Discurso íntegro tras ser condecorado con la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica
Felipe Negret, en el momento de recibir la Cruz de la Orden de Isabel la Católica
ABC
«Señor Embajador Don Pablo Gómez de Olea Bustinza y Señora Ana Gómez de Olea:
Quiero agradecer a su Majestad Felipe VI, Jefe de Estado del Reino de España, el otorgamiento de la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica, distinción que me honra y que guarda un significado muy especial para un colombiano que siempre ha llevado en lo más profundo un sentimiento muy especial por nuestra Madre Patria.
Permítanme dedicar unas palabras a mis padres quienes, con sus bendiciones desde el cielo, han compensado su lamentable ausencia física y cuyo recuerdo y enseñanzas han sido bastión fundamental en el logro de tantas conquistas alcanzadas junto a mis hermanos César y Carlos Alfonso.
Un beso para Ana María, mi fiel compañera e inigualable escudera. Un fuerte y cariñoso abrazo a mis hijos Felipe Miguel y Álvaro José. Su incombustible aliento y valiente ánimo fueron insumo reconfortante, savia necesaria durante esos duros años de arbitrariedad. Con su comprensión y apoyo pude mitigar el malestar vivido en casa durante aquellos días aciagos durante los cuales el oscurantismo de la prohibición asaltó las libertades.
Señor embajador: yo también llevo a España en el corazón. Son muchos los valores que su país ha impregnado en mi ser, los cuales pasaré brevemente a enumerar. En primer lugar, la religión católica que conocí desde pequeño en mi ciudad natal Popayán. En este punto, permítame contarle que debuté laboralmente como monaguillo a los doce años, en la vecindad con la iglesia la Ermita Colonial de la Calle Empedrada. No creo que lo hiciera mal en los oficios que tuve que desempeñar, pues entre las múltiples actividades encomendadas aprendí a disfrutar el vino de la sacristía, a contemplar las niñas comulgando, y a subir al campanario donde tocaba los Tres Avisos, para que los feligreses acudieran puntualmente a la liturgia, con cierta alegría en el sonar de las campanas, lo cual me valió la primera reprimenda del apreciado padre Casas Negret, quien me decía: “Moderación con las campanas, señor Negret, más moderación y entonación”.
En segundo término, el castellano, lengua romance que me permite comunicarme con ustedes en este momento, idioma que sirvió de vehículo para que el mundo conociera a excelsos exponentes literarios nacidos en América como Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, entre muchos otros, y a su vez a conocer lo más grande de las letras españolas, como Miguel de Cervantes, Miguel de Unamuno y al gran poeta Antonio Machado, entre tantos otros que sería imposible de enumerar en su totalidad.
En tercer lugar, la inmensa cultura española, en todas sus facetas, que va desde la más simple tortilla de patatas hasta el más soberbio poema como es el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, pasando por su catedrales, murallas, castillos, hasta llegar a la España actual, siempre vigorosa, siempre altiva, siempre deslumbrante.
Y en medio de esa riqueza cultural, que nos trajeron los españoles, se encuentra el cuarto motivo de mi amor por España: la tauromaquia, con su explosión de luces, colores, sonidos, movimientos, fuerzas encontradas que la Fiesta Brava armoniza y da nacimiento a un arte para algunos efímero pero que para otros es eterno, donde el ser humano se enfrenta con la muerte, y se mira a los ojos de su propio destino. Nada más ni nada menos. He ahí su magia y su profundo misterio, la cual supo ilustrar con maestría inigualable Francisco de Goya y el propio Picasso y cantar con palabras eternas Federico García Lorca, Manuel Machado o Miguel Hernández.
Y no olvidemos la música. Vengo de una generación que creció admirando y escuchando a multitud de cantantes españoles que nos contaban historias de amor, de melancolía, de esperanza, de valor, sí, y también del valor de los toreros: Manolo Escobar, Lola Flores, Raphael, Camilo Sesto, Julio Iglesias, Isabel Pantoja, Diego El Cigala, Manzanita, Serrat y Joaquín Sabina, entre tantos otros que le pusieron música a esa pasión desenfrenada.
Pero también cantaron a una de las pasiones que con más encono ha defendido España: la libertad. Quiero en este momento recordar a Nino Bravo quien desde su Valencia natal gritó al mundo toda una máxima de vida cuando nos dijo:
Libre, como el sol cuando amanece, yo soy libre.
Como el mar, libre.
Como el ave que escapó de su prisión y puede, al fin, volar.
Como el viento que recoge mi lamento y mi pesar,
camino sin cesar
detrás de la verdad.
Y sabré lo que es al fin la libertad.
Y precisamente es el peligro de perder la libertad fue lo que me dio una razón para existir. La libertad de pensar, de elegir, de amar, de sentir, de manifestar mis ideas, disfrutar de mis gustos y aficiones, en resumen, la libertad de ser y de vivir.
Aprendí a querer y admirar el toro de lidia a través de la Fiesta Brava. El mundo del toro me ha dado la oportunidad de conocer a personas muy valiosas en esos 8 países que conocemos como la piel del toro. Pero el motor de mi motivación ha sido, sin lugar a dudas, la defensa de nuestra libertad individual y colectiva, por eso siempre me he repetido los versos finales de uno de los poemas más recordados que sobre este asunto crucial escribiera el poeta francés Paul Eluard:
Yo nací para conocerte,
nací para decir tu nombre,
Libertad.
Los caprichos y arrogancias de algunos gobernantes de turno, las incomprensiones identitarias, la supuesta superioridad moral de falsos mesías animalistas, los oscuros mercaderes que quieren engordar sus alforjas en el negocio de las mascotas, todos ellos juntos, no son más fuertes que la libertad de los aficionados españoles, franceses, portugueses, mexicanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos y de otros países que tienen en la tauromaquia un patrimonio cultural y una costumbre que nos vincula con nuestros ancestros.
A los taurinos de Europa y América quiero invitarlos a no desfallecer. Tanto en el Viejo como en el Nuevo Continente continúan los ataques a nuestra cultura, a nuestros valores y a la libertad de vivirlos. No importa lo difícil de la batalla, lo arduo del enfrentamiento dialéctico. Cuando nos envuelva el cansancio o la desesperanza recordemos a otro gran español, Antonio Machado, cuando nos enseñó que “el que espera, sabe que la victoria es suya”.
Un saludo especial a mis compañeros de fatiga durante esos años de arbitrariedad: Gaby, Harold, Francisco, Santiago, Taylor, Jorge y Juan Carlos Gómez, hasta que logramos ver la luz al final del túnel, aquel inolvidable domingo 22 de enero de 2017, cuando las alamedas volvieron a florecer y las puertas de la Plaza de Toros de la Santamaría se abrieron de nuevo a la libertad.
No quisiera terminar sin expresarle, señor embajador Gómez de Olea, amigos todos, mi agradecimiento por su infinita generosidad en este mundo, al haber pensado en mi nombre para este grato reconocimiento que ha sido concedido a tantas personalidades colombianas, latinoamericanas, españolas y de otros, países, lo que me llena de orgullo y de un inmenso honor.
Que viva España, que vivan los toros, que viva la libertad.
Muchas gracias».
(Discurso íntegro de Felipe Negret)
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