Feria de Julio de Valencia: vuelta al ruedo al sobrero «Holgado», de Algarra
Paco Ureña sale a hombros y Sebastián Castella corta una oreja en un gran encierro
Miguel Ángel Perera, de rodillas con el toro «Holgado» - Fotos: Rober Solsona
Valencia
Finaliza la Feria con un cartel al que la baja del lesionado Roca Rey
ha privado de un gran atractivo: la esperanza de un final explosivo,
como las «mascletás», que a los valencianos tanto nos gustan. Le
sustituye Miguel Ángel Perera, que se lo ha ganado al encadenar
triunfos. Lo que me gusta menos es que coincida, como tantas veces, con
Castella: son dos diestros de similares características.
Un año más, cierra la Feria de Julio
una corrida de Luis Algarra Polera de una nobleza extraordinaria:
prontos, alegres, pastueños… Se da la vuelta al ruedo al quinto. Única
pega: las fuerzas justas, de alguno. Y otra, quizá más grave: estos
toros muestran los límites de cada diestro.
Castella suele
repetir un trasteo profesional pero escasamente inspirado. El primero
sale de chiqueros embistiendo con tal nobleza que le permite torearlo
con el capote como si fuera el carretón pero es flojo. Se luce Viotti,
con los palos. Castella desperdicia las pocas fuerzas del toro dejándolo
pasar, en estatuarios, el toro flaquea y todo queda en casi nada.
Cañabate hablaba de los diestros que toreaban como si fueran un honrado
oficinista. El cuarto, burraco, es todavía mejor que sus hermanos:
empuja en el caballo, es codicioso, pronto, alegre. El trasteo de
Castella es largo, con oficio; al final, logra algún muletazo suave y
recurre al encimismo. Mata mal: oreja. Este «Peruano» ya merecía la
vuelta al ruedo. Sebastián Castella - Robger SolsonaEl toreo dominador de Perera
brilla ante toros con poder y movilidad. La irregularidad con la espada
sigue siendo su punto flaco. Lesionado el segundo, «Inglesito» –como un
Bale cualquiera–, se corre el turno: el precioso burraco embiste largo y
humilla. Lidia bien Curro Javier. La nobleza del toro le permite a
Perera enroscárselo a la cintura en muletazos suaves, mandones, pero lo
estropea con la espada. El quinto es otro gran ejemplar, que acude con
bravura al caballo (pica bien Ignacio Rodríguez). Se luce Curro Javier,
con los palos, dejándose ver y provocando la arrancada. Comienza Miguel Ángel de rodillas:
luego, le da distancia. El toro acude con gran nobleza, le deja
desplegar todo su repertorio en una faena larga pero vuelve a demostrar
su actual inseguridad, con la espada, y escucha dos avisos. Se da la
vuelta al ruedo justamente a «Holgado», un sobrero que ha resultado
magnífico. Paco Ureña - R. SolsonaLa pérdida del ojo no ha afectado negativamente a Paco Ureña
sino todo lo contrario: su triunfo en San Isidro ha supuesto culminar
una carrera en la que los triunfos no han sido fáciles. Viene de
triunfar también en Santander. El tercero es un precioso sardo (de tres
colores, blanco, negro y rojo: «como la capa de un estudiante», decía un
«Diccionario cómico-taurino» del siglo XIX), todavía
más noble que los anteriores. Pica bien Pedro Iturralde, midiendo el
castigo. Ureña se entrega del todo con capote y muleta, emociona
aguantando parones y el público también se entrega, empujado por una
gran Banda de música. Mata en el centro del ruedo, a la segunda: oreja.
Aunque el último no se lo pone fácil –es bondadoso pero sosito– le saca
suaves muletazos, tirando de él, y logra una buena estocada (la única de
la tarde). El público le premia con otra oreja y la salida en hombros.
Se nota que está en racha.
Queda en mi recuerdo un gran encierro de Algarra.
Y una reflexión: todos los taurinos valencianos, profesionales y
aficionados, han de apoyar esta Feria de Julio, de tan larga y brillante
trayectoria, que no debe perderse.
Postdata. En
una valenciana Feria de Julio alcanzó uno de los mayores triunfos de su
vida Ignacio Sánchez Mejías: toreó todas las tardes de la Feria. Ésa
era, entonces, la «estrategia» de las primeras figuras: no rehuir los
compromisos. En una foto famosa, se le ve, en uno de sus alardes de
valor: delante de un miura impresionante, se sentó en la arena y se secó
el sudor, con un pañuelo. En la Universidad de Nueva York, defendió las
corridas de toros como máxima expresión del espíritu español. Por eso,
ahora, algunos las combaten.
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