"...Es preciso conocer que su permanencia se debe a una serie de..."
Francisco Coello
Procuro,
como historiador, recuperar el pasado en todas sus dimensiones y todos
sus valores, a la luz de presente. Esa es una de las principales
obligaciones de quien pone atención en los hechos pretéritos y les da su
toque de realidad siempre con la congruencia como aliada ideal. Pero ¿y
el futuro?
Esa prospectiva, siempre necesaria,
nos refiere un destino incierto que todos los seres humanos tenemos
claro en nuestros destinos, y luego el de los pueblos. Por ejemplo, el
reciente impacto que viene ocasionando el cambio climático genera y está
generando movimientos sociales que no solo es un conflicto sujeto a una
discusión (que ya es global), sino que entre otros, una niña, la
célebre sueca Greta Thunberg ha
levantado la voz, clamando sobre todo lo que viene o puede venir si no
se toman las medidas necesarias para contenerlo e incluso, con todo el
esfuerzo que ha de ponerse para tan urgente recuperación, procurar
mejores condiciones de bienestar para las generaciones venideras.
En
ese sentido, quienes nos sentimos parte de un ámbito que caracteriza a
la tauromaquia como legado, con todos sus componentes que se han tejido
desde tiempos inmemoriales, y que ha llegado hasta nuestros días, no
tenemos claro si dicho patrimonio seguirá formando parte en la cultura
de aquellas naciones que la han hecho suya. En este aquí y ahora vive
uno de los momentos más críticos debido a ese ataque frontal que ha
impuesto un amplio sector de opositores, según los cuales se convierte
toda esta expresión en la suma de lo que consideran como auténtica
tortura animal.
Evidentemente que sería largo
tratar y detallar esa confrontación de siglos, y que hoy, gracias a las
nuevas tecnologías de información y comunicación, la cobertura de
opiniones, a favor o en contra, encuentra espacios nunca antes
previstos. Y esa es una razón de peso para reforzar nuestra postura que
permita justificar si el toreo es susceptible de su conservación o
desaparición.
Tal dilema nos mantiene en medio de circunstancias donde se establecen condiciones de pervivencia o muerte.
En
ese sentido, nuestra legítima defensa se sustenta en todos aquellos
elementos de que ha sido integrada dicha manifestación a lo largo de los
siglos, considerando esto desde el momento mismo en que el hombre tuvo
su primer encuentro con el toro. De acuerdo a los estudios
antropológicos más pertinentes, tal circunstancia ocurrió hace unos 23
mil años.
Todo aquel que se considere
aficionado a los toros debe saber que, para hacer una defensa legítima
de un espectáculo cada vez más cuestionado, es preciso conocer que su
permanencia se debe a una serie de procesos cuya integración puede sumar
varios milenios. Sociedades primitivas vincularon los ciclos agrícolas
concibiendo figuras idealizadas a las que comenzaron a rendir culto.
En
el bagaje complicadísimo de su andar por los siglos, fue necesario
incorporar elementos que, llevados al sacrificio, cumplían con
propósitos de celebración, veneración y hasta petición, cuyos fines se
ligaban a la obtención de buenas cosechas o buscaban erradicar el mal
producido por sequías, inundaciones o plagas.
La
caza del toro por el hombre primitivo para aprovechar su carne como
alimento, su piel como vestido y más tarde, con el surgimiento de las
sociedades agrícolas, como instrumento de trabajo, fue probablemente el
embrión de la tauromaquia. Para apoderarse del animal, el hombre debió
oponer su habilidad e inteligencia a la fuerza bruta del bóvido, dando
origen a ciertas prácticas que podrían ser consideradas como una lidia
primitiva. Más tarde, estas prácticas se utilizarían como deporte y como
ritos religiosos.
En el sincretismo, la
amalgama que esas y otras sociedades tuvieron, ya fuera por expansión de
sus dominios, por guerras o esa intensa lucha que las creencias también
fueron forjando, permitieron que los pueblos fueran cambiando
lentamente sus esquemas de vida, asunto este que permitió, entre otras
muchas cosas, expresiones de la vida cotidiana. Es así, que en ese largo
proceso además de que el hombre ya convivía con animales y los
domesticaba, así también surgieron expresiones que, al cabo de los
siglos y de sus necesarias adecuaciones, el toreo encontró espacios de
desarrollo sin dejar de incluir aquel elemento originario el que, en su
nueva manifestación de rito y fiesta siguió su camino.
Que
el toreo despierte pasiones es un hecho. Los componentes que reúne han
producido, producen y seguirán produciendo diversos niveles de
intensidad en las polémicas, las confrontaciones, el debate que unos y
otros han mantenido por siglos. Hoy día, con explicaciones como la que
ahora mismo se presenta, se da un paso adelante en el sentido de
justificar el porqué de los toros, de ahí la importancia de revalorar
sus significados, sin mengua de que nos enfrentamos o podemos
enfrentarnos a auténticos juicios sumarios que muchas veces se cierran a
la razón, siendo para nosotros la única bandera que ondea en el campo
de batalla.
Por todo lo anterior, el uso del
lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una
maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.
En
los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de
encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por
la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre
todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el
racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos
otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o
interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro
o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la
razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos
oscurantismos.
En algunos casos se tiene la
certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas,
convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene
ocurriendo en los toros y contra los toros.
Hoy
día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los
sociólogos ante el hecho evidente ante la presencia de una "segunda
modernidad", donde las reses sociales se han cohesionado hasta entender
que regímenes como los de Mubarak o Gadafi
cayeron en gran medida por su presencia, o como ocurrió también con los
"indignados" (en 2016), con lo que viene dándose en fenómeno de muchos
cambios, algunos de ellos radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo
con los esquemas que, a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese
sentido se encuentra en la mira.
Pues bien, ese
espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un
elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas
sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la
tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la
estética que le son consubstanciales al espectáculo para culminar con
aquellos "procedimientos”, procurando abolirlas al invocar derechos,
deberes y defensa por el toro mismo.
La larga
explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una
técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos
ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las
razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la
polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.
Bajo
los efectos de la moral, de "su" moral, ciertos grupos o colectivos que
no comparten ideas u opiniones con respecto a los que se convierte en
blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera
de sus expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el
odio por homofobia, biofobia, por lesfobia o por transfobia.
Ahí
el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por
abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica
pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral
hacia los animales. Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo
colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres
inocentes.
En este campo de batalla se aprecia
otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un
conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse
en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa
complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se
integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral
ese espectáculo. Fernando Savater
ha escrito en Tauroética: "…las comparaciones derogatorias de que se
sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o
con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de
la animalidad".
Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después,
se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica
de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de
decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.
Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de
muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha
logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se
encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se
convierten, en la razón de la mayor controversia.
Singer y Anselmi,
veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante
argumento de que "todos los animales (racionales e irracionales) son
iguales". Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:
Si
el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un
hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a
los seres humanos a explotar a los que no son humanos?
Para
lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha
tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus
empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus
pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o
ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con
propósitos o ideas más afines a "su" realidad, han terminado por
imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las
conquistas.
Ahí están también sus afanes de
expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de
producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la
materialización de ese objetivo.
Si hoy día existe
la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral
ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir
que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma
de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se
consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil
encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos
expansionistas, de imperios y de guerras.
Con
el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces
convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que
las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron,
controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o
manipularon.
Superados los traumas de la
conquista, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no
olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los
dioses –en estos casos la regla era la piedad– ni con los animales –que
podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca
iguales– sino solo con los humanos.
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