Novilleros de tres países frente a novillos de Fuente Ymbro, con genio
Diego San Román sufrió dos feas volteretas en sus dos novillos - Paloma Aguilar
Andrés Amorós
Tercera y última novillada de la Feria, con buena entrada. El cartel es internacional: el portugués Juanito, el español Antonio Grande y el mexicano Diego San Román. Es una prueba exigente pero también una ocasión inmejorable para darse a conocer.
El pasado día 15, Fuente Ymbro lidió aquí una buena corrida, que propició el triunfo de Perera. Esta tarde, los novillos se han movido pero, salvo el segundo, han tenido genio y brusquedad. Ninguno de los tres jóvenes diestros han resuelto las dificultades con triunfo.
Juanito (Joao Silva), de la Escuela de Badajoz, es hijo de un banderillero de Moura y de Leonardo Hernández. En el primero, que arrea fuerte, se muestra muy firme, con muletazos de mano baja; entra a matar con decisión. Merecía más que el silencio. Brinda el cuarto, también brusco, a Ricardo Gallardo, el ganadero. Calienta -todavía más- el ambiente con muletazos cambiados. Muestra su oficio y entrega a costa de recibir dos pitonazos, que le rompen la taleguilla; casi es herido, en las bernadinas. Al encuentro, mete bien la espada. Esta vez, sí recoge la merecida ovación. Es diestro más dominador que estético.
Se presenta en Madrid Antonio Grande, de San Muñoz (Salamanca), que ya ha triunfado en la Glorieta y en Sevilla. En el segundo, que embiste con nobleza, maneja con soltura el capote; sufre un desarme, al iniciar, de rodillas; logra ligar derechazos con temple, en la muy buena línea que es propia de la gran escuela charra. Acusa su bisoñez al manejar la espada. En el quinto, brusco, que flaquea, pierde el capote al intentar las saltilleras. Brinda por la tele a El Viti. Los arreones del novillo impiden el lucimiento y no mata bien.
El mexicano Diego San Román, de Querétaro, hijo del matador Óscar, sufrió un percance en la Feria de Fallas. En su estilo destacan el aplomo y la quietud, que no siempre van unidos al dominio.
Mide el castigo al tercero el gran Tito Sandoval; Trujillo pone pares de mérito a un novillo con querencia a tablas. Lo llama Diego desde el centro y no lo sujeta, vuelve a tablas. Como no lo domina, pasa momentos de apuro, sufre una tremenda voltereta. Recurre a las inevitables bernadinas.
Pegado a tablas, logra un espadazo y todavía sufre otra voltereta, en el desplante. En el sexto, comienza de rodillas, antes de fijarlo. Se queda quieto, sufre otra terrible voltereta, el toro se lo pasa de pitón a pitón. Al hilo de las tablas, logra la estocada. No se le puede negar el valor estoico pero, sin poderle al toro, no cabe torear bien.
Los novilleros reflejan las modas que ahora imperan. Esta tarde, hemos visto gaoneras a trallazos, chicuelinas de compás abierto, tafalleras, saltilleras, muletazos cambiados, bernadinas, manoletinas… No siempre es bueno el ejemplo de las primeras figuras. Atribuyen la frase a Benavente: «Bienaventurados mis imitadores porque de ellos serán mis defectos». Cada uno debe seguir su camino. Lo que nunca pasará de moda es la necesidad de dominar al toro, antes de buscar la estética.
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