Historia de un loable y fallido gesto de Cultura que no abordó los problemas de la fiesta
El II Congreso Internacional de Tauromaquia, celebrado en Murcia del 18 al 20 de octubre, ha evidenciado que la fiesta de los toros no interesa más que a cuatro gatos, y entre estos no hay ningún taurino.
No interesa al ministro de Cultura, organizador del encuentro, que envió en su nombre al director general de Bellas Artes; no interesa a las figuras del toreo, ni a los empresarios, ni a los ganaderos (muchos recibieron una invitación telefónica de la organización y todos ellos, con las excepciones de Enrique Ponce, Juan José Padilla y Rafaelillo, compitieron en la búsqueda de excusas banales); no interesa, en general, a los medios de comunicación, incluidos los portales taurinos; y no interesa (es el colmo) al programa Tendido Cero de Televisión Española.
¿A quién interesó, entonces? Pues no más que a sesenta o setenta aficionados, que compusieron el público asistente. Otra vez, la afición, —cortita, eso sí, como siempre, pero comprometida— por encima de los taurinos.
Así, de entrada, con estos primeros datos, se podría concluir que la fiesta de los toros está viva de auténtico milagro. Por una vez que el Ministerio de Cultura decide celebrar un congreso para hablar de toros, el sector va y le da la espalda.
El programa era tan ambicioso como incompleto y manifiestamente mejorable
No es admisible, por otra parte, que un congreso en 2018 no aborde los palpitantes y gravísimos problemas que sufre hoy la fiesta de los toros (con la salvedad de una parte de la mesa dedicada a la afición y los festejos populares) y que la han colocado en grave riesgo de desaparición.
Cierto es, también, que el congreso apenas contó con una mínima difusión antes y durante su celebración, como si Cultura tuviera interés en que pasara desapercibido.
Y el primero que no valoró el alcance del congreso fue el ministro José Guirao, que desaprovechó una magnífica oportunidad para demostrar que, aunque no le gusten los toros, estaba donde tenía que estar; y para algo más: para transmitir aliento a esos millones de aficionados españoles que se sienten ninguneados y abandonados.
El Ministerio de Cultura carece de competencias en materia taurina, pero debe ser el garante del cumplimiento de la ley que considera la fiesta de los toros patrimonio cultural de este país. No se esperan de este departamento grandes decisiones que afecten a la promoción y difusión de la tauromaquia (carece de presupuesto e intención política para poner en marcha el famoso y adormecido PENTAURO —Plan Estratégico Nacional de Fomento y Protección de la Tauromaquia—), pero sí gestos de apoyo.
El primero que no valoró el alcance del congreso fue el ministro José Guirao
¿Por qué no estuvieron toreros, empresarios (con la muy honrosa excepción de Tomás Entero), ganaderos y taurinos en general? Habría que preguntarles a cada uno, pero la impresión es que el análisis, el estudio, y, en general, todo aquello que no huela a dinero fresquito interesa poco al sector.
Lamentable, muy lamentable la ausencia de cualificados representantes de asociaciones que se rasgan las vestiduras todos los días, pero que prefieren estar en las alturas que a la altura de las circunstancias.
¿Y los medios de comunicación? Cada uno es un mundo y quizá el lugar de celebración del congreso no era el más idóneo, pero merecía, sin duda, mayor cobertura de la que ha recibido.
¿Y el contenido?
Variado e interesante en distintos tonos. Disperso, en primer lugar, por los múltiples temas tratados. Ilustrativo, sí; academicista, unas veces y aburrido en ocasiones; emocionante cuando hablaron los aficionados; emotivo el coloquio con Padilla, y poética, grandilocuente y preocupante la conferencia inaugural —La tauromaquia, camino de vida— que pronunció Enrique Ponce.
El torero valenciano fue el primero en hacer uso de la palabra, enamoró a casi todos —sin pretenderlo (o sí), se convirtió en la estrella del encuentro, y la inmensa mayoría de los ponentes se refirió a él en tono encomiástico, como si hubiera hablado el 'mesías' salvador—. Sin la más mínima alusión a la autocrítica o la situación real de la fiesta, pronunció frases ampulosas (“El toreo no pertenece a nadie”, “El toreo no es un hobby, sino una forma de vida”, “No permitamos que vacíen el contenido emocional de la tauromaquia”, “Busco el toreo que me permita sacar el alma a torear”, “El toreo es el arte entre las artes”), y algunas perlas para la preocupación. Entre ellas, estas dos: “Hay que rediseñar el futuro del toreo” y “Hay que saber adaptarse al nuevo panorama”, y una alusión a la corrida celebrada de Istres (Francia) el 19 de junio de 2016, en la que toreó dos toros vestido de esmoquin, y al espectáculo Crisol, incluido en la feria de Málaga de 2017, —una fusión de toros y ópera, flamenco y música clásica—, cuyo balance calificó de extraordinario y ejemplo de evolución.
No explicó cómo entiende el "rediseño" de la fiesta ni en qué consiste la "adaptación" a los nuevos tiempos, pero quedó en el aire la sensación de que Enrique Ponce concibe la tauromaquia como un espectáculo desnaturalizado, vacío de integridad, una suerte de ballet para turistas y espectadores de paso en la que el toro —un borrego tonto y obediente— colabore con un aprendiz de bailarín en papel de enfermero.
Queda la duda de si el público captó el alcance del mensaje de Enrique Ponce, o si el propio torero fue consciente del peligro que encerraba su conferencia.
Y alarmante, muy alarmante, que muchos ponentes de alta consideración técnica aludieran a las palabras del "maestro Ponce" en un tono de exagerada alabanza.
El II Congreso Internacional de Tauromaquia (felicitaciones merecidas para Antonio Amorós, asesor del ministerio y alma del encuentro, y para la empresa murciana Marevents, por su encomiable organización) no pasará a la historia por su trascendencia ni por sus conclusiones revolucionarias, pero ahí queda como un gesto de buena voluntad despreciado por los taurinos. Una ocasión perdida, sin duda; pero siempre habrá un anti para culparle de nuestros males…
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