López Chaves triunfa en su vuelta a Salamanca y Padilla corta una oreja en su despedida
Estoconazo de Lopez Chaves al quinto toro - David Arranz
Rosario Pérez@CharoABCToros
Tras la madrugada más larga, Paco Ureña seguía en el pensamiento. Mientras Juan José Padilla –tan pendiente de su compañero en estas duras horas– hacía su último paseíllo en La Glorieta, la afición tenía en su mente al lorquino. La autenticidad conlleva un precio, y Ureña lo ha pagado caro. En el lecho del dolor, no le importaba la cornada: pedía perdón por no matar bien al toro que lo hirió... Así son los toreros. Héroes de otros tiempos en el siglo XXI.
La heroicidad de Padilla después de una carrera con tanta sangre derramada se vio recompensada con su primera oreja en Salamanca. Justo con el toro con el que se despedía, un notable ejemplar del Puerto de San Lorenzo. Después de no confiarse con el que abrió plaza, hizo un esfuerzo frente al serio cuarto y se esmeró por agradar en una faena de su corte y confección, con cánticos de «¡illa, illa, maravilla!» con los palos y en un vibrante prólogo de rodillas que prendió la mecha. La llama se avivó en el cierre de hinojos, con un desplante que entusiasmó. Tras un fenomenal estoconazo, le pidieron con ímpetu las dos orejas, pero el usía se mantuvo firme y solo concedió una.
Y si el Ciclón decía adiós, López Chaves se reencontraba con el público salmantino tras una extensa ausencia. De pobre cara y mironcente, no fue el segundo ningún dechado de bravura, aunque sirvió en las manos del profesional espada, que se anotó un trofeo. «¡Viva Domingo, que es festivo!», gritó un paisano tras el brindis del grandón sobrero, con el que anduvo tesonero. Ni los desarmes enfriaron su valerosa tarea a un toro sin clase y con flecos de complejidad. El espadazo desató la pañolada y paseó la oreja que le abría la puerta grande en su veinte aniversario de alternativa.
Otro susto tremendo paralizó ayer el corazón: el tercero cogió a Luis David de dramático modo en un quite por chicuelinas. No se amilanó el mexicano, deseoso con un obediente, guapo y bizco «Pelotito», que levantó las tablas y no accedió de puro milagro al callejón. Pero mató mal. Tampoco lo vio claro con el acero en el flojo y soso sexto.
Mientras, en la otra Castilla, la manchega, Ureña era el mantenedor de la fe. Esperanza para la verdad de un torero.
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