Después de su apoteosis en Nimes, el crítico taurino de ABC analiza la figura del maestro de Galapagar
El
éxito rotundo de José Tomás en Nimes hace que se disparen los
panegíricos. No es nada nuevo en Tauromaquia, un mundo tan pasional.
Recuerdo el «Catecismo gallista» y la «Salve gallista»,
que comienza así: «Alabado seas Joselito, amo y maravilla del toreo...»
Más cerca de nosotros, un crítico solvente escribió sobre un cambio de
mano de José María Manzanares:
«Va a pasar como el mejor que se haya realizado en los siglos de los
siglos». Por eso, no es raro que algunos – exagerados, jóvenes o las dos
cosas – digan ya que ésta ha sido la tarde más gloriosa de la historia
de la Tauromaquia y que José Tomás es superior a Joselito y Belmonte...
La
realidad indiscutible es que José Tomás es un gran torero y que el
domingo, en Nimes, todo salió a pedir de boca: el público, los toros, la
suerte de varas, las faenas, las cinco estocadas,
los trofeos y, como guinda, hasta el indulto de un toro. Acertaron sus
veedores al elegirlos; cumplieron bien su tarea las cuadrillas; mostró
el diestro la necesaria variedad;
eligió un camino clásico, no de alardes de valor que asusten al
público; se entregó con la espada, tuvo el acierto – y la fortuna – de
no necesitar ni un descabello...
Según eso, ¿es un referente del toreo actual? Sí, para bien y para menos bien. En esta segunda columna hay que anotar que se limita a cinco ganaderías (eran
seis, antes de pelearse con Núñez del Cuvillo) , como el resto de las
figuras actuales: Victoriano del Río, Jandilla, El Pilar, Parladé (Juan
Pedro) y Garcigrande. Parece que no existan más.
El signo de los tiempos
Estas reses permiten que las toreen, de salida, sin necesidad de someterlas: a pies juntos, como si ya se hubieran picado. La suerte de varas
es, cada vez, menos necesaria. Por desgracia. Estos toros suelen
flaquear, están justos de fuerzas ( los seis de esa corrida) pero llegan
nobles y suaves a la muleta. Es el signo de los tiempos: la estética
prevalece sobre el dominio. El riesgo – ya lo señaló Ortega, hace
décadas - es que disminuya la emoción, se llegue al manierismo.
Lo
evita José Tomás – como las otras figuras actuales – porque tiene una
clase fuera de lo común: toreó en Nimes con enorme facilidad y suavidad.
Acertó al recuperar lances antiguos: largas, el quite a una sola mano (con ecos hasta de Joselito). Y muletazos clásicos: los ayudados flexionando la rodilla y el natural de frente (pura escuela sevillana).
Ha estado siempre obsesionado José Tomás por la figura de Manolete.
De ahí viene su insistencia en hacer la estatua: gaoneras con el capote
previamente situado a la espalda, «al atragantón»; estatuarios
iniciales; manoletinas... Creo que podría ser mucho mejor torero,
todavía, porque es perfectamente capaz de hacerlo, si siguiera
habitualmente la línea clásica de dar distancia, adelantar la muleta y
cargar la suerte. No olvidemos que muchos jóvenes diestros intentan
imitarlo.
El silencio del torero
Fuera ya de la técnica taurina, José Tomás es un perfecto ejemplo de algo muy actual: la sabia utilización de los medios.
Evitar la televisión, tan traidora, impide que se vean con frialdad los
posibles defectos. El silencio, la negativa a cualquier tipo de
declaración resulta ser, paradójicamente, la mejor propaganda, en una
época de tanto barullo mediático. No es extraño, por eso, que, a
propósito de él, se hable de misticismo o de mesías, más que de
estrictas cualidades taurinas, que sólo apreciarían los que conocen la
técnica. Así, se ha forjado un mito.
No es raro eso en un momento en que la presunta «literatura» contamina tantas crónicas. En Nimes,
estos días, he leído que Javier Castaño no iba vestido de azul marino,
como yo ingenuamente creía, sino de «profundidades abisales y oro»; o
que José María Manzanares llevaba un vestido color «humo de la playa de
Alicante». Es el signo de los tiempos...
¿Es bueno tanto barullo literario y mediático?
A un viejo aficionado como yo le agrada poco pero acepto la sabia
opinión del Viti: todo lo que aporte difusión a la Fiesta es bueno...
José Tomás es lo que Marcial llamaba un fenómeno del toreo.
(«Un ejemplo más que un modelo», en terminos de Eugenio d’Ors). Y un
fenómeno muy de nuestro tiempo. Sí convendría que volviera a comparecer
en las Plazas principales:
es lo que siempre se ha considerado necesario para ser considerado
primera figura. ¿Lo hará la próxima temporada? Ahora mismo, es la gran
incógnita.
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