El valenciano corta dos orejas y pincha el rabo del cuarto tras una grandiosa obra; el mexicano pasea un trofeo en un emotivo adiós con los dos maestros a hombros
Enrique Ponce dibujó auténticos carteles de toros en su tarde mexicana - Luis Felipe Hernández
GUILLERMO LEAL Ciudad De México
El maestro Enrique Ponce cuajó su mejor faena en la despedida de Eulalio López «Zotoluco» en la Plaza México. Lo hecho por el artista valenciano «no tuvo madre», como se dice aquí en esta tierra.
La obra a su segundo fue una cátedra de bien torear, pero de mucho mejor sentir, y como el arte cuando se ejecuta con tal pureza, sinceridad y emotividad no se puede medir, el público se dejó llevar por un poderosísimo cúmulo de emociones en el que el eje era un hombre vestido de luces que fue capaz de extraer las mejores condiciones de un toro noble y con clase de Fernando de la Mora. Ambos consiguieron la mejor expresión de Ponce, y si hay un torero expresivo que aquí en este ruedo ha hecho tanto es el valenciano.
El sábado después de haber hecho otra faena de las suyas por la que cortó las orejas a su primero, se permitió el lujo de torear como pocas veces se puede hacer. «Ha sido una de las mejores faenas que he hecho en La México, aunque pensándolo bien, quizá la mejor, porque en muchos momentos he logrado el toreo soñado como yo lo concibo, con esa despaciosidad, abandonando el cuerpo y torear con el alma», dijo el propio Ponce.
Y la realidad es que el alma se le salió a Enrique del cuerpo: mejor plantado, más relajado, más torero, no se puede estar. Su muleta, prodigiosa en temple, iba y venía simplemente de manera sublime, con la consagración de un artista. Los aficionados, locos y entregados, observaron gran parte de la bella obra de arte de pie.
Pocas veces se ha visto al público tan consternado con las fallas con el acero de un torero, pero esta vez era comprensible, el que estaba en el ruedo no era un torero más, la faena había tocado el alma de todos, y Ponce la había malogrado con la espada.
Torero en mayúsculas
Enrique dejó caer en cada pase la muleta como dejándola muerta y, apenas con un toque de muñecas y el tacto de las yemas, era capaz de poner a todos de acuerdo en que el valenciano es un Torerazo, así con mayúsculas, que ha traspasado y trascendido la realidad cuando se pone a torear así. Tras los pinchazos no tuvo más que salir a escuchar en el tercio una ovación ensordecedora que obligó al español a dar una vuelta al ruedo de las más rotundas, contundentes y emocionantes.Y después de esa faena, Ponce tuvo el detalle de aventarle su montera a los pies a Zotoluco en señal de reconocimiento a la trayectoria de un torero que se acababa de retirar de los ruedos después de que sus hijos Álvaro y José María le cortaron la coleta. Una despedida con una gran carga de emotividad, pero que no fue la soñada por el maestro mexicano, cuya mala fortuna en su lote fue evidente.
Cortó una oreja, sí, merecida, pero su historia y su trayectoria merecían más premios. Llegaron lso momentos más emotivos cuando salió «Toda una Historia», su último astado, al que toreó bien por muletazos y justo cuando sonaban «Las Golondrinas» movió a los aficionados en un acto espontáneo a encender las luces de sus móviles e iluminar como nunca se había visto, el tendido de la Plaza México, lleno en su parte numerada.
Ponce, El Juli... Todos se emocionaron. Eulalio dejó constancia de supundonor, su técnica, el oficio y valor adquiridos durante tres décadas. Lo admirable de Zotoluco, además de su historia, es haberse retirado de los ruedos en su mejor momento, pletórico y convertido en una figura de época en México.
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