuados y rotundos éxitos en los cosos de
mayor trascendencia del mundo. No obstante, lo acaecido en Pozoblanco
contribuyó, si cabe, a engrandecer su figura, así como también a hacer
reflexionar a la sociedad sobre la autenticidad de la Fiesta y lo que
está en juego cada tarde que suena el clarín.
BIBLIOGRAFÍA.
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Cossío, José María de: “Los Toros. Crónicas. 1948-1980”. Tomo 29. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
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“Especial San Isidro. 1947-1997”. 6 Toros 6. 50 años de San Isidro. Mayo 1997.
“Especial Paquirri. 25 años después”. Revista Aplausos, año XXXIII, nº 1669, 21 de septiembre de 2009.
PÁGINAS WEB.
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