domingo, 23 de octubre de 2016

Puyazo al «procés»: ahora resulta que a Felipe V no le gustaban los toros y a Companys sí


Como los de la facción separatista catalana se enteren de que su mártir se dejaba las manos aplaudiendo en la Monumentalde Barcelona, les da un síncope 

Lluis Companys, en el palco de la Maestranza
Lluis Companys, en el palco de la Maestranza - ABC

ÁLVARO MARTÍNEZ Madrid

Ahora quelos toros podrían volver a Cataluña, este batallón echa la vista atrás para testar, memoria histórica en mano y más allá de los tratados de Derecho, las razones que también debieron tumbar aquel veto a la Fiesta decidido por la facción independentista de estos días al grito de «esto huele a España». Marchemos, por ejemplo, al domingo 16 de agosto de 1936. Hacía casi un mes que España estaba en guerra aquel verano y Lluís Companys, a la sazón presidente de la Generalitat y al que tanto le gustaban los toros, presidía desde el palco de la Monumental de Barcelona el festejo organizado por la Asociación de Picadores y Banderilleros de Cataluña, que aprovechando el barullo y desconcierto que siguió al 18 de julio y el levantamiento, y como quien no quiere la cosa, habían confiscado para ellos la plaza. El objetivo de aquel festejo, recaudar fondos para las llamadas Milicias Antifascistas y los Hospitales de Sangre. Cuentan las crónicas de aquella fecha que «el generoso esfuerzo de los organizadores se vio coronado por el éxito, pues a su llamada respondió un público extraordinario que llenó hasta abarrotarlas todas las localidades de sol y gran parte de las de sombra». Hasta la bandera.

¡Menuda tarde echó el molt honorable! 

Companys, que dos años antes se había levantado contra el Estado y proclamado por su cuenta el Estado Catalán, lo pasó en grande aquella tarde agosteña y, según las crónicas, se dejó las manos aplaudiendo a Curro Caro, Pedrucho, Juan Luis de la Rosa, Morenito de Valencia, Félix Merino y el mexicano Silverio Pérez, que eran los diestros que componían el cartel y que brindaron cada uno de sus enemigos al «molt honorable». Hay quien dice que Companys salió toreando de la Monumental y cuenta la entregada crónica de «La Vanguardia», por ejemplo, que el presidente estaba «visiblemente emocionado», que recibió un montón de ovaciones y que él «correspondía» al entusiasmo de la tarde «juntando las manos en alto». Menuda tarde buena-buena echó Companys en los toros, porque además la banda tocó «Els Segadors», el himno de Riego, la Internacional y hasta la «Jota de la Dolores».

Tal relevancia tuvo la corrida que, según cuenta Antonio Fernández, el evento mereció el análisis de Indalecio Prieto, que a punto estaba de ser nombrado ministro de Marina y del Aire. «Don Inda» lo tenía claro: la corrida «ha servido para que, hermanados catalanistas, personificados en Companys, sindicalistas, socialistas y la llamada afición de a pie, el pueblo, con todas sus virtudes y todos sus defectos, contribuyeran al fin que se perseguía».

Hemingway y el Niño de la Estrella

Pese a la guerra, el coso de la Monumental mantuvo parte del calendario taurino. Un mes después, las autoridades de la Generalitat promovían un nuevo festival para celebrar con albricias que el navío soviético Zyrianin había atracado en el puerto de Barcelona con 3.000 toneladas de comida donadas «por los trabajadores moscovitas». Cartel de lujo, con Rafael «el Gallo», Fernando Domínguez y Fuentes Bejarano. Y en abril de 1937 otra corrida. Y otra más el 12 de mayo, en la que estuvo hasta Ernest Hemingway, que no quiso perderse la alternativa del guipuzcoano Pedrucho de Éibar, apadrinado por el Niño de la Estrella y con el vizcaíno Jaime de Noain como testigo. Todo eso en apenas una pizca de tiempo y en circunstancias tan dramáticamente adversas.

Cataluña ha sido un referente de la Fiesta insoslayable desde hace siglos. Y más Barcelona, donde en los años de Companys llegaron a funcionar a pleno rendimiento hasta tres plazas al mismo tiempo.

 Hay constancia de que ya en el siglo XIV Juan I autorizó un festejo, en aquel formato arcaico y mediaval, pero que puede considerarse el primer vagido de las corridas de toros en Cataluña. En 1834 ya había en Barcelona plaza de toros fija (llamada El Torín) en la barrio de la Barceloneta. Como también se fueron levantando a lo largo del XIX en Figueras, en Olot, en Tarragona o en Gerona; o en San Feliú de Guixols, Lloret de Mar o Vich (Vic en catalán) ya en el siglo XX. Los toros han sido un continuo en Cataluña, y todo pese a que Felipe V fue el primer monarca español que les prohibió a sus cortesanos el toreo a caballo, en 1723.

Las vueltas que da la vida cuando uno se pone a repasar el pasado y la verdad. Resulta que el «gran ogro» del catalanismo, Felipe V, vetó los toros; mientras que Companys, el «gran mártir» del separatismo, no se perdía un festejo. Sí, cada día es un poco más difícil ser independentista con esos trastos.

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