Mondeño dejó sus glorias del ruedo para convertirse en Fray Juan en un convento de los dominicos
Con el afán de sacar a los suyos de la miseria, recorrió capeas y tuvo días sin más refugio que el de su fe en Dios. Poco a poco, su nombre empezó a sonar, especialmente a raíz de una sustitución en Santander
en la que triunfó a lo grande el 24 de agosto de 1959, acompañado de
Pepe Luis Vázquez y Jaime Ostos. Y de ahí a Alcalá de Henares, donde un
nuevo triunfo le abrió las puertas de Madrid, que vio su debut en el 58 con ganado de Villagodio.
Tomó la alternativa en Sevilla -donde gozó de gran cartel-, de manos de Antonio Ordóñez y con Manolo Vázquez de testigo, el 29 de marzo de 1959, con un toro de Raimunda Moreno Guerra, esposa de Carlos Núñez. La confirmación llegaría un año después, con una corrida de Atanasio que suspendió al tercer toro por la lluvia, la famosa tarde en la que Ordóñez inmortalizó a «Bilbilarga». En los primeros años de la década de los sesenta compartió glorias con Puerta, Camino, El Viti, Romero Miguelín y Ostos.
Repleta de oraciones
Castigado por los toros, la historia habla de su valor y su misticismo, que a muchos recuerda a José Tomás. Cuentan que su muleta impregnaba un magnetismo especial y fue artífice de lo que se llamó mondeñina, que actualmente interpreta con su personal sello Iván Fandiño. «Daba al toro manoletina alada que buscaba capilla recogida repleta de oraciones...» Su fe siempre presente, al fondo de cualquier ruedo, de cualquier faena. O en primer plano... Y cuando lo tuvo todo, decidió marcharse, cuentan que repartiendo sus bienes entre sus familiares y dejando a su amigo Antonio Ordóñez como custodiador de un festival benéfico que organizaba.
La temporada de 1963 sería la de su despedida, pues al finalizar se retiró e ingresó en el convento de dominicos de Caraluega (Burgos). Se cortá la coleta y se enfundó el hábito. Pero regresó a los ruedos de 1966 a 1970, año en el que toreó en México. Allí era conocido como «el novicio rebelde».
Su rebeldía y su humildad se vieron reflejados también en sus famosos brindis, especialmente a los representantes más modestos de la Fiesta, como areneros o monosabios. Decían algunos que imitaba a Manolete, aunque en realidad nunca lo vio. Su majestad se vislumbraba en ese rostro tatuado de guapeza y dulce amargura. Mondeño, el hombre que fue torero antes que fraile.
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