lunes, 2 de junio de 2014

El apoyo Real a la Tauromaquia

Heredero de la afición de Doña María, Don Juan Carlos siempre ha defendido la Fiesta

El apoyo Real a la Tauromaquia
EFE
Don Juan Carlos, con Morante, José Tomás y Manuel Caballero en la Beneficencia de 2002
andrés amorós

Cada uno de nuestros Monarcas ha tenido, lógicamente, sus aficiones y preferencias personales. En conjunto, sin embargo, es evidente que prevaleció en ellos el respeto hacia esa pasión de tantos españoles. (Lo ha estudiado Juan Manuel Albendea en su libro «Desde la Maestranza»).

Es fácil recordar algunos hitos históricos. Los motivos de alegría de la Familia Real se han celebrado muchas veces con corridas de toros, para hacer partícipe al pueblo de ese regocijo: ya en el año 1080 tuvo lugar, en Ávila, un festejo taurino real. Es bien sabido que Carlos V, por afición o por legítima defensa, alanceó un toro en Valladolid.

Últimamente, Gonzalo Santonja ha defendido, en contra de la opinión de otros historiadores, que Felipe II sí era partidario de las corridas de toros. Lo indiscutible es que se negó a sancionar la Bula «De Salute Gregis», del Papa Pío V, que prohibía las corridas de toros, aduciendo que el correr toros, en España, «era una antigua y muy general costumbre de estos nuestros reinos». Una vez más, se comportaba como «Rey Prudente». Felipe III mandó construir la Plaza Mayor de Madrid, entre otros motivos, para que fuera escenario de las fiestas de cañas y toros. En un romance del Duque de Rivas se evoca el espectáculo de una corrida real en ese lugar: «Está en la Plaza Mayor / todo Madrid celebrando / con un festejo los días / de su Rey Felipe IV».

Menos afición por la Fiesta mostraron los Borbones del XVIII, la época de las grandes polémicas de los ilustrados: en contra, Jovellanos; a favor, Nicolás Moratín y Goya. Pese a las discusiones, esta es la época en la que nace la Tauromaquia, entendida en el sentido moderno de la palabra, y se construyen los cosos de las Reales Maestranzas de Caballería de Sevilla y de Ronda. Curiosamente, José Bonaparte, para ganarse la simpatía del pueblo, levanta la prohibición de las corridas de toros que había decretado Carlos IV. Durante la guerra de la Independencia, se celebran festejos tanto en honor del «rey intruso» francés como de los patriotas españoles. Y en el reinado de Fernando VII nace la escuela de Tauromaquia de Sevilla.
En el XIX, la Fiesta alcanza gran esplendor durante los reinados de Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII. Mención especial merece la popularísima Infanta Isabel, «la Chata», gran aficionada. 

El breve repaso debe cerrarse con los padres de Don Juan Carlos. El 7 de septiembre de 1985, al conmemorarse el bicentenario de la Plaza de Ronda, Don Juan de Borbón inauguró, como Hermano Mayor, el Palco Real de esa Plaza. Todos conocemos la profunda afición de Doña María a la Fiesta y su predilección por Curro Romero. Delante de la sevillana Plaza de los Toros, un monumento la recuerda: es un símbolo claro de la profunda unión que siempre ha existido entre la Corona y la Tauromaquia.

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