jueves, 12 de julio de 2018

Sexto encierro de San Fermín: rapidísima y limpia carrera de los toros de Victoriano del Río

Solo dos contusionados en la carrera de los astados de la ganadería madrileña


Los toros de Victoriano del Río, en el sexto encierro de San Fermín. AFP
La emoción del encierro no va ligada a las cogidas, sin duda, pero la limpieza de una carrera rapidísima, salpicada solo por alguna caída, un atropello fortuito y un pitón que huele la piel de un mozo atrevido o despistado restan emoción a un espectáculo basado, esencialmente en el peligro de los toros más grandes y astifinos de la ganadería brava. Hoy, felizmente, solo dos contusionados leves, -uno de ellos con traumatismo craneal- figuran en el primer parte médico.

Y otro asunto: en algún momento se planteará el retiro de esa manada de cabestros tan veloces como bien adiestrados que toman desde el inicio la cabeza de la carrera, permiten que los toros se escondan entre sus carnes y disminuyan las incidencias. Como sucede, además, con el líquido antideslizante que se esparce en el suelo de distintos tramos, que ha acabado con las espectaculares imágenes de los toros contra los tablones de la curva de Estafeta. El encierro, no debe olvidarse, es algo más que una loca carrera por las calles de Pamplona.

Hoy, por ejemplo, más que toros han aparecido en la Cuesta de Santo Domingo seis veloces y experimentados corredores de cuatro patas, que han entrenado tres veces a la semana una distancia de cuatro kilómetros; para ellos, los 850 metros del encierro pamplonica son pan comido, y así lo demostraron: dos minutos y veinte segundos tardaron en llegar a los corrales de la plaza de toros, tiempo récord que ya alcanzaron en sus comparecencias en 2010 y 2011, aunque su carrera más rápida fue en 2016, cuando establecieron un tiempo de dos minutos y trece segundos.

Otra vez, ese cabestro grandote de ancha testuz y largos pitones enfiló la primera cuesta con la decidida convicción de llegar el primero al callejón de la plaza; él y sus cuatro compañeros bueyes llegaron juntos y ufanos a la zona del Ayuntamiento, y solo al final de la calle Mercaderes fueron alcanzaron por un toro negro, que veía en entredicho la fama veloz de su casa.

Ese esprínter llegó en solitario a la curva de Estafeta, y un compañero más, también espoleado en su amor propio, le siguió los pasos, y ambos enfilaron la recta por delante de los demás. Es de las pocas veces que sucede un hecho tal en estos sanfermines, pues no parecen dispuestos los cabestros en ceder su posición de privilegio.

Corrieron ambos toros de Victoriano del Río como consumados atletas, con la mirada puesta en el horizonte, sin atender a los humanos de variada pinta, y así provocaron caídas y atropellos de corredores bípedos y menos experimentados.

Tal era la velocidad que se dieron de bruces contra el vallado de Telefónica, donde hay una curva con la que los toros no contaban. Y allí chocaron contra algunos mozos que pasaron serios y rápidos apuros -dos de ellos son los contusionados de la mañana-, pues los toros recuperaron el paso con prontitud porque su meta era el ruedo y no los molestos transeúntes.

Y no pasó más. Velocidad sin más emoción que la búsqueda de un récord, algo tan frío como un número, con lo caliente y emocionante que debe ser el encierro de San Fermín.

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