martes, 18 de septiembre de 2018

Feria de Logroño: los victorinos que morían con la boca cerrada



Escribano se gana una oreja y Bautista resulta herido menos grave


Derechazo de Escribano al cárdeno victorino, que humilla
Derechazo de Escribano al cárdeno victorino, que humilla - BMF TOROS/ANDRÉ VIARD


Rosario Pérez@CharoABCToros

Si los valientes mueren con las botas puestas, una vieja teoría dice que los bravos lo hacen con la boca cerrada. Y esto último ya es noticia en tiempos de lenguas que asoman antes de que los matadores tomen la muleta. Tal «primicia» saltó ayer en La Ribera, donde los victorinos apenas dijeron «esta boca es mía». Salvo alguna excepción, los ejemplares de la A coronada viajaban al Más Allá sin que por su «hocico» se colara mosca alguna. Y, ¡sorpresa, sorpresa!, con su trapío (fueron aplaudidos de salida) y su casta dentro de un juego variado. Allí nadie perdía de vista al toro.

No podía tener mejor bautismo para la Feria de Logroño el primero: «Bodegón», que humilló pero desarrolló problemas pronto. A Juan Bautista, en plena retirada, no le agradó y lo probó de mala gana. Metía la cara, a veces en plan tobillero, y se quedaba corto en los contados esbozos. La gente se puso de parte del victorino y pitó al torero, muy desconfiado con el acero. Sabedor de que se encontraba ante su último cartucho en este escenario, quiso resarcirse en el cuarto, al que toreó fenomenal con el capote. «Bostecillo», que sí entreabrió la boca y se desplomó en los inicios, se volvía presto en su ir y venir. El francés, deseoso y capaz, lo intentó con clásicas formas. No le perdonó el victorino, que lo cazó en una feísima voltereta, buscándolo con saña en la arena, mientras la figura gala trataba de zafarse. Regresó con agallas a la cara del toro y fue ovacionado camino de la enfermería, donde fue intervenido de una cornada menos grave, de 13 centímetros, en el muslo derecho.

El mejor librado fue Manuel Escribano, que mostró su solvencia desde que salió de chiqueros el cárdeno segundo, bien picado por Chicharito. Arriesgó con los palos el de Gerena, brindó al público y comenzó faena sobre la derecha ante un toro que se revolvía rápido. Procurando ganarle la accción y, pasito a pasito, fue afianzando muletazos que calaron hasta amasar una meritoria obra. Transmitían el encastado victorino, que lo pedía por abajo, y la leal entrega de Escribano, con amplia experiencia en estas lides. Reponedor a izquierdas, sacó una valerosa tanda. Y ahí seguía «Jaracando», que nunca destapó la boca. Ni siquiera cuando sintió el pinchazo antes de un espadazo. La pañolada no cuajó y la recompensa a su buena tarea quedó en saludos.

La gente se mosqueó cuando desfiló el quinto con el freno de mano echado. Manso, salió como alma que lleva el diablo del primer encuentro y derribó luego al picador hasta acabar en el que guardaba puerta. Escribano se dobló con prestancia frente al cambiante «Dirigible», que humilló y desarrolló nobleza a pesar de faltarle recorrido. Listo en la medida de tiempos y distancia, obtuvo series de valía. Y ahora sí conquistó un trofeo.

Se escobilló un pitón el tercero, que recibió un puyazo con la sangre corriendo hasta la pezuña y otro muy trasero. Reservón, tenía su guasa dentro. Joselito Adame brindó a Bautista una labor en la que sacó los muletazos tirando del zapatillazo y el toque fuerte ante un «Diligente» que se apalancaba.

 Parte del público le recriminó la colocación. Tampoco llegó a conectar con el serio sexto, pese a su voluntarioso afán por agradar.

Y con «Matinal», que así se llamaba el último, llegó la anochecida. Como la mayoría de sus hermanos, se arrastró con la boca sellada en una victorinada que, sin ser de bandera, siempre mantuvo la emoción y el misterio.

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