El Juli y Sebastián Castella cortan una oreja a una corrida solo discreta de Garcigrande
Alejandro Talavante sale a hombros - Efe
ANDRÉS AMORÓS Castellón
El sol hace brillar, por fin, estas fiestas de la Magdalena: ofrenda floral a la Virgen de Lidón, folclore, pirotecnia y desfile de «gaiatas» (monumentos iluminados, que recuerdan la tradición de la bajada de los pobladores de las montañas al llano, a «la Plana»).
Después del éxito de Valencia, magnificado por una benévola presidencia (vuelta al ruedo e indulto), vuelve a lidiar Garcigrande: toros muy pobres de cara y flojos, en general, pero manejables; es decir, lo que prefieren los toreros, no los aficionados; los mejores, segundo, quinto y sexto. El Juli y Caatella cortan una oreja; Talavante, en el último, las dos y sale en hombros.
El viernes, durante la corrida, circuló por los tendidos la noticia de que no podía torear aquí el lesionado Roca Rey. Muchos imaginaron un mano a mano de El Juli y Talavante o se ilusionaron con la incorporación de una de las jóvenes promesas: Ginés Marín, Garrido… En vez de eso, repite Castella. Es cierto que cortó dos orejas y salió en hombros; también lo es que el empresario de esta Plaza es, a la vez, su apoderado… Esta tarde, Sebastián ha de justificar su inclusión y se entrega.
Tiene, además, la fortuna de que le toquen dos reses francamente manejables. El segundo, engatillado de cuerna, mansea pero mejora mucho, en la muleta. En el voluntarioso trasteo, sobresalen una serie por cada mano, junto a otras, en las que hay latigazos y enganchones. Pincha y pierde el trofeo. El quinto va y viene, flaquea, no «dice» nada pero le deja estar muy a gusto, en una faena típica de su estilo: pases cambiados, templados derechazos, alardes, metido entre los pitones, bernadinas… Todo el repertorio, con más cantidad que calidad. Ha recuperado el sitio con la espada: oreja.
El primer toro, tan cómodo de pitones como sus hermanos, es un inválido total, rebrincado y claudicante. Ni siquiera la técnica de El Juli, con su ganadería favorita, lo mantiene en pie: sólo le aplauden cuando corta la faena. La espada hace guardia. El cuarto es un mansazo que desconcierta a los banderilleros. Como Julián no quiere irse de vacío, se produce un momento de notable interés: ¿conseguirá sujetar a una res tan huida? Dejándole la muleta en la cara (la técnica adecuada), no le deja irse. Importa aquí el mando, no la estética. Si hubiera llevado la espada en la mano y hubiera matado en el momento justo, habría cortado dos orejas. En vez de eso, se demora, recurriendo nada menos que a cinco circulares invertidos (una de las funestas modas actuales) y mata regular: oreja.
Talavante sorprende a los públicos por su fantasía, a veces demasiado «mexicana». Consigue hallazgos, como el comienzo de la faena de Fallas: muletazos con la mano izquierda, rodilla en tierra. Y sigue siendo irregular con la espada: hace la suerte muy bien o se encasquilla. Llevando al caballo al tercero, sufre una voltereta, seguida por otra de El Juli. Alejandro lo engancha con facilidad, logra buenas series de derechazos y naturales, deslucidas porque sufre un desarme y porque el toro se derrumba. Mata mal, con el codo retraído. En el sexto, flojo y suave, saluda una vez más, en banderillas, el gran Juan José Trujillo. Talavante traza excelentes muletazos, iniciados con originalidad: el «cartucho de pescao», un farol… Cuando lo imanta en la muleta, alterna un precioso cambio de mano con una innecesaria arrucina y unas manidas manoletinas (¡si hasta las daba Montalvo, el medio izquierdo del Real Madrid¡). Es una faena desigual, como suelen ser las suyas, por no mantener un criterio de unidad y exigencia; en todo caso, lo mejor de la tarde. Esta vez consigue una buena estocada: dos orejas.
Me ha recordado Talavante lo que decía el maestro Pepe Luis: el torero debe sorprender al público, no aburrirle. Él lo está haciendo y está toreando muy bien. Todavía puede mejorar, si depura su repertorio hacia el clasicismo.
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