Las temporadas de 1913 y 1914 fueron, sin duda, las que los zaragozanos vivieron con mayor pasión. La competencia surgida entre Herrerín y Ballesteros hizo
que el coso de la Misericordia se quedara pequeño. Durante aquel tiempo
se decidió la ampliación que se completó en 1917, cuando los dos
toreros habían desaparecido trágicamente. Herrerín fue cogido mortalmente por un novillo en Cádiz en septiembre de 1914 y Ballesteros cayó en Madrid un día de abril de 1917.
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Zaragoza vivió hace un siglo con estos dos novilleros su Edad de Oro del toreo.
Florentino Ballesteros, un niño del hospicio, fino en su estilo,
esencialmente clásico, se complementaba con las formas más toscas de
Jaime Ballesteros «Herrerín», un mozo del barrio de las Tenerías. Un bello romance de torería que
describe el crítico Don Indalecio: «Zaragoza era una sucursal de
Triana. Luchas apasionadas en las calles, en los cafés, en los
periódicos y en la plaza». En el ruedo la competencia, en los tendidos
la pasión. Las novilladas con los dos acartelados juntos, algunas veces
en reñido mano a mano como en la Corrida de la Prensa de aquel 1914, no defraudaron nunca a sus partidarios y el duelo traspasó los límites aragoneses y se trasladó a toda España.
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Por eso no es de extrañar el bajo estado de ánimo con que los aficionados recibieron la Feria de hace cien años. El mundo en guerra,
la muerte de Herrerín tan reciente, el esfuerzo de Ballesteros de no
rehuir su compromiso y anunciarse con una novillada de Zalduendo... una
Feria la de aquel año en la que se vio toda la genialidad de un torero único como Rafael Gallo.
Y dando un salto en el tiempo nos vamos a octubre de 1964, medio siglo atrás. La Misericordia vivió uno de los momentos culminantes de uno de los mejores toreros aragoneses. Fermín Murillo,
con una alternativa de 1957, se entretuvo en cortar seis orejas en tres
corridas de toros, y antes, allá por mayo de aquel año, se había
llevado los máximos trofeos de una de las corridas de la primera parte
de la temporada. Diego Puerta triunfó también a lo grande y Curro Romero, en una plaza en la que no se prodigó mucho, dejó sus gotitas de esencia con el capote.
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No faltó aquel 64 la nota trágica con la grave cornada del novillero El Monaguillo,
y no faltó en aquel Pilar un temible convidado, el cierzo helador que
tantas tardes de toros se ha cargado a lo largo de la historia de La
Misericordia. Un cierzo que
si volvemos la vista un cuarto de siglo, en 1989 ya estaba cortado por
la cubierta que, todavía sin culminar, había instaladoel empresario Arturo Beltránun año antes. En aquellos carteles nos encontramos a Roberto Domínguez, aOrtega Cano en pleno esplendorde
su carrera, a Litri, a Espartaco, Julio Robles, a El Soro y Víctor
Mendes, a Raúl Aranda, a Manili, a los hermanos Campuzano, y a un Rafi
de la Viña, que, todo pundonor, puso la plaza boca abajo en una tarde
redonda que le permitió ser el triunfador de la Feria.
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