Crónica de la 9ª de la Feria de San Isidro de Las Ventas
Mundotoro
Llegaba Juan de Castilla a Las Ventas, para matar la corrida de Miura como cualquier aficionado a pie. Totalmente desconocido para el gran público. Como aquellos curas desprovistos de las oscuras sotanas y vestidos con jerséis de punto en blanco. De la proeza de cortar una oreja en Vic a matar una corrida de toros de Miura en plena Feria de San Isidro. De las 24 horas más importantes de Juan de Castilla la lectura es clara: necesita y se merece más contratos. El colombiano cuajó una importante tarde, de firmeza en las plantas, la mente fresca, el corazón templado y las muñecas suaves. Mantuvo la embestida del segundo, el de más clase y menos de poder del encierro, y alargó el viaje del quinto. Regresaba Miura a Las Ventas y trajo consigo una corrida de imponente presencia que no cumplió con las expectativas. Los dos de mayor poder -pero nulo embroque y entrega- cayeron en las manos de Colombo, que brilló en las banderillas, mientras que Rafaelillo pechó con dos toros de nulas opciones.
Agalgado fue el castaño bragado que hizo segundo, con un cuerpo de los más pequeños de la feria, pero con dos velas por delante. Mostró el toro cierta suavidad en el recibo a la verónica de Juan de Castilla, aunque ya el poder estaba justo. Protestó el público la condición del astado, como aquel que pide un cubata y se lo sirven con Pepsi. En ese ambiente ya a la contra, Juan de Castilla mantuvo su cabeza fría y dio distancia, para aprovechar la inercia de un astado que tuvo prontitud. Las primeras series fueron a media altura, con mucha suavidad, puesto que cualquier brusquedad llevaba al tren de Miura a descarrilar, acabando en el suelo. Fue quedándose más en el sitio y bajando la mano a medida que se desarrollaba la faena, que cambió el rumbo en el toreo al natural. Sin toques en el embroque y rematando bajo la pala del pitón. Costaba entregar la cuchara y dar la razón al toreo del colombiano después de las protestas. La estocada se fue baja al tercer intento.
De imponente presencia también fue el quinto, que saltó hasta en dos ocasiones al callejón. Entre el desconcierto, Juan de Castilla volvió a mostrar su asiento en una faena, de nuevo, firme de plantas. Buscó siempre el diestro torear bien y eso implica embroque y remate. Consiguió el colombiano alargar la embestida del astado gracias al trato exquisito en sus muñecas. Buscar la ligazón era descomponer una embestida que necesitaba tiempo entre muletazo y muletazo. En otras épocas, torear un lote de Miura huyendo del zapatillazo para torear bien, hubiera tenido mayor eco. Se tiró muy recto a entrar a matar, pero la espada se fue desprendida. La regla, también con ‘miuras’.
Hubo acritud por momentos en el público, alejado siempre de ese reconocimiento que la afición de Madrid guarda con hierros legendarios. Basado en los prejuicios, a Jesús Enrique Colombo le protestaron uno de los tercios de banderillas de mayor compromiso y exposición de los últimos años en Madrid. Con los pitones en el pecho, el venezolano dio todas las ventajas al toro de Miura. Incomprensibles las protestas. Tampoco en el último, que aunque el tercio fuera deslucido y desigual, el último par con el toro queriéndole quitar la cabeza merecía mayor respeto. Fue lote duro, con el poder conjunto que le faltó al resto de la corrida, de embestidas a media altura, que demostró que sin entrega no hay desgaste posible. Y no porque se sigan moviendo a final de faena tienen fondo o son bravos. El tercero tuvo transmisión en la larga distancia, pero le costó en la corta. Y el sexto, de estampa terrorífica y antigua, no admitió la ligazón. Con ambos, estuvo serio y con oficio. Fue el lote más ‘miureño’, pero con unos caracteres donde no entraba el toreo de ahora. No se puede tener todo. Nunca le llegó el agua a las rodillas.
Nulas opciones tuvieron los dos toros de Rafaelillo. El impresionante primero, con tanta longitud de pitones como amplitud de sienes, fue largo cárdeno hasta decir basta, que se quedó en el peto del caballo. A partir de ahí, dos pasos en su viaje era un milagro. Imposible. Más inercia tuvo el cuarto, que se dejó en una primera serie muy inteligente de Rafaelillo a media altura y de medios muletazos. Sin embargo, ni poder ni el embroque era el propicio para el toreo. Se vino abajo. Lo mató con habilidad, mientras el toro se resistió a la muerte. Fue un espejismo de bravura en una tarde y un día en el que Juan de Castilla demostró que debe estar anunciado más tardes.
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