Sólo El Fandi corta un trofeo en una gran corrida de Fuente Ymbro
El Fandi da un pase de rodillas esta tarde en la Maestranza de Sevilla - AFP
Andrés Amorós
Acudimos esta tarde a la Plaza con una sonrisa. ¿Ha sucedido un milagro? Sí, el milagro del arte auténtico, que borra las amarguras y decepciones porque nos hace sentir la belleza. Lo decía Rubén Darío: «Y, si hubo áspera hiel en mi existencia, melificó toda acritud el arte». Todo eso lo ha logrado, este viernes, en esta Plaza de los Toros, un joven torero sevillano llamado Pablo Aguado. Y lo ha logrado por el mejor camino: el clasicismo, «lo que no se puede hacer mejor» (El Gallo). La senda de la naturalidad, la sencillez, la elegancia, la armonía: lo que siempre ha sido el gran toreo. No recuerdo que diera manoletinas, ni bernadinas, ni zapopinas… ¡Mejor! La pura belleza cristalina de la verónica, el natural y la estocada. Día inolvidable para este torero, que se ha situado ya en lo más alto; para la Feria sevillana, pues esto es lo que recordaremos, no otras decepciones; también, para la Fiesta en general, pues señala el camino que siempre está ahí, esperando «la mano de nieve» (Bécquer) que sepa interpretar la melodía.
Tradicionalmente, el sábado de Feria es festejo de signo popular. Los toros de Fuente Ymbro, serios, encastados, con movilidad; muy buenos, 3º, 5º y 6º que, para mí, merecían la vuelta el ruedo. El Fandi corta un trofeo y López Simón se queda en petición y vuelta.
Antonio Ferrera estuvo bien con los Victorinos. El primero, muy serio, con casi 600 kilos, arrea fuerte y se libra por pelos Montoliú de un percance serio. Como tantas tardes, se luce Fernando Sánchez, con los palos. Ferrera se dobla bien con él y enlaza con naturales suaves, sabiendo muy bien lo que hace. Faena madura de un torero maduro, con gran oficio, que no todos valoran. El cuarto, veleto, casi derriba, lo saca Ferrera del caballo y lo pone en suerte a una mano, con sabor clásico. El toro es fuerte, en varas, pero claudica, en la muleta. Ferrera le busca las vueltas en distintos terrenos pero, al ver que no cabe lucimiento, desiste, cn buen criterio. Logra una buena estocada.
El Fandi asegura espectáculo con las banderillas. El segundo va de largo al caballo, embiste con alegría. El Fandi lo recibe con larga cambiada, alterna verónicas con chicuelinas, gallea por chicuelinas, quita por chicuelinas y le replica López Simón – lo han adivinado – por chicuelinas. ¿No es demasiado? Las banderillas resultan espectaculares; sobre todo, el primer par, corriendo hacia atrás («la moviola», lo llaman; podrían ponerlo al día como “el VAR”). Brinda al ganadero Manolo González. Comienza de rodillas, sufre un par de coladas y resuelve la situación sin especial brillo.
Mata bien. En el quinto, que se mueve mucho, el quite barroco se inicia con… una chicuelina. De nuevo se luce en banderillas, con sus grandes facultades y su facilidad para encontrar toro en todos los terrenos. Cita de rodillas, en el centro del ruedo: el toro acude como un tren, liga derechazos con rapidez pero con emoción. Es otro gran toro, que repite, incansable: un “Ocurrente” al que no paran de ocurrírsele cosas buenas. El Fandi le da muchísimos muletazos y la gente agradece su entusiasta entrega. La media estocada tiene efecto fulminante: oreja. Otro toro que merecía la vuelta al ruedo.
López Simón continúa buscando su camino, ahora con Diego Robles como apoderado. Lo recibe por verónicas y gallea por chicuelinas. El toro empuja, en el caballo. De la segunda vara lo saca Ferrera galleando, como hacía Joselito. El toro es bravo y noble, repite, le permite ligar tandas voluntariosas por los dos lados. Mata con facilidad pero tarda en caer y suena un aviso: petición y vuelta. Lo único malo del toro era el nombre, «Tramposo»: no lo merecía sino la vuelta al ruedo, pero el público, pendiente de pedir la oreja, no la reclama. El último es otro gran toro, un «Protestón» que nunca protesta: humilla, se come la muleta. ¡Vaya lote! Lo aprovecha para ligar muletazos, en otra faena larga, cerrada con bernadinas. Vuelve a estar seguro con la espada.
Dirán que me pongo pesado con lo de las chicuelinas y tendrán razón pero no me lo invento, cuento lo que veo: recortes, no garbosos lances.
Los milagros no se repiten (salvo en «Los jueves, milagro», la película de Berlanga). Después de lo que hizo Aguado el viernes, cuesta bajar a los habituales trasteos. Pero el recuerdo permanece. Lo dijo don Sem Tob, en el siglo XV: «Cuando es seca la rosa/ … queda el agua olorosa,/ rosada, que más vale». Como el sabor, que seguimos paladeando, del gran toreo.
POSTDATA. Acierta en su título la estupenda exposición «Los Machado vuelven a Sevilla» (Unicaja) al unir a Antonio y Manuel, como siempre lo estuvieron . También, en la afición taurina.
Manuel escribe un gran poema, «La fiesta nacional». Ignoran algunos que Antonio comparte esa afición: lo primero que publica, en su vida, es un artículo de tema taurino; demuestra su conocimiento al valorar lo que supuso, para Cara Ancha, matar recibiendo, un día. Antonio y Manuel Machado, dos grandes poetas sevillanos, unidos también por los toros.
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