27 De noviembre de 1940 - 19 De septiembre de 2024
Héctor P. Mora Mora nació el 27 de noviembre de 1940 en un pueblo conocido como La Tendida, a una hora de Canaguá, un pueblo remoto en el sur de Mérida, Venezuela. Era el noveno de diez hijos en su familia (dos de los cuales le sobrevivieron). Creció en una familia encantadora, humilde, estricta y trabajadora donde las comodidades y los recursos modernos estaban ausentes. A la edad de 10 años, mientras estaba en la escuela primaria, comenzó a trabajar para ayudar a su familia. Los trabajos eran difíciles y físicamente exigentes, incluyendo la agricultura y el trabajo como arrieros, trayendo un montón de cosechas al centro de Mérida y regresando con mulas cargadas de mercancías a su pueblo, a menudo caminando varios días y durmiendo a la intemperie hasta llegar al destino. Completó la escuela primaria, y a la edad de 18 años se convirtió en maestro después de completar la capacitación requerida en ese momentocreciendo en devoción, conocimiento y sabiduría.
Héctor era inteligente, informado, progresivo, honesto, trabajador y amable. Como maestro de escuela primaria, trabajó en áreas rurales remotas y pobres en Mérida. Rápidamente se convirtió en una fuerza pilar y líder en las comunidades donde sirvió. Su preocupación por sus estudiantes no se limitaba a su desempeño en el aula, a menudo visitaba sus hogares e interactuaba con cada familia para asegurarse de que a sus estudiantes les iba bien tanto en la escuela como en el hogar. Desarrolló un profundo sentido de comunidad y servicio para los demás. Ayudó a traer electricidad, mejorar las carreteras, el acceso a los servicios de atención médica, obtener agua potable y mejorar la educación en las comunidades donde vivió y enseñó.
Héctor se casó con Ernestina Molina a la edad de 30 años y dedicó su vida a ella y a la familia con la más alta devoción y amor. Enseñó a sus hijos los mismos valores que aprendió a lo largo de su vida. Enseñó con el ejemplo y siempre valoró la familia y la educación como la mejor plataforma y camino para evolucionar hacia el mejor ser humano posible. Héctor Mora era un católico religioso, fiel y practicante.
Héctor Mora no solo alentó y apoyó a sus hijos a seguir el más alto nivel de educación posible, sino que también aconsejó con frecuencia a los jóvenes en Canaguá que estudiaran y persiguieran sus sueños. Era un ávido lector que pedía a los que viajaban a la ciudad que le compraran el periódico, porque en ese momento, no había periódicos distribuidos en la ciudad, ni televisión, y solo radio disponible para escuchar noticias.
Héctor Mora también fue agricultor, empresario y visionario. Se retiró como maestro aún joven y luego operó un par de granjas, una carpintería que fabricaba muebles y una tienda de ropa. Todos los trabajadores que prestaban servicios en la granja fueron recibidos en su casa después de la misa todos los domingos para compartir una comida con su familia. No dudó en invitar a los más humildes a su casa a comer o pasar la noche. Era empático, amable y generoso con los necesitados.
En octubre de 2018, Héctor y Ernestina se trasladaron a Washington DC para reunirse con sus hijos y nietos, dejando su amado país, pero siempre soñando con una Venezuela mejor donde las oportunidades pudieran volver a abundar y donde las nuevas generaciones no se verían obligadas a separarse de sus familias. Amaba a su país como ningún otro y nunca dejó de idear el mejor camino que Venezuela podría tomar para superar sus problemas.
Héctor Mora aprendió a amar el Área Metropolitana de Washington y, a pesar de su avanzada edad, nunca dejó de ser un estudiante, un aprendiz inflexible, memorizando palabras en inglés y practicando sus nuevas habilidades lingüísticas de las que se sentía tan orgulloso. Mudarse a los Estados Unidos no fue una transición fácil, principalmente porque dejó atrás su hogar y amigos para ser parte de una nueva sociedad donde se enfrentó a una barrera del idioma que le impedía entablar una conversación como amaba, pero eso nunca le impidió sonreír a cada extraño que se cruzaba con él.
En los últimos años, pasó la mayor parte de su tiempo ayudando a sus hijos, ayudando con proyectos en el hogar y desplegando sus habilidades como constructor y jardinero. Ninguna tarea era demasiado grande para él y su ingenio y fuerza física sorprendieron a todos. Su energía y laboriosidad fueron inspiradoras y contagiosas.
Héctor falleció repentina y pacíficamente el 19 de septiembre, dejando atrás un legado de amor y dedicación. Le sobreviven su amada esposa, Ernestina, sus tres hijos (Héctor, Hildamar y Merice) y sus ocho nietos (Carlos Enrique, Samuel, Mia, Diego, Luca, Valentina y Alejandro). Vivirá para siempre en nuestros corazones y mentes, donde ocupa el lugar más especial.
Héctor P. Mora Mora nació el 27 de noviembre de 1940 en una aldea conocida como La Tendida, aproximadamente a una hora de Canaguá, un pueblo remoto en el Sur del Estado Mérida, Venezuela. Fue el noveno de diez hijos en su familia (dos de los cuales lo sobreviven). Creció en una familia encantadora, humilde, estricta y trabajadora donde las comodidades y los recursos modernos eran ausentes. A la edad de 10 años, mientras estaba en la escuela primaria, comenzó a trabajar para ayudar a su familia. Los trabajos eran duros y físicamente exigentes, incluyendo la agricultura y el trabajo como arriero, llevando cargas con cosechas al centro de Mérida y regresando con mulas cargadas con mercacias a su pueblo, a menudo caminando varios días y durmiendo a la intemperie hasta llegar al destino. Completó la escuela primariay a la edad de 18 años se convirtió en un maestro después de completar la formación requerida en ese momento, creando en devoción, conociendo y sabiduría.
Héctor era inteligente, informado, progresista, honesto, trabajador y amable. Como maestro de escuela primaria, trabajo en áreas rurales remotas y pobres en Mérida. Rápidamente se convirtió en un pilar y una fuerza líder en las comunidades donde se sirve. Su preparación para sus estudiantes no se limitaba a su desempeño en el aula, a menudo visitaba sus hogares e interactuaba con cada familia para asegurarse de que sus estudiantes tuvieran un buen desempeño tanto en la escuela como en el hogar. Desarrollo un profundo sentido de comunidad y servicio a los demás. Ayuda a llevar electricidad, mejorar las carreteras, el acceso a los servicios de atención médica, obtener agua potable y mejorar la educación en las comunidades donde vive y enseña.
Héctor se casó con Ernestina Molina a la edad de 30 años y dedica su vida a ella y a la familia con la mayor devoción y amor. Enseña a sus hijos los mismos valores que aprenden a lo largo de su vida. Enseñanza con el ejemplo y siempre valor a la familia y la educación como la mejor plataforma y camino para evolucionar y convertirse en el mejor ser humano posible. Héctor Mora era religioso, creyente, y católico practicante.
Héctor Mora no solo alentó y apoyó a sus hijos a alcanzar el nivel más alto de educación posible, sino que también aconsejó con frecuencia a los jóvenes de Canaguá para que estudiaran y persiguieran sus sueños. Era un lector asiduo que pedía a quienes viajaban a la ciudad que por favor le compraran el periódico, pares en esa época no había periódicos que se distribuyeran en el pueblo, ni televisión, y sólo se disponía de radio para escuchar noticias.
Héctor Mora también fue un agricultor, un empresario, y un visionario. Se jubiló como maestro siendo aún joven y luego operó un par de fincas, una carpintería que fabricaba muebles y una tienda de ropa. Todo trabajador que prestaba servicios en la finca era recibido en su casa despés de la misa de cada domingo para compartir una comida con su familia. No dudaba en invitar a los más humildes a su casa para comer o pasar la noche. Era empático, agradable y generoso con los necesitados.
En octubre de 2018, Héctor y Ernestina se mudaron a Washington D.C. para reunirse con sus hijos y nietos, dejando su amado país, pero siempre soñando con una mejor Venezuela donde las oportunidades pudieran abundantemente y donde las nuevas generaciones no se ven obligadas a separarse de sus familias. Amaba a su país como nadie y nunca deja de idear el mejor camino que Venezuela pudiera tomar para superar sus problemas.
Héctor Mora aprende a amar el área metropolitana de Washington, y a pesar de su avanzada edad, nunca deja de ser un estudiante, con una mente brillante, ávida de conocimientos, memorizando palabras en inglés y practicando sus nuevas habilidades lingüísticas de las que se sentía tan orgulloso. Mudarse a los Estados Unidos no fue una transición fácil, principalmente porque dejó atrás su hogar y amigos para ser parte de una nueva sociedad donde se enfrentó a la barrera lingüística que le impedía entablar una conversación como le gustaba, pero que nunca le impidió sonreír a cada extraño que se cruzaba con él.
Estos últimos años, pasado la mayor parte de su tiempo ayudando a sus hijos, colaborando con proyectos del hogar y desplegando sus habilidades como constructor y jardinero. Ninguna tarea era demasiado grande para él y su ingenio y fuerza física sorprendían a todos. Su energía y laboriosidad eran inspiradoras y contagiosas.
Héctor falleció arrepentina y pacíficamente el 19 de septiembre, dejando atrás un legado de amor y dedicación. Le abreviven su amada esposa, Ernestina, sus tres hijos (Héctor, Hildamar y Merice) y sus ocho nietos (Carlos Enrique, Samuel, Mia Fiorella, Diego, Luca, Valentina y Alejandro). Vivirá por siempre en nuestros corazones y mentes, donde ocupa el lugar más especial.
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