Abarrota la plaza, corta cuatro orejas y sale a hombros en una corrida con un garcigrande de vuelta al ruedo
Roca Rey, por bernadinas al tercero de Garcigrande, Capitán de nombre - David Arranz
Rosario Pérez@CharoABCToros
Desde la fila alta del tendido se apreciaban las gotas de agua caliente en el rostro del gentío, envuelto en abanicos para paliar el bochorno. No cabía un grano de arroz en el graderío, con un llenazo a reventar: a las seis y cinco, La Glorieta era una estación de un Metro capitalino en hora punta.
Qué gozada ver aquella imagen rebosante. Y con entradas caras, de fajo de billetes por delante como en un restaurante de estrellas Michelin. «A mí no me verá usted comer en un bistró de cien euros la botella, pero por seguir a Roca Rey empeño el colchón si hace falta», me comentó un señor al acceder a la plaza.
Nada más hacerse presente el peruano se entendió aquella sentencia: el quite de verdad y variedad, con chicuelinas, tafalleras y una tijerilla, fue para quitarse el sombrero. Como el prólogo por estatuarios, con su piel solapada a la del toro como la cera a la vela. Mandón a derechas, barrió la arena con media muleta. El garcigrande la tomaba divinamente, pese a parecer que no le sobraban las fuerzas. Claro que con ese gobierno casi dictatorial de Roca ninguna fortaleza es mucha. Qué manera de hundirse, embraguetarse y dominar las boyantes embestidas. Por el izquierdo la intensidad no fue la misma, pero la recuperó con celeridad en su regreso a la mano de escribir. Hubo una tanda en redondo de intensa autoridad, una espaldina que quitó el hipo y un bello cambio de mano, exprimiendo hasta la última chispa del estupendo «Capitán», que se encontró con el capitán general del escalafón. Miles de almas se pusieron en pie rendidas al fenómeno roquista. Cómo sería que se pidió el indulto... Llegaron entonces unas bernadinas imposibles modificando el viaje.
Arreciaba la solicitud de pañuelo naranja ya con el primer aviso en lo alto y el ejemplar rajadito.
Menos mal que el limeño no se sumó a la corriente de indultitis y mató al toro de un soberano estoconazo. Era una faena de rabo, que se quedó en dos orejas y en una discutible vuelta al ruedo en el arrastre. Bien «Capitán», sí, pero para bien de verdad el «Rey Roca», que se puso los galones de capitán general de los ejércitos toreros. Con los apellidos al natural o a la inversa, Andrés es su nombre.
Inconformista, quería más en el sexto y principió con unos vibrantes pendulares. Los «oooles» del pequeño Manuel se enroquecían como un eco hacia un futuro seguro con niños con tan viva pasión. Sus ojos, los más puros del «1», se imantaron a la rotunda faena de figura del ídolo peruano, de valor descomunal. De nuevo La Glorieta se vistió de novia y Roca paseó el doble trofeo.
El manso primero embistió dormido en el capote de Enrique Ponce. Huía el garcigrande –muy en el límite de presencia, como varios de sus hermanos– y el valenciano se dobló para engancharlo a las telas.Con maestría hilvanó series diestras, pero el torete no valía un alamar: unas veces se caía, otras alzaba la cara y casi siempre se piraba. La antibravura. El de Chiva logró sujetarlo en su terreno y se inventó un cambio de mano que encantó. Hasta obró el milagro: algunos espectadores acabaron ensalzando a «Enfurecido». Cosas del mago Ponce, capaz de sacar de su chistera a un toro donde no lo hay. Cerró su trabajada faena con unos doblones de canela en rama. El espadazo condujo a una merecido galardón. No pudo redondear con el mansote quinto, que se dolió en banderillas. Prometió el comienzo, limando las asperezas de un animal cuya movilidad inicial se transformó en la sosería de una dieta anticolesterol. El sabio logró subir la temperatura en las poncinas, pero pinchó y pinchó.
La fe brotó en las dobladas de El Juli al segundo, de escasas fuerzas y con genio. «¡Vamos, toro, rompe ya!», voceó mientras trazaba unos naturales. Tras un redondo interminable, se sintió con la zurda. Por encima (la corrida pareció mejor en manos de las figuras), el experto conocedor de esta divisa lo fue ahormando hasta dar paso a rondas a modo de noria. Se crecería después el madrileño con el quinto en una notable labor, aunque vivida con cierta frialdad. Mató de espanto y se evaporó el premio.
La tarde fue de principio a fin de Roca Rey, triunfador absoluto con cuatro orejas al lado de los maestros. «¡Oh capitán!», capitán general de la Fiesta.
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