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EEUU ha estacionado en el mar Caribe, cerca de las aguas nacionales de Venezuela, alrededor del 10% de su flota naval. Al grupo deberá sumarse en las próximas semanas el mayor portaviones del mundo, el Gerald Ford, y su grupo de combate, integrado por unos 5,000 marines y varias naves de apoyo.
El objetivo declarado del costoso despliegue militar es atacar el tráfico de drogas que provienen de Sudamérica para alimentar la demanda estadounidense, algo que tradicionalmente hace la Guardia Costera en conjunto con fuerzas de naciones de la región.
Pero existe otro, que Washington no se esfuerza demasiado en negar: hacer presión sobre Nicolás Maduro para que deje el gobierno, el que usurpó tras desconocer el resultado de las elecciones del año pasado, y al que considera como líder de una organización narcotraficante aliada con grupos que EEUU califica como terroristas.
El gobierno de Trump ejerce esa presión recurriendo a la vieja usanza de concentrar naves de guerra que recuerda la “diplomacia de las cañoneras” que EEUU usó en el Caribe desde que empezó a perfilarse como una potencia mundial a fines del siglo XIX y principios del XX.
Trump usa recursos de otros tiempos en el Caribe
Aunque la estrategia de las naciones poderosas de mostrar su músculo militar es de muy vieja data, el concepto de “diplomacia de las cañoneras” surgió a finales del siglo XIX, cuando las potencias de Europa y el descollante EEUU competían por establecer imperios comerciales en Asia, África y Oriente Medio.
Flotas de buques de guerra de esas potencias se concentraban frente a las costas de algún pequeño país en el que tenían intereses que no estaban siendo atendidos por los gobernantes locales y servían de “asistencia diplomática” para obtener el acceso a los recursos, los mercados o el territorio.
Venezuela fue centro experimental de esa diplomacia en América en 1902, cuando fue bloqueada por barcos de Reino Unido, Alemania e Italia, que buscaban forzar al gobierno venezolano a pagar deudas vencidas. EEUU vio la oportunidad de reforzar la Doctrina Monroe (América para los americanos) y el presidente Theodore Roosevelt mandó un ultimátum a los alemanes que los forzó finalmente a negociar. La amenaza estadounidense de usar la fuerza contra los barcos alemanes resultó creíble para los acreedores de Caracas.
El llamado «Corolario Roosevelt» de la Doctrina Monroe se convirtió la fuerza en herramienta de la diplomacia estadounidense.
Para EEUU, el caso más emblemático fue la flota de “barcos negros” del comodoro Matthew Perry, quien, en julio de 1853, estacionó cuatro buques de guerra completamente negros en la bahía de Tokio. Poco después, Japón accedió a abrirse al comercio con Occidente por primera vez tras dos siglos de aislamiento.
Con la Guerra Hispano-Estadounidense de 1899, lo que el secretario de Estado de la era, John Hay, llamó la “esplendida guerrita” de 100 días, con la que EEUU acabó con el Imperio Español, Washington tomó el control de Puerto Rico, Guam y Filipinas, y puso a Cuba bajo su esfera de control, aunque no la ocupara físicamente.
En 1903, Roosevelt envió una flotilla de buques de guerra para apoyar a los rebeldes panameños que luchaban por la independencia de Colombia. La sola demostración de fuerza permitió a Panamá independizarse. Luego, Washington construyó el Canal de Panamá.
La vigencia de la «diplomacia de las cañoneras»
172 años después de la aventura de Perry en Tokio, la “diplomacia de las cañoneras” sigue vigente, como demuestra el despliegue militar ordenado por Trump en el Caribe.
Aunque tras las dos guerras mundiales, los países construyeron un sistema internacional para dirimir sus problemas, con la Organización de Naciones Unidas a la cabeza, las potencias mundiales han seguido haciendo exhibiciones de poderío militar para mandar mensajes a sus enemigos.
Esas exhibiciones no suelen ser barcos amenazantes en costas hostiles (como está ocurriendo con Venezuela), sino ejercicios militares conjuntos, como los que hace EEUU con Corea del Sur o con Taiwán, con los que se manda mensajes disuasivos a Corea del Norte y China, respectivamente, de que Washington usaría su poder de fuego para defender a sus aliados de cualquier agresión.
Al igual que la vieja “diplomacia de las cañoneras”, la idea de esos ejercicios es evitar que haya que usar los cañones y terminar en una guerra.
En tiempos de la Guerra Fría, EEUU movilizaba portaviones en el Mediterráneo o submarinos en el mar del Norte como advertencia a la Unión Soviética.
La “cuarentena” que el presidente John F. Kennedy ordenó contra Cuba en octubre de 1962, durante la llamada crisis de los misiles cubanos, fue otra expresión de la diplomacia militarizada. El despliegue ayudó a las negociaciones con las que Moscú y Washington superaron el impasse haciendo mutuas concesiones en materia de seguridad.
Desaparecida la Unión Soviética, EEUU ha seguido emplazando sus fuerzas de manera que Rusia, China, Irán y cualquier otro enemigo circunstancial desista de actitudes que el gobierno estadounidense considere hostiles.
Sin embargo, al menos cuando se trata de lidiar con Moscú o Pekín, son gestos poco efectivos porque se da por descontado que Washington no va a arriesgarse a atacar a un poder nuclear.
Por Univisión
EEUU ha estacionado en el mar Caribe, cerca de las aguas nacionales de Venezuela, alrededor del 10% de su flota naval. Al grupo deberá sumarse en las próximas semanas el mayor portaviones del mundo, el Gerald Ford, y su grupo de combate, integrado por unos 5,000 marines y varias naves de apoyo.
El objetivo declarado del costoso despliegue militar es atacar el tráfico de drogas que provienen de Sudamérica para alimentar la demanda estadounidense, algo que tradicionalmente hace la Guardia Costera en conjunto con fuerzas de naciones de la región.
Pero existe otro, que Washington no se esfuerza demasiado en negar: hacer presión sobre Nicolás Maduro para que deje el gobierno, el que usurpó tras desconocer el resultado de las elecciones del año pasado, y al que considera como líder de una organización narcotraficante aliada con grupos que EEUU califica como terroristas.
El gobierno de Trump ejerce esa presión recurriendo a la vieja usanza de concentrar naves de guerra que recuerda la “diplomacia de las cañoneras” que EEUU usó en el Caribe desde que empezó a perfilarse como una potencia mundial a fines del siglo XIX y principios del XX.
Trump usa recursos de otros tiempos en el Caribe
Aunque la estrategia de las naciones poderosas de mostrar su músculo militar es de muy vieja data, el concepto de “diplomacia de las cañoneras” surgió a finales del siglo XIX, cuando las potencias de Europa y el descollante EEUU competían por establecer imperios comerciales en Asia, África y Oriente Medio.
Flotas de buques de guerra de esas potencias se concentraban frente a las costas de algún pequeño país en el que tenían intereses que no estaban siendo atendidos por los gobernantes locales y servían de “asistencia diplomática” para obtener el acceso a los recursos, los mercados o el territorio.
Venezuela fue centro experimental de esa diplomacia en América en 1902, cuando fue bloqueada por barcos de Reino Unido, Alemania e Italia, que buscaban forzar al gobierno venezolano a pagar deudas vencidas. EEUU vio la oportunidad de reforzar la Doctrina Monroe (América para los americanos) y el presidente Theodore Roosevelt mandó un ultimátum a los alemanes que los forzó finalmente a negociar. La amenaza estadounidense de usar la fuerza contra los barcos alemanes resultó creíble para los acreedores de Caracas.
El llamado «Corolario Roosevelt» de la Doctrina Monroe se convirtió la fuerza en herramienta de la diplomacia estadounidense.
Para EEUU, el caso más emblemático fue la flota de “barcos negros” del comodoro Matthew Perry, quien, en julio de 1853, estacionó cuatro buques de guerra completamente negros en la bahía de Tokio. Poco después, Japón accedió a abrirse al comercio con Occidente por primera vez tras dos siglos de aislamiento.
Con la Guerra Hispano-Estadounidense de 1899, lo que el secretario de Estado de la era, John Hay, llamó la “esplendida guerrita” de 100 días, con la que EEUU acabó con el Imperio Español, Washington tomó el control de Puerto Rico, Guam y Filipinas, y puso a Cuba bajo su esfera de control, aunque no la ocupara físicamente.
En 1903, Roosevelt envió una flotilla de buques de guerra para apoyar a los rebeldes panameños que luchaban por la independencia de Colombia. La sola demostración de fuerza permitió a Panamá independizarse. Luego, Washington construyó el Canal de Panamá.
La vigencia de la «diplomacia de las cañoneras»
172 años después de la aventura de Perry en Tokio, la “diplomacia de las cañoneras” sigue vigente, como demuestra el despliegue militar ordenado por Trump en el Caribe.
Aunque tras las dos guerras mundiales, los países construyeron un sistema internacional para dirimir sus problemas, con la Organización de Naciones Unidas a la cabeza, las potencias mundiales han seguido haciendo exhibiciones de poderío militar para mandar mensajes a sus enemigos.
Esas exhibiciones no suelen ser barcos amenazantes en costas hostiles (como está ocurriendo con Venezuela), sino ejercicios militares conjuntos, como los que hace EEUU con Corea del Sur o con Taiwán, con los que se manda mensajes disuasivos a Corea del Norte y China, respectivamente, de que Washington usaría su poder de fuego para defender a sus aliados de cualquier agresión.
Al igual que la vieja “diplomacia de las cañoneras”, la idea de esos ejercicios es evitar que haya que usar los cañones y terminar en una guerra.
En tiempos de la Guerra Fría, EEUU movilizaba portaviones en el Mediterráneo o submarinos en el mar del Norte como advertencia a la Unión Soviética.
La “cuarentena” que el presidente John F. Kennedy ordenó contra Cuba en octubre de 1962, durante la llamada crisis de los misiles cubanos, fue otra expresión de la diplomacia militarizada. El despliegue ayudó a las negociaciones con las que Moscú y Washington superaron el impasse haciendo mutuas concesiones en materia de seguridad.
Desaparecida la Unión Soviética, EEUU ha seguido emplazando sus fuerzas de manera que Rusia, China, Irán y cualquier otro enemigo circunstancial desista de actitudes que el gobierno estadounidense considere hostiles.
Sin embargo, al menos cuando se trata de lidiar con Moscú o Pekín, son gestos poco efectivos porque se da por descontado que Washington no va a arriesgarse a atacar a un poder nuclear.
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