El matador mexicano y su banderillero causan furor en la Feria de Manizales
ABC
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ROSARIO PÉREZ / MANIZALES (COLOMBIA)
Hubo de esperar al quinto para que las gargantas se desgañitaran en oles desde que Adame prendiese la llama por zapopinas. La algarabía grande continuó cuando un banderillero con hechuras de Botero (así
le jaleaban sus paisanos) sopló dos pares que causaron furor hasta
desmonterarse. No podía llamarse y apodarse de otro modo: Hernando Franco «Boterito», al que los revisteros dedicarían párrafos y los poetas, versos.
Cuando Adame se sentó en el estribo para arrancar faena, la plaza era una locura. Noble y con movilidad,
"Vigilante" permitió el lucimiento del hidrocálido, técnico y con afán
en series por ambas manos que la gente gozó, con afarolado y pectorales
aplaudidos con pasión.
Algunos hasta pedían que no matase al toro, pero el torero
no se aupó a ese carro y con seriedad se perfiló para pasaportarlo. Al
encuentro cazó a "Vigilante",
en una estocada que ya de por sí valía una oreja. Le pidieron las dos
con énfasis, pero incomprensiblemente el presidente solo le concedió
una. "¡Pícaro, pícaro!", coreaba el público al usía por el hurto.
El castaño segundo, que derribó al piquero, tenía su trapío
y sus complicaciones. Ya en el prólogo por bajo, de poder, a punto
estuvo de echar mano a Adame. No se amilanó y cogió la derecha para darle el toque exigido y afianzarlo. No hubo modo y abrevió entonces con este "Manchego" de escasa humillación.
"Castellano" se llamaba el primero, en el que Guerrita Chico ganó
terreno para sacarlo a los medios en varias verónicas de pata p'alante.
Más ariscas fueron las chicuelinas con un animal que salía suelto pero
con opciones de triunfo.
Cosido a las tablas principió el colombiano, esforzado y valeroso
mientras el de Santa Bárbara, pese a su tendencia a la huida, iba y
venía. La clave: dejársela puesta, como se apreció en algunas series
estimables, con el sentimiento en una trincherilla y el de pecho final.
Se volcó en la estocada, aunque cayó defectuosa. Se marcó una vuelta al
ruedo por su cuenta.
La emoción pareció llegar en el serio cuarto, que bien valdría para plazas como Valencia. Guerrita,
que se había lucido en verónicas de son y sabor, vivió momentos de
apuro mientras brindaba: el toro se arrancó y se le fue de las manos al
banderillero. El jefe se dobló y se puso a torear la dificultad
desbravada de este "Domingo", que no era el ideal para muchas fiestas.
Relax y quietud en los lances de saludo de Luis Miguel Castrillón al tercero,
hecho cuesta arriba. No humillaba ni con un millón de pesos sobre el
cuello, pero se dejaba hacer a pesar de protestar a cabezazos por sus
justas fuerzas. El joven matador, que había quitado por navarras,
planteó una labor de corte clásico pero sin limpieza, que cuando más
caló fue con el arrimón. Con el sexto, con condiciones, buscó el triunfo
pero el de Santa Bárbara se lastimó una pezuña...
La pasión se había vivido veinte minutos antes.
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