Corta dos orejas a un toro de Talavante que fue a más en sus sabias manos
Antonio Ferrera, en un sentido y despacioso muletazo - Belén Díaz
ROSARIO PÉREZ San Sebastián De Los Reyes
No quería pasodoble alguno Antonio Ferrera. ¿Para qué? La música la puso él, la música era su toreo, con las notas precisas en cada estrofa, en cada verso con el que iba componiendo su pieza.
¡Qué maravilla! Lidió con mente privilegiada desde la salida a «Agaliano», que se convirtió en el toro del debut ganadero de Talavante en una corrida. Herrado con el número 45, fue un ejemplar de emotiva embestida y a más en las sabias manos del extremeño. Sobre la zurda, el pitón más boyante, se puso a torear Ferrera, que amasó los viajes con técnica y sentimiento, compatibles según qué muñecas... A derechas cabeceaba más, sin clase, y el veterano matador, con gran seguridad, le arrancó series de importancia, con el toque y los terrenos idóneos. Hubo una ronda sensacional de cuatro apuntes, enjaezados a un cambio de mano de torerísimo ritmo. Con la muleta adelantada, desgranó luego naturales personalísimos. El toro hizo amagos de rajarse, pero el maestro lo aguantó y se recreó por el otro lado. El regreso a la zurda condujo a unos naturales de suave caricia, despaciosos, con un pase de pecho a la hombrera contraria. Tan a gusto se encontraba, que sonó un aviso antes de perfilarse para matar. No le importó: ahí dejó otros zurdazos de oro, hundido y de riñones rotos, con el público volcado. Ovación para el toro talavantino y dos orejas a la melodía ferrerista, un placer para los sentidos. Con oficio dio cuenta del quinto, un animal desclasado, tónica del deslucido y desigual conjunto, mansote alguno.
Era la despedida de Francisco Rivera Ordóñez en un ruedo de la Comunidad de Madrid y la plaza lo acogió con cariño desde los aplausos tras el paseíllo. Su paso por «Sanse» se saldó con una oreja. Se la cortó al sobrero de Victoriano del Río que sustituyó al «Cacabilero» de la ganadería titular, al romperse el pitón. Paquirri, que lo recibió con lucimiento a la verónica, compartió rehiletes españoles con sus compañeros en un buen tercio, rematado al violín. Rivera dejó un torero doblón en el inicio y una destacada serie en redondo dentro de una labor desigual frente a un toro repetidor y codicioso, que a veces se metía por dentro con cierto genio, especialmente por el zurdo y por arriba, por donde protestaba más. Con el jabonero cuarto, un toro medio, anduvo aseado y con oficio y saludó.
Manuel Escribano apenas tuvo opción con el justísimo -en todas sus variantes- tercero y se ganó una ovación por su actitud. Con el más serio sexto, se la jugó en un quite y protagonizó un vibrante tercio de banderillas; luego, se afanó por sacar partido a un animal rebrincado. El ritmo, el tiempo y el compás de la tarde lo puso Ferrera, que optó por marcharse a pie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario