El 21 de septiembre se cumplen 125 de su muerte
Cayetano Sanz fue, sin duda, uno de los diestros más importantes de la segunda mitad del siglo XIX, así como la primera gran figura que dio al toreo la ciudad de Madrid. El inmediato 21 de septiembre se cumplirán 125 años desde que se marchara para siempre de este mundo. Coincidiendo con el mencionado aniversario, el presente trabajo de Carmen de la Mata Arcos analiza la personalidad y el concepto del espada capitalino, profundizando en sus tardes más notables.
Cayetano Sanz, en una de las celebre litografías de "La Lidia"
Carmen de la Lastra Arcos
Cayetano vino al mundo en el madrileño barrio de la Arganzuela el 7 de agosto de 1821.
El niño tuvo la desgracia de no poder conocer a su progenitor, ya que
éste falleció seis meses antes de su nacimiento. Al contraer su madre
segundas nupcias, fueron los abuelos quienes se hicieron cargo de la
educación del pequeño. En cuanto fue posible, comenzó a trabajar en un
taller como aprendiz de zapatero, manteniéndose en el mismo hasta
alcanzar el grado de oficial. A pesar de estos progresos, el joven tenía
decidido dejar esta ocupación para entregarse plenamente al sueño de
ser torero.
A partir de entonces, era frecuente ver a Cayetano
tanto en el matadero, que, al igual que ocurría en Sevilla, también en
Madrid fue escuela de noveles aspirantes como en las capeas que se
organizaban en las proximidades de la gran urbe. El siguiente paso en su
aprendizaje fue estoquear la res embolada que soltaban al término de
algunas funciones menores en la plaza ubicada junto a la Puerta de
Alcalá.
Una actuación suya en el coso de Aranjuez en 1844, resultó fundamental para su futuro inmediato, pues el Duque de Veragua,
propietario de los novillos a lidiar, lo amparó y protegió, una vez
observado el potencial que podía desarrollar si tenía el aprendizaje
adecuado. Éste lo recibió de manos de José Antonio Calderón “Capita”, banderillero sevillano que aceptó la propuesta al estar respaldada por el citado Duque. Gracias a las enseñanzas de “Capita”, el toreo de Cayetano Sanz ganó en elegancia, adquiriendo un toque de distinción que mantendría a lo largo de toda su trayectoria.
En las temporadas de 1844 y 1845 acompaña a José Redondo “El Chiclanero”
como integrante de su cuadrilla, además de comparecer en bastantes
ocasiones en el coso madrileño como media espada. Los recelos que en
aquella época evidenciaban los diestros andaluces hacia los castellanos,
temerosos de verse perjudicados en su contratación en el circo de la
capital de España, no favoreció en nada a Cayetano, que se vio
relegado a un estrato inferior al negársele el paseíllo en carteles de
máxima categoría. De tal forma que interviene como banderillero en
corridas con toros y como matador en festejos de novillos, pasaportando
un buen número de ellos en la campaña de 1848, casi todos en la suerte de recibir.
En cuanto a la fecha de la alternativa hay discrepancias entre las distintas fuentes, ya que en algunos casos se cita el 12 de septiembre de 1848 como la jornada en la que el diestro de la Arganzuela obtuvo el doctorado. Otros retrasan el hecho hasta el 12 de noviembre e incluso ciertos analistas lo sitúan en 1849. Dicho traspaso de trastos se produjo en la plaza de Madrid, actuando junto a Cayetano Julián Casas “El Salamanquino” y Francisco Arjona “Cúchares”. Acerca del ganado que lidiaron los aludidos espadas, Leopoldo Vázquez, Crítico de Sol y Sombra, afirma que llevaban los hierros de Torre y Rauri, Nautel y Suárez.
Tan grato sabor de boca dejó en la mencionada función que, el empresario que regía los destinos del coso capitalino, Justo Hernández, lo contrató para alternar con “Paquiro” y “El Chiclanero” durante la campaña siguiente. En 1851, ante los reiterados éxitos en la Villa y Corte, sobresaliendo entre ellos los obtenidos frente a animales de Mariano Téllez de León y Marqués de Casa-Gaviria,
los gerentes de la Maestranza de Sevilla fijaron su atención en el
torero madrileño, logrando, de igual forma, el favor del público, que
admiraba, sobre todo, su porte y facilidad con capote y muleta. A raíz
de esta afortunada actuación, sus apariciones en ruedos del sur se
hicieron habituales, conservando una bien ganada fama a lo largo de
bastantes años.
Rotundos y clamorosos triunfos fue lo que consiguió la mayoría de las tardes que vistió el traje de luces en 1853,
resaltando, especialmente, las acontecidas en Jerez, Cádiz y en “su”
plaza de Madrid, donde los espectadores sentían verdadera veneración por
el matador. “El Regatero” auxilió en todo momento a Cayetano en la lidia de las ocho reses que fueron pasadas a estoque en la referida corrida de Jerez, todas ellas con el hierro de Taviel de Andrade. El festejo en la capital gaditana, se enmarcó dentro de los actos organizados con motivo de la visita que los Reyes, Isabel II y Francisco de Asís, rindieron a la ciudad. Dicha función tuvo lugar el 7 de agosto, corriéndose ejemplares de Jerónimo Martínez.
La temporada de 1854
prosigue su idilio con el recinto taurino de la capital de España,
distinguiéndose, en esta ocasión, la labor que efectuó al toro “Leoncito” de Cabrera el 25 de junio.
Además, tuvo el honor de ser el primer torero español que pasaportó
reses bravas en Francia, al participar en las funciones que tuvieron
lugar en Bayona para festejar la boda de Napoleón III con la Condesa de Teba, Eugenia de Montijo.
La actitud solidaria de la que siempre han hecho gala los toreros,
también movió al diestro madrileño a anunciarse en diversas corridas
benéficas, como la que se organizó en 1855 para ayudar a los enfermos de cólera o la que se celebró en Valencia en 1857, destinándose los fondos recaudados a paliar la situación de las personas ingresadas en el Hospital General.
La campaña de 1856 estuvo marcada por los constantes éxitos, si bien también hizo su aparición el dolor de la cornada. Ésta se produjo el 2 de junio al entrar a matar a “Pedroso”, astado de Veragua
que, igualmente, le ocasionó la fractura de dos costillas. Un hecho que
actualmente parece tan obvio, como es que el espada correspondiente se
enfrente al toro sin la asistencia de los peones, en esa época era casi
insólito, por ello José Sánchez de Neira, gran estudioso del
toreo, ensalzó la actitud del madrileño de irse al cornúpeta “con la
muleta y el estoque, después de ordenar que todos los lidiadores, tanto
de a pie como de a caballo, se retirasen del ruedo”. A esta sublime
actuación hay que añadir la del 15 de septiembre, jornada en la que cuajó una sensacional faena a un burel del Marqués del Saltillo, de nombre “Escogío”.
En el posterior año, 1857,
firmó otras cuantas faenas notables ante la concurrencia madrileña,
subrayándose con especial énfasis las hilvanadas a reses de Veragua, Justo Hernández, Marqués del Saltillo y Cabrera. A esta última vacada pertenece también “Cochinito”, ejemplar que saltó al redondel capitalino el 28 de junio de 1858 y que dejó a Cayetano
explayarse, en cierto modo, y enseñar a sus paisanos los progresos
técnicos que estaba alcanzando con las telas, circunstancia ésta que le
hacía tener más poder y autoridad para encauzar las habituales ásperas
acometidas de los animales. La excelente impresión que dejó en
anteriores actuaciones entre la afición valenciana, quedó ratificada
plenamente tras la que tuvo lugar en junio de 1859, alternando con Manuel Domínguez “Desperdicios” en la lidia de bureles de Veragua y Gómez.
A esas alturas, ya había sentado cátedra en un par de oportunidades en la plaza de la puerta de Alcalá. El 1 de mayo el receptor del magisterio que atesoraba el torero de Madrid fue “Donoso”, un toro con el hierro de Aleas, así como el 27 de junio correspondió ese papel a “Romito”, morlaco de la divisa colmenareña de Vicente Martínez. Apenas quince días más tarde, apareció, nuevamente, Cayetano en la puerta de cuadrillas para estoquear un encierro de Gaviria, destacando su quehacer a “Sabandijo”. De 1861 a 1865
su nombre se hizo imprescindible en los cosos más relevantes del país,
siendo solicitada su presencia, sobre todo, por los espectadores que
gustaban de la tauromaquia más clásica, sin ningún tipo de concesiones,
amparada únicamente en las suertes fundamentales. En esos años, junto a
la miel del éxito que llegó con cornúpetas como “Tostado”, de Gala Ortiz, “Redondo”, de Félix Gómez o “Guantero”, de Miura también probó el amargor de la cornada, originada, en este caso, por “Zafreño”, ejemplar de Antero López que le hirió en la mano derecha.
Desde un primer momento, Cayetano
había manejado con suma facilidad y dominio tanto el capote como la
muleta, destacando sus lances a la verónica, a la navarra, de tijera o
de frente por detrás en el caso del percal, así como los naturales y
pases de pecho con la franela en la mano. Con menos destreza ejecutaba
la suerte suprema, malogrando sensacionales trasteos. Sin embargo, había
oportunidades que recetaba formidables espadazos, como aconteció en una
corrida celebrada en Madrid en 1861, cuya crónica aparece en La Iberia. Declara el crítico del citado periódico que “dio una estocada al primer toro recibiendo, como pueden darse pocas, admirable: una estocada a la altura de las más brillantes”.
En aquellas fechas, surgen enconadas competencias, como la que sostuvieron Antonio Sánchez “El Tato” y Antonio Carmona “El Gordito”, acompañando a ambos en bastantes carteles Cayetano Sanz. Asimismo, el Maestro de la Arganzuela fue el encargado de confirmar el doctorado a Rafael Molina “Lagartijo” el 15 de octubre de 1865,
que se había convertido en matador de toros pocos días atrás en el coso
de Úbeda. Precisamente a quien ostentaría posteriormente el título de
“Califa”, le aconseja el corresponsal de El Contemporáneo que “vea como torea de muleta Cayetano, porque ese es el verdadero arte”.
Las
grandes tardes en el circo capitalino se sucedieron hasta el final de
su trayectoria profesional. Buen ejemplo de ello es la que acaeció en junio de 1870, ante reses de López Navarro, sobresaliendo, fundamentalmente, su labor al toro “Sevillano”. Uno de los últimos paseíllos fue el que efectuó en La Malagueta el 27 de mayo de 1877, ocupando el puesto que había dejado Salvador Sánchez “Frascuelo”, corneado pocos días antes en Madrid. Cayetano, pasaportó con dificultades a su primer antagonista, debiendo ceder el estoque a José Lara “Chicorro”
para que terminara con la vida del quinto de la suelta ante la
imposibilidad física de realizarlo él mismo. Esta eventualidad llevó a
que tomara la determinación de apartarse de los ruedos, retirándose a su
finca de Villamantilla. Pese a ello, intervino en las fiestas reales
que se programaron en enero de 1878 coincidiendo con el casamiento de Alfonso XII con Mercedes de Orleáns
y, posteriormente, en una corrida de novillos que se dispuso para que
los maletillas de la zona cercana a la capital pudieran practicar las
distintas suertes. Probablemente, fue ésta la última ocasión en la que
el diestro madrileño lanceara a una res en público.
La mayor victoria que logró Cayetano Sanz
a lo largo de todo el período que permaneció activo fue, sin duda,
vencer y convencer a las aficiones más diversas y rigurosas que, en un
principio, evidenciaron ciertas reticencias a su concepto. El tiempo
transcurrido desde su fallecimiento no es obstáculo para que persista el
recuerdo y el reconocimiento a su figura como claro exponente de
elegancia y clasicismo, con un estilo en el que no había lugar para lo
superfluo. Aunque llegaron otros intérpretes que continuaron por esa
senda y, aún profundizaron en ella, siempre se valorará la contribución
esencial que llevó a efecto el torero del distrito de Arganzuela.
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